16 de septiembre de 2019

391-Martín Gaite, Carmen: EL CUARTO DE ATRÁS


Si observamos un patio para jugar: de colegio, de escuela, de instituto, un parque, observaremos cómo las chicas se reúnen en grupos: comen sus meriendas, sus frutas,  hablan, se ríen… Están ellas. Los chicos, sin embargo, hacen algo parecido, juntos ellos, pero suelen estar en pie, se zarandean, se empujan, hablan poco y gritan mucho: normalmente al final, cuando se comen las meriendas, se tiran las bolas de papel o de platina donde venían envueltos bocadillos o bollos. Ya sé que es impertinente, gracias a mi formación, pero ni un hombre, ni un niño se parecen a una mujer ni a una niña en muchos detalles, “incluso algunos físicos”, desde su nacimiento, ¡por mucho que nos empeñemos en que lo son! Hay dos modos de ser persona: hombre y mujer. A Julián Marías y su Antropología metafísica remito, por poner un poner, o a mirar en la calle a un hombre y a una mujer: no hace falta ser persona con “sobredotación”, como se llama ahora a los genios del patio del colegio. Si no ve la diferencia, vaya al oculista.

El cuarto de atrás es modelo evidente de lo que afirmo en el párrafo que precede. Este libro, así escrito, es imitable, pero es propio de todo un estilo femenino: detallista, lento, disfrutón con lo nimio, minucioso, prolijo, pesado… por párrafos, que son largos, muy largos algunos. Un auténtico “truño”, me dice un colega que impartirá la asignatura de 2º de bachillerato donde han evacuado el título como lectura “recomendada”, es decir: obligatoria.

No lo he mirado, pero seguro que hay muchos estudios completos sobre la obra. Cuento unas generalidades. La novela se escribe en un momento muy concreto: tras la muerte de Franco. Se edita con la Constitución en el 78 y ganó el Premio Nacional de Narrativa de ese año. La obra, sin suponer una ruptura con lo publicado en los sesenta y primera mitad de los setenta, sí que comporta un cambio. En los años citados se produjo el conocido como boom sudamericano: Vargas Llosa (el amante de la Preysler, para los más versados en otras literaturas), García Márquez, José Donoso, Cortázar, Fuentes… La producción novelística española queda en el rincón. Pululan novelas españolas con el marbete de “experimentales” y ya en el 72 tenemos La Saga/fuga de J.B., que también lo es,  pero entra por el portalón de lo fantástico (haber sido o ser falangista a Torrente no se le ha perdonado; tampoco a Cela el haber guerreado en el bando nacional… realidades, como se comprenderá, muy relacionadas con la calidad literaria, la estética… y la ética). Martín Gaite, declarada antifranquista, era autora consolidada y premiada ya para el 78, pero entraba en un saco donde se la metía con Ana María Matute, Laforet, Josefina Aldecoa…, las mujeres, digamos, y los autores varones de la generación del 50 (ella fue una gran admiradora de Ignacio Aldecoa). El premio la sacaba de una relegación, supongo, como he leído en otras voces y de otros ámbitos de una “producción de la desnaturalización de la sumisión de las mujeres, inscrita históricamente en el orden de una sociedad eclesial-patriarcal, burguesa y hacendal que evidencia su desmoronamiento y su decadencia, la escritura de las mujeres de la Generación del 50”: hermoso, sin duda.

Lenta y demorada la narración de El cuarto de atrás… a mí, con perdón, me agrada: he dicho la narración, no la obra. He leído mucho a Martín Gaite (esta novela la leí sepa Dios…; la releo y la recordaba muy vagamente). También me gustaba, y me gusta, Ana María Matute. Soy un condenado admirador de Nada, de Laforet… Me interesó siempre la filosofía hecha por mujeres y lo escrito por ellas: ensayo, pensamiento, novela, poesía… Mientras escribo esto pienso en mis alumnos: no creo que lean esta novela para cursar la Selectividad y menos aún con agrado. Su argumento casi estático, casi inmóvil, la remembranza demorada, aplazada, que deja el movimiento para después, el juego temporal, la “cirimonia” de la confusión…, me temo, no es del gusto de estos tiempos donde la prisa y el hacer, hacer, hacer… es prioritario (si el profesor entra al aula y no da orden ninguna a los alumnos, se queda mirándolos, pronto, de inmediato si son jóvenes, preguntarán: “¿Qué hacemos?”: contemplar, pensar, mirar no los conciben como un hacer: ellos tienen parte de culpa y otro tanto los profesores que siempre nos gusta que los alumnos “estén haciendo algo”, aunque sea molestar).

La novelista-protagonista en una noche de insomnio halla un alguien con quien comunicarse, alguien a quien contar… Sin duda ese hombre del sombrero negro es una sombra transfigurada así de la memoria, del recuerdo, del capricho… (el Sancho que necesitaba don Quijote). Esta supuesta conversación, se me antoja y recuerda a los personajes unamunianos a quienes don Miguel pone a dialogar para exponer distintos puntos de vista, dudas personales, etc. Un modo de ponerse él en claro, de aclararse o intentarlo. La novela, supuestamente, se escribe en la propia noche de insomnio de la novelista. Toda la obra tiene un claro contenido autobiográfico… Ella expone sus dudas literarias y da un referente, la obra de Todorov, que algunos de sus dilemas o vericuetos la guían, la hacen reflexionar…

Novela de corta paginación, escrita por mujer, con contenido antifranquista… el libro ideal para el caso. 





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