Cuando era un niño, me
gustaba ir, junto con mis amigos, a la puerta de la cárcel para ver bajar a los
presos del furgón de la guardia civil. La cárcel estaba cerca de casa y allí
íbamos a verlos: esposados, de dos en dos y con una maletilla o bolsa en la
mano libre. Aquello tenía su morbo y su aquel: eran hombres todos -no recuerdo
a mujeres- que encarnaban el mal y los mil misterios que sus vidas conllevaban
en las febriles mentes de unos niños: asesinatos, violaciones, robos, crímenes horrendos…
Nunca vi a ninguno que bajara riéndose ni haciendo aspavientos raros ni… Solían
bajarse del camión cabizbajos, atribulados, quizá por la sencilla razón de que
no iban de fiesta a un baile, ni les esperaba su madre o esposa para una cena de
celebración (los bajaban por la tarde). Cierto que tampoco vi a ninguno
llorando, quizá por la elemental realidad de que, por aquel entonces, ya lo he
escrito aquí, “los hombres no lloran”. Resumen: jodidos y con cara de
circunstancia bajaban. A lo hecho pecho.
El sentido del humor, como
las bragas y los calzoncillos, también el DNI, es algo muy personal, entiendo.
No obstante, de un tiempo a esta parte, ya no veo bajarse a los presos y a lo
peor también ha cambiado el asunto y bajan descojonándose de los furgones, pero
me llama la atención viendo el juicio a los presos catalanes del procés que muchas veces se ríen, se
sonríen, se dan golpecitos en el brazo, se mofan irónicamente, se tapan la boca
para evitar la risotada, supongo… cuando se están hablando de hechos si no
terribles, sí graves. ¿Me puede decir qué risa tiene que un guardia civil
explique que la secretaria judicial, o la letrada o como se llame, que va a un
registro, esté muerta de miedo, angustiada, en un coche que zarandean decenas
de energúmenos que habían ido a merendar
con el imbécil de Rufián, por ejemplo? Dan ganas de preguntarle a Jordi Sánchez
dónde coño está la risa, si quien estuviera en el coche fuera su señora esposa,
su santa madre o su hija o su hermano… ¿Me quiere decir, señor Forn, de qué
cojones se ríe? ¿Le parece bonito que usted tome determinaciones sobre
realidades en las que yo llevo laborando más de cincuenta años y usted ha
decidido mearse y cagarse en ellas por sus santas narices? ¿De qué coño se ríe
Romeva?
Cuando era niño y hacía
trastadas, lo que era frecuente gracias a Dios, mis padres me corregían con más
o menos severidad en función de la gravedad del delito cometido, incluyendo en
alguna oportunidad un guantazo como un sol: no por eso hay rencor, ni
complejos... Si los delincuentes éramos varios de los hermanos, podía ocurrir
que, al ser corregidos, nos diera la risa, lo que incentivaba y aumentaba la
pena: ocasionar un siniestro: romper una llave general del agua del edificio
cazando una rata era grave, pero la risa… era salpimentar el plato en exceso;
se podía romper un cristal o tirar un perro por la ventana de un entresuelo… ¡a ver!,
pero ¿¡reírse!? “¿Se puede saber de qué te ríes después de lo que has hecho?”.
Insisto, eso era un agravante de la pena que enfurecía más a quien corregía.
Todos lo hemos comprobado también después al corregir.
La risa del niño era risa
irresponsable, risa nerviosa, risa de complicidad en lo hecho, risa por
rememoración…, pero estos supuestos gobernantes de un pueblo, gente
supuestamente adulta, responsable… ¿por qué se ríen? La vergüenza, José Antonio
Marina, entre otros, lo explica muy bien, se tiene solo ante quienes se
respetan y estos señores exdirigentes de Cataluña, presidiarios con chaqueta y
corbata, con excelentes equipos de abogados, no nos respetan en absoluto. No
les da vergüenza porque no nos reconocen como sujetos que deban ser respetados.
Lo normal del niño eran la compunción, la aflicción, la tristeza ante lo hecho
mal, ante la corrección, pero ellos no tienen risa nerviosa, ni se arrepienten
del mal realizado… Su risa es la risa
del cínico… y los cínicos, para quienes sepan algo de historia, defecaban y
orinaban y… en la vía pública a la vista de todos porque no les daba vergüenza
al no respetar a nadie… ¡ni a ellos mismos! Otro tanto les sucede a estos
sinvergüenzas, que si no se ciscan en la sala del Supremo y ante Marchena y se
mean en sus bancos es porque ya vienen cagados del trullo y, a lo peor, los
guardias de ahí no se lo permiten…
“Mi hijo tiene billetes para
tostar una vaca en mitad del mar”, dijo la mamá del conseguidor, Juan Lanzas…,
otro sinvergüenza que entraba y salía de los juzgados muerto de risa, como si
aquello fuera una broma…, como si su juego de robar el dinero de los
conciudadanos fuera para descojonarse, como si se fuera a pasar la justicia por
el arco de cuchilleros…
No recuerdo haberle deseado
nunca a nadie ningún mal, pero sí deseo vivamente que quienes quiebran el
estado de Derecho, que quienes defecan y se mean en la Constitución, quienes
los amparan y espolean, quienes se echan los billetes del común en fajos de 500
con el desparpajo y la risa de quienes saben que roban y hacen el mal a todos…
Esos, para todos ellos, pido el peso de la Justicia, el peso de la Ley… y
confío en que así será.
Se ríen de su victoria. Se ríen de su "juego" de trileros. Se ríen de "su plan" diseñado hace muchos años fuera y dentro de España. En definitiva, se ríen porque su bolsa está asegurada.
ResponderEliminarMuy buena entrada, Antonio José.
Mareamos a la pobre perdiz, cuando su destino es la olla. Estos pájaros de mal agüero, que no perdices: urracas, grajas, cuervos, arrendajos, buitres y demás ralea de la carroña... sobrevolarán la JUSTICIA porque le darán alas... Ojalá y me equivoque.
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