16 de julio de 2018

DeVoto, Bernard: MÁS ALLÁ DEL ANCHO MISURI



El equivocado con respecto al contenido del libro soy yo. Se ve que no entendí del todo bien la crítica que leí en su momento sobre la obra de la que ahora escribo. Más allá del ancho Misuri está escrita por una gran autor y conocedor del mundo del Oeste americano. La obra es un ensayo, que no una novela, sobre ese mundo. La obra habría que leerla, y así lo hice al comienzo, con una lápiz e ir anotando los nombres de los protagonistas a quienes DeVoto cita para ir sabiendo de quién habla en cada momento, pues los nombres se acumulan y más aún los topónimos que hacen necesario un mapa y un lápiz, para retener el nombre de lugares distintos de los Estados Unidos que se van citando… Sinceramente he de decir que me abrumaban los antropónimos y los topónimos, las distintas tribus de indios y los sucesos que iba narrando sobre enfrentamientos, pipas fumadas de la paz o de la guerra, la magia de los indios, los fuertes, los intentos realmente admirables de distintos aventureros que se adentraban en un mundo absolutamente desconocido y hostil, empujados por el deseo de hacer negocios con unos pueblos “salvajes”, absolutamente ajenos a la cultura digamos “occidental”, en términos muy generales. Praderas, enfermedades, montañas o barrancos…, ríos y arroyos, nada se interponía entre las intenciones de estos hombres que, según DeVoto, no se encontraban en el patrón común de la época.

La tentación, escrito lo anterior, en un libro con un notable volumen de páginas, cerca de las 650, y una letra no excesivamente generosa en su tamaño, es abandonar la aventura por la que pretende el autor llevar al lector… ¿Por qué no lo hice? Pues no lo hice porque DeVoto nos da unas informaciones de todo ese mundo que, la mayoría conocemos por las novelas o el cine, bastante interesantes. La relación que hace de las escaramuzas, enfrentamientos, etc. con los indios no tienen nada que ver con lo que vemos en las películas. Los indios, ni mucho menos, se muestran hostiles por sistema al hombre blanco: cierto que se enfrentan a ellos, pero casi siempre es por los mismos motivos por los que se enfrentan a los indios de otras tribus: por la codicia de hacerse con caballos, con pieles, con rifles, con alcohol… o con cabelleras, pues los indios han de demostrar su valor y valentía en los enfrentamientos y luchas con los demás: de sus hechos dependerá su categoría y grandeza. Me ha llamado especialmente la atención que en absoluto el hombre blanco, casi siempre de origen sajón, no desprecia las relaciones maritales, dicho en términos generales, con las indias, sino que las busca, “como necesidad” y como medio de ayuda: el tener a una mujer india suponía tener una persona que sabía perfectamente manejarse en los ambientes de los que hablamos: fuertes, campamentos, viajes largos e incómodos, padecer carencias, etc.; aunque es bien cierto que no la quieren o la aman, no todos, o al menos eso se desprende de lo que DeVoto escribe, como una esposa a la que respetan, etc., sino, insisto, como una cooperadora necesaria en los quehaceres ordinarios. Una india sabía perfectamente preparar comida de animales cazados, sabían cuidar el fuego, preparar el campamento, conservar carnes y pescados y, según el autor, era ardientes en las relaciones íntimas sin hacer muchos remilgos, incluso siendo esposas estables de indios…

Sin duda quienes llevan el compás y los beneficios de cuanto sucede en la conquista del Oeste son las grandes compañías peleteras que están en el Este. Los dueños de ellas, incluso, están o viven en Inglaterra: nada nuevo bajo el sol. Son empresas creadas para ganar dinero. Suministran productos necesarios para el Oeste y los intercambian por pieles… con unos beneficios, a veces, del ¡mil por ciento! Los rifles con su pólvora y sus balas eran absolutamente necesarios, cuchillos, las trampas para castores, mantas, el deseado café y el imprescindible alcohol, bajo la forma de cualquier bebida, casi siempre adulterada, y medio prohibido de intercambio con los indios, aunque una realidad es la que se puede y otra la que se debe.

No era en absoluto infrecuente que los indios colaborasen con el hombre blanco y fueran compañeros en sus viajes. Grupos de pocos indios se acomodaban con las expediciones por tierra o por barco en busca de las pieles: las codiciadas pieles de castor y para la caza del bisonte. La relación con hombres de otras culturas y latitudes hizo que tribus enteras desaparecieran por enfermedades como la viruela, de la que DeVoto hace un conteo bastante detallado, según parece, de las tribus que la padecieron hasta casi desaparecer enteras.

Son innumerables los detalles que el autor nos da de cuanto sucede en aquellos años: el precio variable de las pieles, de las municiones para emprender largos e inciertos viajes de intercambio, dónde y cómo resultaron las rendezvous de tal lugar en tal fecha: por tal se han de entender encuentros donde se daban cita tramperos, indios, compradores, vendedores, etc. normalmente una vez al año y donde los hombres de las distintas compañías intentaban sacar los mejores rendimientos a sus compras, sus contratos, sus intercambios… ¡incluso se disputaban la contratación de los mejores cazadores, conocedores del territorio, etc. en las mejores en mejores condiciones posibles! No era infrecuente que el hombre avezado en las lides de que se trata: conocedor de terreno y de las tribus indias, en la caza del búfalo y dónde mejor poner las trampas, etc. tenía con frecuencia un grupo selecto de personas que le acompañaban y que eran contratados por buenas cantidades de dinero. Es curioso, nadie piense que eran hombres de mucha edad: tenían mucha experiencia, pero no muchos años, porque quizá en aquellas tierras el cumplirlos era complejo, muy complejo.

Doy por bien empleado el tiempo invertido en la lectura de la obra y ahora miraré con otros ojos lo que ocurra en la pantalla o en otros libros entre indios y… menos indios. 


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