2 de septiembre de 2017

Dalrymple, Theodore: SENTIMENTALISMO TÓXICO (II de II).


     El daño que ha hecho este sentimentalismo es semejante al que podría producirse en un servicio de urgencias de un hospital donde celadores, enfermeros y médicos se lamentaran junto al paciente de lo que este se duele, padece, etc. mientras se desangra, permanece con la pierna rota o las tripas fuera. El cirujano no podrá nunca sumarse a las plañideras mientras saja para operar una apendicitis… Si se suma al coro de llorones, mejor es que se dedique a la venta ambulante de flores de plástico lavables.

      Quien practica el sentimentalismo tóxico es persona de condiciones ya descritas que, además, como dicho queda arriba, muestra al mundo lo muchísimo que se compadece, que sufre, que lamenta la situación propia o del otro… Un otro a veces tan lejano, tan extraño, que resulta ridículo. Todo esto, obviamente, no es nuevo, pero sí es cierto que tiene visos de pandemia con la llamada modernidad y sus modos soft, el egoísmo, el individualismo (me gustaría, si me da el espacio hablar un poquito de él) y por supuesto con los modos de manipulación de lo llamado políticamente correcto (creación de un miembro de la Escuela de Frankfurt, el marxista Max Horkheimer)…, pero, ya digo, nihil novum sub sole… La preocupación por África, por ejemplo, se ha convertido en el centro de atención del sentimentalismo relacionado con la pobreza en sentido lato. De esto hace ya años, pues Charles Dickens lo satirizó en Casa desolada, donde la señora Jellyby se preocupaba tanto por la educación de los nativos de Barioboola-Gha en la orilla izquierda del río Níger que descuidó por completo la de sus hijos. Y seguro que a usted le viene a la cabeza algún ejemplo cercano y conocido. A esto lo llamaba mi madre, que no se dedica a la Filosofía, “placer de puerta ajena”, es decir: personas que son amabilísimas, atentísimas, educadísimas con los más lejanos (de puertas afuera) y, sin embargo, en casa y con los suyos son unos tiranos, unos groseros, unos déspotas, etc. Mi madre no lo sabe, pero de esto ya habló, como de tanto, Tomás de Aquino, cuando decía que el amor, la caridad, para serlo verdaderamente, es necesario que sea ordenada… o no era caridad (de ahí que el amor a uno mismo sea tan importante, etc., pero esto…). ¡Cuánto se valora a quienes adoptan en su vida pública comportamientos impecables desde el punto de vista de lo políticamente correcto! Son personas que “se pre-ocupan”, sin que llegue a importar mucho el comportamiento en su vida privada y cotidiana y sin que realmente “se ocupen” de nada que no sea el exhibicionismo egotista: los demás, lo demás, no le importan (en realidad los otros son el infierno), ¿¡pero y lo bien que ellos se quedan y  lo tranquila  que se queda su conciencia!?

       Me centro en asunto de especial interés y afán en mi vida: la educación. Se pregunta el autor: ¿Cómo es posible que niños que viven bien, lo tienen todo, etc. padezcan tanta ansiedad y sean tan agresivos y violentos? La razón es el culto al sentimentalismo, nos dice. La educación romántica consiste en no educar, pues cada niño tiene “talentos naturales”, “dones naturales”, todos equiparables, afán por aprender, muchas capacidades -por supuesto, todas valiosas-… De ahí nace la idea de no contristar al niño, darle la razón y lo que desee, huir de lo arduo -la memorización y las rutinas que disciplinan- y esperar a que brote y mane el bien intrínseco del educando… Y así la enseñanza es carísima y pésima con el cuento de la pena. Y en esta línea tenemos a Pestalozzi -seguidor de Rousseau-, Dewey, Caldwell Cook, Froebel… todos ellos estudiados por mí en mi manual de historia de la Pedagogía, de cuyo autor y título me olvidé. Lo realmente valioso (?) es lo espontáneo en el niño y la validez de toda opinión como realidad admisible y respetable.

      Da datos que yo ignoraba absolutamente. Hacer actividades y no adquirir conocimientos ni fomentar la memorización son recomendaciones en Inglaterra del informe Spens en los informes ¡de 1931 y 1937! (en España lo situaba en la EGB y sus libros de fichas en los comienzos de los 70): “El plan de estudios de la escuela primaria debe contemplarse más en términos de actividad y experiencia que en los de la adquisición de conocimiento y memorización de hechos”. Se dice en el citado informe: “En la educación pensamos demasiado en términos de conocimientos y muy poco en términos de sentimiento y gusto”. El problema es que no se puede enseñar qué sean los sentimientos y el gusto sin unos conocimientos previos. Así tenemos niños hiperactivos dentro y fuera de las aulas que necesitan estar haciendo lo que sea, entretenidos, divertidos de continuo… ¡porque se aburren si no cambian de actividad! (cuando hay un tiempo muerto en una clase siempre hay algún niño que pregunta ansioso: “Maestro, ¿qué hacemos?”). Niños movidos por lo que les apetece o gusta, pero con escasas virtudes y nulo sometimiento a prácticas reiterativas necesarias para la adquisición de conocimientos y hábitos indispensables para aprender y convivir. Incluso los grandes pensadores a veces sucumben al sentimentalismo cuando se trata de los niños: cito aquí unos fragmentos de Pensamientos sobre la educación, de John Locke, escritos en 1690, que reconfortarán a los sentimentales:

... rara vez debemos obligar [a los niños] a hacer algo, incluso aquello hacia lo que pensamos que tienen inclinación, salvo cuando tengan la disposición y el ánimo de hacerla. Aquel a quien le gusta leer, escribir, la música, etc., a veces atraviesa momentos en los que estas cosas no le producen placer, y si se obliga a sí mismo a hacerlas, sólo sentirá desasosiego y agotamiento. Lo mismo pasa con los niños. Esos cambios de humor deben observarse con atención y los momentos favorables de aptitud e inclinación aprovecharse con diligencia. Y si no se producen con la frecuencia deseada, podría resultar muy útil hablar con ellos antes de encomendarles cualquier tarea.


       Y, por favor, no me digan que el sentido común es el menos común de los sentidos porque no es así. Eso es solo una frasecita hecha. Sin sentido común la humanidad no habría llegado hasta donde estamos, mejor que peor. Supongo que este se impondrá y el sentimentalismo volverá a sus fueros sin organizar escandaleras… Cierto que hay mucho daño hecho, pero… es lo que hay. Les recomiendo el libro, les ayudará a curarse bastante de este mal y a diagnosticarlo en su entorno.


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