7 de mayo de 2017

Sánchez Gascón, Alonso: LOS MAQUIS QUE NUNCA EXISTIERON

  Decir adolescencia es decir romanticismo e inmadurez, anhelos incoherentes…, cohetería, mucha pólvora y poco plomo. En fin… Juventud que te vas para no volver, gracias a Dios: ¡que allí te puedes quedar! En aquellos años en que leí de forma irracional, compulsiva, a discreción y mansalva…, entre los muchos libros que Dios sabe por qué leí, me trepé un tocho de casi 500 páginas sobre los maquis, escrito por un teniente coronel y de portada rojiza y gris… ¡de eso me acordaba perfectamente!, que ahora aquí reaparece: El maquis en sus documentos, Francisco Aguado Sánchez; el libro debía estar recién salido entonces. También me llamaron la atención de aquel libro las fotos de esos maquis, muchos de ellos cadáveres… Y recuerdo perfectamente lo que me contó mi padre al respecto, pues coincidió en el lugar y el tiempo en que “los de la sierra”… andaban por la Centenera: alguna anécdota con Quilino, el guarda -quien es citado de refilón en el libro que comento-, y… ¡qué de aventuras, qué valientes!
    Que me perdone el lector, que ciertamente es pereza intelectual, pero años después leí algunos libros de los autores aquí citados, entre ellos, de dos de los autores contra quienes se escribe Sánchez Gascón: Sánchez Tostado y Moreno Gómez. Ya en su momento, lejos de las fiebres aventureras de la adolescencia, cuando leí a estos dos señores, comprendí lo lejos que estaban de la verdad, pues me parecía que en sus textos sobraban adjetivos laudatorios para quienes, en puridad, no pasaron de ser unos delincuentes, y unos pobres desgraciados que se dedicaron, con más o menos fortuna, a hacer más desgraciados a quienes ya de por sí la vida había puesto en un difícil brete: pastores serranos, cortijeros, labradores de medio pelo...
   Conocí al autor de la obra que comento en una situación que nada tenía que ver con los maquis ni con la historia, sino con la caza y el Derecho. Creo que ser simpático y tonto es imposible: el tonto, el simplón, cae más bien del lado del gracioso, y Sánchez Gascón me pareció una persona inteligente y simpática. Por eso, y aconsejado por mi amigo Francisco Revueltas, escritor, cazador y guarda de caza, me puse a leer esta obra de la que me dio noticias. Quería recuperar algo de lo que en mi adolescencia disfruté y me atraía, porque sabía que saldrían fincas por mí conocidas -fincas que fueron de mi familia- en este libro… y… El resumen, hecha la raya, podría ser el siguiente:

1.       Sánchez Gascón ha dedicado una cantidad de esfuerzo, de tiempo, de dinero, seguro, para demostrar lo evidente: que los maquis no fueron luchadores por la libertad, ni luchadores por la República, ni demócratas… ni toda esa sarta de necedades de señorita catequista de izquierdas con la panza llena que han defendido, probablemente, porque de algo hay que intentar comer (y la sangre siempre alimentó mucho). Los maquis, esos pobres desgraciados, insisto eran, muchos de ellos auténticos asesinos condenados por la justicia antes de echarse al monte. Alguien podría pensar, don Alonso, que para ese viaje no se necesitaban alforjas… y es cierto, pero no lo es menos que lo escrito por Sánchez Gascón pone de manifiesto que corren malos tiempos cuando hay que demostrar lo evidente (me consta, por familiares directos, de algunos de esos supuestos “defensores de la República”, que sus antepasados eran “unos criminales”, como me dijo uno).
2.       El libro me parece reiterativo, pesado en algunos pasajes donde se repite lo mismo… quizá por lo dicho arriba: “pa que se enteren de una puta vez”, se machaca sobre lo ya escrito y demostrado, se sobreponen ideas y pasajes y se hace, por ratos, farragosa la lectura…
3.       Para quienes no sepan nada de lo que aquí se trata, de los maquis, sin novelerías, bien pueden leer el libro de Sánchez Gascón porque, sin duda, sabe de qué habla y lo hace con pruebas y documentación que se me antojan irrefutables.

   Las coletillas y las ironías que emplea el autor, deben ser bien ácidas para los autores a quienes se las dedica, cierto que reiterativas, pero simpáticas sin duda alguna para el lector en muchas ocasiones: ciertamente quitarle a alguien un reloj de oro, como sucedió, no es requisa ni expropiación ni decomiso del Estado en defensa de la República, sino simple y llanamente un robo.

   Al final esta lectura me deja un poso de tristeza. No sé cómo, una vez tras otra, vuelvo por las veredas que me llevan a una España enfrentada, a una España que no perdona, a una España que se masacró en una guerra civil…, que me dan bascas volver a ella, una guerra civil donde aún no se ha puesto coto a los desmanes, una guerra donde aún hoy se insiste en el “y tú más”… ¿Cuánto ha de pasar para terminar con esto? Supongo que hasta que no haya la suficiente distancia como para que haya la claridad que nos lleve a la verdad…, pero aquí seguirán las banderías de la opinión…, las veleidades de las vísceras salpimentadas con odio… Y como dijo el Bisa, el personaje inolvidable de Las guerras de nuestros antepasados de Delibes, y cito de memoria: mientras los hombres tengas huevos, habrá guerras. Ha dicho, y dicho sin perdón.

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