5 de marzo de 2017

Toole, John Kennedy: LA CONJURA DE LOS NECIOS

 Por motivos que no vienen al caso, un suceso antiguo de mi vida lo califiqué como “la conjura de los necios”, sin saber que existía libro con semejante título: uno no puede saberlo todo ni haberlo leído todo, gracias a Dios. No sé dónde ni al hilo de qué, ni ahora importa, en mi novela Dios no come caracoles, debí escribir algo así como la ya citada “conjura de los necios” y dos lectores de mi novela, por un mal entendimiento mío, sin duda, me dijeron que mi obra les recordó a la de John Kennedy Toole. La mar de afanoso, me hice con esta obra… Cuando llevaba casi 150 páginas no lograba entender en qué se parecía mi novela a esta otra… “No es por el contenido: ¡Que tú citas esa novela en la tuya!”, me dijo mi amigo… “¿Qué novela ni qué…?”… “Pues La conjura de los necios”… Bingo: por una necedad conjurada me compré y leí la novela de Toole. Maravillosas conjuras, estupendas necedades, espléndidas necedades conjuradas y delirantes.

 Deshecho el entuerto y leída la novela les puedo decir que tuve que aguantar, por el motivo arriba citado y porque no entendía demasiado, unas muchas decenas de páginas de qué iba aquello, pues no es que la novela empiece en una medias res, no: es que empieza en medio del desquiciamiento de un personaje, “un gordo cabrón”, como lo llama el señor Clyde dueño de Productos Paraíso… (venta ambulante de salchichas que, por cierto, se come el gordo y no las vende), a quién no hay lector que comprenda: entre la ironía inteligentísima y fina, la broma de calado, la ruptura de la realidad, la realidad que se impone por…, digamos, narices, etc. se produce una mescolanza que, ya perdonarán, lo que quizá no pase de una impertinencia intelectual: me recordaba a don Quijote (leo la contraportada ahora, terminada mi lectura, y no sin asombro veo que mis tiros no iban perdidos). Como don Alonso Quijano el bueno, el tal Ignatius Reilly, ese gordo cabrón de verborrea y facundia impar, no deja títere con cabeza: ataca a los molinos de viento tengan forma de negro, de vieja, de puta, de loro… o de lo que sea; a su vez el puñetero pájaro y las mozas del partido, en una calle del Barrio Francés de Nueva Orleans, arremeten contra él y lo dejan, descuajeringado, a los pies no de los caballos ni de los molinos, sino de un autobús que está a punto de llevárselo por delante a la otra vida; el cura y el barbero, so forma de su madre, la amiga de esta, Santa Battaglia, el tal Mancuso, el policía, la vecina, etc. quieren encerrar a Ignatius, y no es para menos, en un psiquiátrico; Myrna Minkoff es una especie de Dulcinea neoyorquina que, al final, viene a socorrer al puñetero loco…, no estando ella tampoco muy en sus cabales.
 El mundo que nos presenta Toole tiene una consistencia de realidad que se transmuta a los ojos y los discursos de don Quijote/Ignatius, un tipo leído y culto, que tras la realidad evidente vive a ratos en tiempos claramente anacrónicos, medievales; vierte creencias católicas deformadas que mezcla con un sinfín de ideas descabelladas, principios filosóficos… ¡su afán por que la gente lea a Boecio, Consolación de la filosofía! (un libro leidísimo, por otra parte, en su tiempo y en la Edad Media entre el personal culto) y todo se desquicia, descompone, recompone, se desarma y rearma… a los ojos del lector que, siguiendo los renglones de las páginas de la novela, no puede dar crédito a cómo ese gordo vestido de pirata, con un carro de vendedor de salchichas ambulante y una espada de plástico concibe la idea de que serán los invertidos, como él dice, quienes con sus vicios, sus vivencias, etc. ¡¡salven a la humanidad!! Para ello Ignatius creará un partido político cuyo inicio tendrá lugar en un fervorín que pretende dirigir a un grupo de homosexuales en casa de uno de ellos mientras tienen lo que hoy se llamaría una fiesta gay…
 Su paso por los dos trabajos que logra: como vendedor ambulante de salchichas y como administrativo en Levy Pants es de aurora boreal. La revolución que pretende en esta empresa es tamaña a tantas como don Quijote inicia contra el sentido común y la legislación de su tiempo: la liberación de los galeotes, el joven azotado, Andrés el pastor, etc. Los señores Levy, dueños de la empresa Levy Pants…, nacen también de un mundo irracional y me transportan… ilógicamente a una especie de realidad semejante a la pintada por Andy Warhol o, mejor aún, a Edward Hopper.

 Sorprendido por la novela no puedo decir que me haya resultado desagradable, salvo algunos pasajes. Creo que el lector que lee en traducción pierde muchos de los perfiles del estilo de Toole: menos da una piedra y más daño hace, y a seguir barajando.

 Por último, no sin cierta pena, en un libro comprado de segunda mano, puedo leer en una dedicatoria que hallo… “Con cariño para Javier. Para que nunca te olvides de mí”. Lo que no deja de ser, sin duda, una nueva conjura de necios en esta conjura global de listillos, memos, lelos, aprovechandas, codiciosos, simples, lerdos y tanta gente mala, como buena… La vida en rama. Pura conjura.

5 comentarios:

  1. No sé qué decirte, escribes largo y tendido, salvo que recibas un fuerte abrazo desde Granada. Cómo manejas el lenguaje. No es por tirarme de la moto, pero creo que en castellano me costaría escribir artículos, más que en inglés. Escribo uno por día. Ya me gustaría escribir en inglés como tú lo haces en castellano, en general. Queda con Dios.

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  2. En tu blog sale anunciado tu libro sobre Cómo educar para el trabajo. recuerdo que lo leí, me gustó y saqué bastantes ideas buenas para la enseñanza y mis queridos alumnos.

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  3. Tiempo hacía que no te leía y te sabía "perdido". Si no te busqué es porque estaba seguro de que sabías por dónde andabas... Con respecto al libro CÓMO EDUCAR PARA EL TRABAJO, tuvo tres ediciones en español y muchas en Méjico e ignoro cuántas en Nicaragua... Ahí estuvimos e hicimos más de lo que pudimos. Cierto que el libro orientó a muchas personas. Supongo que si lo leyera ahora disentiría con muchas afirmaciones, convicciones, etc. de entonces. Es la vida que pasa y a veces aprendemos. Un abrazo y feliz semana.

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  4. Te leo poco pero cuando puedo lo hago y siempre me deleito con tu escritura.¡Qué saber!

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  5. ¡Pues no deje de leerme, doña María Dolores!, por favor. Muchas gracias y, ya con el garbo de sus años, haga lo que le parezca... Muchas gracias por venir por aquí y, además, dejar una nota. No deje de ser feliz, no se olvide de ello.

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