13 de julio de 2014

¿"Ay", dices?


¿"Ay", dices? No nos pongamos melodramáticos, Antonio José.
¿Crees que nos estamos perdiendo? ¿De verdad? Yo creo que no, que no nos desviamos de "nuestro tema", sino que hacemos camino, porque solo se puede hacer camino al andar; y solo caminando podemos llegar a encontrarnos, o no... ¡Quién sabe!
Por otra parte, debo corregirte: ningún debate es nunca esclarecedor, ni es cierto aquello de que se pueda vencer convenciendo (¡qué hipócrita fue nuestro admirado Unamuno!).
Para vencer en un debate, como en la vida misma, solo hay que saber hacer trampas (abusar de las falacias), o ser un ferviente dogmático, pues solo vencen quienes no albergan el más mínimo atisbo de duda sobre una creencia, da igual que sea falsa o verdadera.
Tú lo has dicho: "A lo peor mi planteamiento está referido a una época en que el filósofo y su filosofía iban de la mano camino de la felicidad; esa es la filosofía que me interesa".
¡Exacto!, como bien dices: "esa es la filosofía que te interesa", con lo cual ya das a entender que "tu filosofía" es aquella que mejor se ajusta o coincide con tu particular forma de ser y pensar. Nada más que añadir al respecto. Tu filosofía, como tu verdad, no tiene por qué ser la mía ni, por supuesto, la de los demás.

Coincido contigo: "No todas las éticas ni todas las morales son equivalentes".
Yo creo, de hecho, que hay morales superiores (mejores) y otras inferiores. Pero eso no deja de ser una opinión personalísima mía. "Pa gustos los colores".

Y sigues: "Si la filosofía es como la religión y ambas como la política algo sobra o algo hay que aclarar".
Aclaremos pues, porque la filosofía no deja de ser una suerte de religión, y hay políticas que, en efecto, constituyen en sí mismas férreos dogmas de fe disfrazados de hipócrita laicidad (el comunismo, sin ir demasiado lejos). ¿Dirás que no?

Justificar es solo eso: legitimar, racionalizar o autoconvencernos de que nuestras acciones son correctas, primero ante nuestros ojos. Ya llegará, a través de filosofías y ardides dialécticos varios, el momento de justificar nuestras acciones ante los demás; que de eso se trata, al cabo, cuando de construir verdades va la cosa.

Yo sí puedo permitirme el lujo de ser un impertinente, intelectual y moral; por algo me escondo tras un anonimato que me garantiza bula papal para poder transgredir y pensar en voz alta, libremente y sin temer las coacciones o restricciones de la corrección política.
Si tuviese que señalar a un inmoral entre todos los inmorales que en la historia de la filosofía han sido, no sabría si decantarme por el fariseo Sócrates, primer negador de la vida reconocido, o por San Agustín, padre del "buenismo" que tanto daño está haciendo a Occidente.

Por último: no nos señalemos las diferentes falacias que podamos "esgrimir" en nuestros debates. Estamos protagonizando una brava lid dialéctica entre caballeros. Precisamente, recurrir a la autoridad de determinados pensadores (pongamos por caso Hadot, Pieper o el tal Viktor E. Frankl), para justificar argumentos, constituye una "falacia de argumentum ad verecundiam" (falacia de autoridad).

Fíjate que caminando, paso a paso, deleite tras deleite, y tras algún que otro "ay" pretenciosamente condescendiente, hemos llegado a una encrucijada interesante y susceptible, esta sí, de debate y reflexión: ¿existe la libertad absoluta?

Yo opino que no; no creo que exista la libertad absoluta porque, al cabo, no somos lo que queremos y deseamos ser (libre albedrío) sino que somos lo que nuestras particularidades neurobiológicas y ambientales han "programado" que seamos.

Su turno, caballero...

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