14 de junio de 2011

(Charlie-salida-12) La felicidad brota del quehacer...

    Recuerda charlie, que hablábamos de la importancia del quehacer, del  trabajo, como medio para alcanzar la felicidad. De cómo el hombre es ser semoviente. Lo muerto no alienta. Ut operaretur, dice el Génesis que es el para qué del hombre sobre la tierra.
    Decíamos del trabajo, si lo piensas despacio, charlie, comprenderás por tanto las oleadas de infelicidad que nos acechan entre tanta persona alicortada, quebrada en sus deseos de trabajar porque se halla condenada a un paro laboral estructural. Trabajo hay de sobra, pero no hay empleo remunerado para todos. Frankl, el psiquiatra vienés, habla en sus libros sobre la neurosis del parado: el hombre laborante -y no me refiero al ideado y cocido en los caldos calvinistas- tiene más posibilidad de ser feliz, de sentirse feliz en el despliegue de sus posibilidades. Es necesario trabajar para ser feliz; no digo tener un empleo, sino trabajar; el problema es que si no tienes un empleo remunerado… te acecha la necesidad. También, entiendo que por esta misma causa es importante dar, acertar, con el empleo que uno desea, la labor que a uno le gustaría y que ¡tan difícil y complejo es! (“¿Tú qué quieres ser cuando seas mayor?”, le preguntan al niño ignaro, al pavitonto adolescente).
    Los estados de enajenación en tanto que situaciones de inconsciencia no pueden generar sensaciones, balances, felicitarios. El estado de enajenación por medio de cualquier droga, por ejemplo, no es situación digna de la persona humana. Todo cuanto disminuya el ser persona comporta una pérdida de tiempo. Pienso en los estados generados por medio de prácticas supersticiosas.
    Tengo que pararme aquí, charlie, para diferenciar entre lo que es hacer y obrar. Es necesario. Perdona. Todo esto lo explica muy bien, creo, Josef Pieper en alguno de sus libros: no recuerdo si en Las virtudes fundamentales o en El ocio y la vida intelectual, no recuerdo, lo siento. Todo hacer comporta una acción que realizada hacia el exterior resulta en una realidad tangible: hago una silla y ahí está a la vista de todos; escribo un texto, lo pueden leer. Este hacer supone a su vez una modificación interna en el sujeto que hace y que llamamos obrar (los griegos ya hablaron de esto, pero recuerdo ni quién ni dónde…, los años, charlie, son unos pellejillos, ya sabes). ¿Sería Platón al comentar la intención a la hora de la acción? Es posible. No repetiré lo que dijo a la sazón Wittgenstein. El hecho es que el hacer deja una muesca, una marca interior, una prueba, positiva o negativa, de lo hecho en mí y que llamo obrar. Las marcas positivas, buenas, convenientes me ayudan a crecer como persona. Cuando hago el bien soy mejor. Si pierdo el tiempo, empeoro; cuando aquello de que me ocupo es malo, hace daño, me daña y daña a los demás. Crecemos en tanto que mejoramos como personas. Crecer como persona supone plenitud que acerca al balance positivo de la felicidad.
    Entiendo, por tanto, que aquí encontramos al hombre en cuanto zonn politikon, ser relacional… Un hombre solo es un jaramago universal, repito con Ortega. Robinson es un ser ficticio que sólo desea volver a casa y, mientras tanto, reproduce allá, en su isla, lo que conoce de su cultura, de sus costumbres, de sus herramientas. Adán echa de menos a Eva. El ser hombre, como persona humana, hembra o varón, necesariamente implica ser con otros, estar con otros, trabajar, divertirse, salir, entrar… con otras personas. Me imagino a Adán, sentado en el poyo, charlando con Dios y viendo pasar a los animales, macho y hembra, las plantas…; les va poniendo nombre, cambian impresiones, son amigos: se llevan bien. Adán admira la belleza de cuanto observa, está al quite, pero un poco distraído tanto bicho, ve a la jirafa y al jirafo y dónde ponerlos ¡con ese pescuezo!…, mas de pronto Adán cae en la cuenta: “Estoy solo”, le dice a Dios. Y Dios le habló de Eva.
    Esto no quiero dejar de hacerlo expreso. Activo no es quien observamos que se mueve, sino también quien está enfermo y parapléjico en una cama. La actividad no es mero acto ad extra, visible y tangible, un hacer, sino que todo pensamiento, también lo es. El adolescente que mira absorto tras el cristal el agua que cae, y piensa, al ser preguntado por su quehacer: “¿Qué haces?”. Indefectiblemente responderá que nada: “Nada, no hago nada”, mas como la nada no suele estar a mano, algo hace. ¿¡Cuántos ratos así pasa el creador en ciernes, el pintor, el escritor, el músico!?

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