17 de abril de 2011

Unamuno, cero seis. Relájese, Don Miguel. Sonría.

    Se empeña don Miguel, y no ceja, en no dejar títere con cabeza en la educación de su tiempo, fuera del nivel que fuera. Lo llevo escrito. Insistir sería un abuso a estas alturas, pero el manierismo me obliga a una última entrada, a una última vuelta de tuerca.

    Lo hemos leído quejándose de todo lo relacionado con la educación: no se han librado los maestros, los profesores, los catedráticos, los padres, los alumnos de aquí y de allí. Sobre el marco legal general no he leído que comentara nada, nada comenta. Se burla de la aplicación de los planes previstos, de los programas establecidos y cómo se llevan a término. Las víctimas de todo el proceso son al final los alumnos. Todo el sistema beneficia el estatus de unos profesores inmovilistas, perezosos, anquilosados… Y en Salamanca, siendo rector, terminará por expedientar a un profesor de la Universidad. Tendrá sus más y sus menos, pero mostró que estaba dispuesto a pasar de las palabras a los hechos. Los claustros, como rector, los convoca muy de tarde en tarde para no escuchar las retahílas de quejas de un profesorado que explica o dicta apuntes desde el altozano de la peana de su saber, con sus folios amarillentos tras los muchos años de docencia indolente. Todo catedrático, según él, tiene sólo tres preocupaciones con respecto a sus clases, sus alumnos, la Universidad: “el escalafón, el libro de texto y las vacaciones”.
    Siempre reclamó el pensar unamuniano la contradicción como un rasgo particular del mismo y una realidad fecunda. El llamado principio de no contradicción - "Nada puede ser y no ser al mismo tiempo y en el mismo sentido"- que hallamos en Aristóteles, Platón, Avicena, etc. son pijadicas sin importancia para el memorialista vasco: “Y yo, Miguel de Unamuno, digo…”.
    La situación insostenible del turno de partidos, la actitud de Alfonso XIII, la dictadura de Primo, desembocarán en la República. Innumerables personas han laborado desde los más diversos ámbitos para que llegue a España. El 14 de abril del 31 se proclama. El 28 de noviembre del 32, don Miguel da una conferencia en el Ateneo de Madrid, “El momento político de la España de hoy”. Da un repaso a las que dieran antes Azaña y Ortega, en la que éste repitió refiriéndose a la marcha de la Republica su famoso “No es eso, no es eso”. La República tienes tajo: el llamado problema religioso, la reforma agraria, el problema militar… No me meteré en semejante jardín. Don Miguel es diputado. Tiene incluso un cargo específico, Presidente del Consejo de Instrucción Pública, donde ahora tiene el poder, se supone, necesario para darle la vuelta a cuanto durante tantísimos años había criticado. El ministro de Instrucción Pública le come en la mano. La fama de Unamuno y su influencia yo la ignoraba absolutamente antes de leer este libro, me parece un peso descomunal en toda España. En la citada conferencia habla de una España que no es ni monárquica ni republicana, pero que trajo una república por echar a un monarca y a un dictador: se queja con amargara de los errores cometidos al quemar conventos, al disolver la Compañía de Jesús, la confiscación de sus bienes y mientras el público protesta y le silba él no duda ahora, ¡a estas alturas!, en afirmar que ha sido un error la supresión de los religiosos que se dedican a la enseñanza, pues parece que será peor la recluta de maestros laicos donde los halla.
    A un corresponsal de la universidad americana de Berkeley le comenta la persecución laicista que se ha desencadenado en España: “la más solapada e innoble persecución contra la fe tradicional de la mayoría de los españoles”. Le parece una locura que la enseñanza sea neutral… y no cree en ella: “un maestro o maestra si es persona humana tiene una u otra fe y es inútil pretender que no la transmita”. Ahora, en ese momento afirma, priva “el más disparatado cientifismo”.
    Contra el artículo 26 de la Constitución truena, pues prohíbe ejercer la enseñanza en España a las órdenes religiosas, expresando más que nunca su escepticismo y su desengaño.
    Las críticas generales de toda una vida contra la enseñanza parecen tener unos débiles fundamentos pues su generalidad las invalida. Cuando pudo hacer algo desde el poder fue imposible: el inmovilismo dejó todo varado. El alcance de todo maestro no va más allá de sus propias aulas, sus propios alumnos y los colegas que viajan con él en el mismo centro académico.
    Mucho me temo que temperamento neurótico de don Miguel lo sumiese de continuo en un estado de permanente insatisfacción y ansiedad vital, intelectual y política.

No hay comentarios:

Publicar un comentario