16 de abril de 2011

¿Tú me entiendes?

El tipo elegante, Caetano Calabrese, traductor y primo mío.
    
    Desde hace muchos años, cuando aterricé en el mundo de los adultos –ojo: nunca fui yo un principito- comprendí que no siempre hablando se entiende la gente. “Niño, hablando se entiende la gente”. Falso.
    Existe una realidad, una facultad humana, llamada voluntad que dio pie a una vieja discusión: ¿Qué era antes y más la voluntad o la inteligencia? San Agustín mantenía que un hombre vale lo que vale su voluntad. El Aquinate, por el contrario, entiende que la inteligencia muestra aquel bien al que la voluntad tiende; me quedo con éste.
    Asisto a la intermediación de un negocio. La cantidad de dinero no es como para que quemar las naves tras llegar a la última playa. Imposible. Tres mujeres. Por teléfono. Entra el dinero en liza y se acabó aquello de que el lenguaje es un medio de comunicación. El código, el contexto, el medio… ¡todo hecho añicos! La voluntad quiere que el billetaje esté amartillado en la cuenta del banco. Mientras el dinero no esté allí, el producto no sale de aquí. Sencillo. Ya lo pueden cantar en endecasílabos garcilasianos. El dinero se lleva por delante la buena voluntad, el entendimiento, la cortesía, las buenas maneras… (Oigo en mi memoria a Paco Ibáñez cantando a Quevedo: Poderooooso caballero… es don don don din don es don Dinero).
    Creemos que aquello que decimos es unívoco, de cajón, impepinable y está claro que no es así… Nada de nada, monada. Los vicios que anidan en el corazón de los hombres se levantan como cobras al menor movimiento y silban la amenaza de quien está dispuesto a todo por puro egoísmo, por soberbia, por limitación genuina…
    Se desespera la buena mujer al teléfono. Le parece increíble, aunque a diario lo comprueba, que algo sencillo y simple como el mecanismo de un chupe… no funcione.
    Mi primo lo sabe: nadie escarmienta en cabeza ajena.

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