18 de marzo de 2011

Las malas hierbas

   Durante décadas pensé que había un hilo racional que diera sentido de medio a las lecturas y, por tanto, se podría seguir camino de un canon. Como en el cuento de Pulgarcito yo deseaba dejar trocillos de renglones, de versos, de títulos, de autores que me volvieran después de mis libros a mis lecturas. Don Alfonso Sancho Sáenz fue testigo de mis libretillas y mis lápices. Lo asediaba en su despacho de director de la Escuela de Magisterio, la puerta siempre abierta invitaba a la conversación amable sobre libros, autores…  Miró, Pérez de Ayala, Sender, Ana María Matute, Carmen Laforet, Miguel Hernández, Jorge Guillén, Dámaso Alonso, Vicente Aleixandre… eran para mí nombres de autores que vagamente recordaba de mi manual de COU, y que se levantaban y adquirían para mí, por boca de don Alfonso, corporeidad entre sus renglones, sus palabras, sus libros… Imposible un canon. Luego publicó Bloom el suyo, El canon occidental, y todos opinamos sobre él y discutimos: era inevitable.  Miguel d’Ors también tenía su puerta abierta en la Facultad de Granada y también fue cercado, mas entonces me interesaba mucho la crítica literaria (me encandiló su Curso superior de ignorancia).
    Imposible el orden en la lectura. Los libros, como la vida nos arrollan. La vida desborda toda cuadrícula. ¡¡Por enésima vez releo El principito!! Me apasiona el capítulo XXI: no puedo evitarlo. Esta vez redescubro y medito la lucha del niño contra las plantas pequeñas de los baobats allá en su diminuto planeta. El paso del tiempo en el capítulo XXII y en el XXIII. Coincide esta lectura con otra que hago casi a la par en estas semanas: San Doroteo de Gaza –por favor, no conviene preguntar la relación entre las almorranas y las témporas-.
    Doroteo de Gaza, este palestino santo, escribe una serie de conferencias ascéticas para la vida monástica, alejadas en ocasiones, de la vida de un laico en el siglo XX, pero la verdad siempre es hermosa contemplarla a la luz del siglo VI en el desierto, en este caso en los escritos de un sabio religioso. Me llama la atención cómo este hombre santo explica que los vicios, como los baobats, hay que desterrarlos cuando son pequeños, cuando apenas tienen raíz. Las malas hierbas, los vicios, hay que buscarlos, nombrarlos y “debe arrancarse la planta inmediatamente, en cuanto se ha podido reconocerla. […] Y si un baobab no se arranca a tiempo, ya no es posible desembarazarse de él. […] «Es cuestión de disciplina», me decía más tarde el principito. «Cuando uno termina de arreglarse por la mañana debe hacer cuidadosamente la limpieza del planeta. Hay que dedicarse regularmente a arrancar los baobabs… Es un trabajo muy aburrido, pero muy fácil.»” Saint-Exupéry pone como ejemplo esos árboles africanos inmensos; otro tanto hace San Doroteo, pero habla de cipreses… Imposible arrancar con nuestras solas fuerzas un ciprés crecido, enraizado: "Así pasa con las pasiones… Cuando son pequeñas podemos reprimirlas fácilmente, si queremos. Pero si las descuidamos por parecernos pequeñas, se enquistarán en nosotros y cuanto más se endurezcan más difícil será arrancarlas. Y si han echado raíces profundas, no lograremos ni aun con esfuerzo, deshacernos de ellas; será preciso el auxilio de los santos que, cerca de Dios, velan por nosotros".
    Hace unos años era fácil distinguir una virtud de un don, un valor de un hábito… Hoy, cuando tantos no saben poner nombre a realidades tan importantes, cuando desprecian lo que ignoran, que decía Antonio Machado, así nos va… Hoy, de momento, yo, como el principito: «si tuviera cincuenta y tres minutos para gastar, caminaría muy suavemente hacia una fuente...». Mañana sigo.

3 comentarios:

  1. D. Alfonso Sancho, tambien mi profesor ¡y que profesor!
    De Miguel D'Ors, me encandila su poesia
    " dejame en paz, memoria, no me cuentes mi vida..."

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  2. ¿alguien mira alguna vez un blog pequeñito, insignificante, poco pulido, algo original? se llama libracos

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  3. El blog de libracos me lo indicó tu hijo. Lo he mirado de vez en cuando. Quizá no sepa buscar, pero lo que hallo no me conviene..., porque no sé qué uso darle.

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