28 de diciembre de 2010

El talento de hacer bien lo que se sabe ( II )

    Todo acto humano debe ser necesariamente inteligente, voluntario, éticamente intachable. Quien usa su talento para hacer el mal es un malvado. Dilapida su dignidad como ser humano, retorna a la “vida feral”, por citar al propio Vargas Llosa en el discurso que leo y medito.
    Don Mario es un bien nacido. Agradece el peruano a todos aquellos que le dieron ánimos: su madre, el tío Lucho… y a quienes por medio de la palabra escrita lo llevaron en volandas a otros mundos imaginados, al mundo del pensamiento. ¡Ah la palabra! Don Antonio, la palabra es más peligrosa que cualquier pistola por mucho que ésta lo fuera de Líster. El hombre deja de andar a cuatro patas, se pone de pie. Libera las manos. Puede aplicar su talento a la técnica…, pero necesita hablar con el otro. Es nacido animal que razona, pero depende del otro. Quizá un verbo en imperativo fuese la primera palabra con sentido. ¿Pero y la palabra escrita? La palabra escrita sujeta la realidad.    
    Durante la Segunda Guerra mundial, cuenta Sándor Márai en alguna parte, los soldados rusos que invaden su patria se admiran ante su profesión de escritor. Está bien ser escritor, afirman. La explicación de dicha admiración se la da un extraño soldado apenas pulido. Le viene a decir que está bien que Márai sea escritor porque puede decir lo que los demás piensan. No está mal. La palabra escrita fija el pensamiento, la intuición mítica queda atrapada. La cultura que la palabra escrita fija comporta la huida de la animalidad hacia la vida humana. No hay verdadera vida humana al margen de la cultura. Lamento, no obstante disentir: no es la Literatura la que libera al hombre. Lo escribí no hace mucho en este blog al hilo de otras voces y otros ámbitos: la verdad libera. Sólo la verdad nos acerca a la realidad genuina. Sólo el amor nos mueve. Sólo el amor dinamita la pereza egoísta. Sólo el amor crea generosidad.
    “Nunca me he sentido un extranjero en Europa, ni, en verdad, en ninguna parte”. Cruza don Mario de España a Barcelona de ésta a aquélla sin el miserabilismo que a tantos ampara la raya. Agradece a una y otra. Se sabe ciudadano del mundo y se siente tan orgulloso del bien recibido, como del horror habido en la conquista de Latino América. Carga con honores y yerros. Rechaza de plano cualquier dictadura. Bien sabe el Nobel, porque tiene talento, que el mal allí donde arraiga hace mucho daño. Hoy destroza, pero después continúa su labor implacable y aterradora. Su desalentadora herencia deja metástasis que tienden a ocuparlo todo. El mal no descansa, no cesa. Unos días antes del reconocimiento con el Nobel, le decía Vargas Llosa a una amiga mía: “Detrás de la crisis financiera hay una moral degradada por la codicia. Y ésa es una forma terrible de incultura”. Difícilmente se mejora un país donde no se lee o se lee poco, ¿¡cuántas veces se habrá repetido esta idea, de un modo u otro, en esta nuestra España!? La crisis que padecemos no es financiera, no seamos ignorantes, sino una profunda crisis ética. La cultura de la mentira egoísta todo lo invade y oscurece. La Literatura verdadera, muchas veces, es apenas un fósforo que se enciende en la lobreguez de una cultura inhumana.
    La Literatura pues se mezcla con la política, con la situación de esas naciones de América Latina que tanto padecieron, que tanto padecen por tantos motivos, imposibles de enumerar acá. El literato, el creador no es hombre al margen. Su creación, lo advierte también él, no queda al margen.
    Hermoso agradecimiento del hombre grande: “Si no hubiera sido por España jamás hubiera llegado a esta tribuna, ni a ser un escritor conocido, y tal vez, como tantos colegas desafortunados, andaría en el limbo de los escribidores sin suerte, sin editores, ni premios, ni lectores, cuyo talento acaso –triste consuelo– descubriría algún día la posteridad”.
    La piedad incluye el amor a la patria. La piedad es don y virtud. Todo don es un regalo, mas no la virtud pues su posesión supone un esfuerzo por parte de quien la posee. El nacionalismo, como muchos ismos, es una -itis: una inflamación interesada, infecciosa e intencionada que esconde en la trastienda intereses inconfesables. La piedad no puede ser mala, como no hay vicios buenos, el vicio bueno se llama virtud y el uso tendencioso de las palabras no esconde ignorancia, sino malicia.
    Y se puebla el recuerdo con la ternura del terruño peruano y el pasado… La vida es irrevocable y el reloj ignora la marcha atrás.

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