2 de septiembre de 2010

Lo que no es tradición es plagio


        Meterse en un jardín donde a uno nadie lo llamó ni tácita ni explícitamente, me consta, a veces, genera complicaciones. El primer delito en mi vida al que supe ponerle nombre y apellido fue al allanamiento de morada. Me encantaba meterme donde podía: a coger fruta, para recoger flores, a investigar en casas abandonadas, a cortar ramas para hacer flechas y arcos, o sencillamente, y en sentido amplio, a buscar algo… El aviso de mi padre era tajante: “Te condenará el juez por allanamiento de morada”. Mucho me temo que no sabía yo qué coño sería eso: ese significante no generaba en mí significado alguno. Lo de allanar no lo entendía, porque yollano no dejaba nada y morada, lo que se dice morada…, no eran los espacios en los que yo me colaba… En fin, la vida. Que aquí estoy otra vez haciendo filigranas en el borde de la tapia y viendo el modo de colarme en el solar vedado, donde poder hallar algo. Mientras, tengo un ojo en el portón de la calle por donde puede entrar el dueño y otro en el burladero de la tapia por donde saltar rápido al huidero.
         En este caso ha sido mi amigo Blumm, Desoxido, quien me ha escrito: “Vamos a un chalé que tiene un señor que se llama Alberto Olmos. El sitio se llama Hikikomori”. ¡Que ya cuesta pronunciar! En mi época los chalés se llamaban El cortijilloVilla MargaritaDon Pedro,Casa Engracia…, más acorde, es cierto, con aquellos años, me temo. Pues no: Hikikomori. Detrás de la tapia puede haber un chino que sepa kunfú y nos hace la picha un lío; si fuera así, más vale que nos lleven al juez por allanamiento de morada o de lo que sea…
         En el hermoso y generoso atardecer de agosto, Alberto -perdona el tuteo borbónico-falangista-, nos ha hablado de sus aventuras con los clásicos griegos y latinos, de sus reyertas, de sus gustos y disgustos al leerlos; de sus excursiones a las bibliotecas y las librerías donde halla a los autores actuales… El tema es viejo. Es más: el tema es una disputa, si se me permite, clásica. Nihil novum sub sole, afirma el Eclesiastés.
         Perdóname Alberto, pero la disyunción es un planteamiento que tenemos metido en la médula del hipotálamo y, siendo muy moderna, me temo que nos deja en la calle de Descartes. “Cerveza o vino”, me preguntan. “Primero regamos la plaza con cerveza –contesto-; después, la asentamos con un vino. Cerveza y vino”. Mejor la conjunción.
         Otra imposición de la modernidad son las fórmulas de obligación ineludible: hay que, debemos, tenemos que… y que, en muchos casos, son barricadas de pan mojado que se comen las palomas. Está bien que una editorial que publica clásicos griegos y latinos los publicite afirmando que no se puede andar de charleta con el anónimo autor de Mio Cid sin leer a Homero -¡que vete a saber quién era!-, pero de ahí a que uno no pueda, como tú afirmas que haces, campar por sus apetencias media un trecho. Faltaría más. Uno baja las escaleras como quiere.
         Permíteme que me pregunte, ¿es que hay que leer algo? ¿Qué es lo que se debiera leer de literatura?... Estas preguntas, me temo, sólo generan un ambiente de ansiedad que jode el pasodoble y no se disfruta. Imposible estar cogiendo albaricoques con un tío que me está gritando que tengo a los grises detrás de la, menos mal, alta tapia del hermoso huerto: verídico y con testigos. Bajarse y joderse las piernas en pantalón corto y saltar lo más lejos posible de donde estaba la poli… Javier Marías decía que nunca pudo terminar Crimen y Castigo y nadie creo que haya padecido por no haber leído El Quijote, la Ilíada… o el cantar de Mio Cid… y no escribas, ya que pasamos por aquí, Alberto, que la sangre está en formol:

por la loriga ayuso la sangre destellando
d'aquestos moros mato .xxxiiii.;
espada tajador, sangriento trae el braço,
por el cobdo ayuso la sangre destellando.

         Toda biblioteca es un proyecto de lectura: un cúmulo de buenas intenciones. En casa hay casi seiscientos libros esperando a ser leídos. ¿Cuándo y cómo y…? La pregunta capital en mi caso es PARA QUÉ… ¿Tú para qué lees? ¿Para opinar? ¿De veras? Ramón pedía que sus obras estuvieran en el museo de arte prehistórico, para que fueran indiscutibles… Sí, lo actual es opinable ¿y respetable acaso esa opinión? ¿Acaso no lo antiguo y lo clásico y lo vedado…?
         Mi ruta es sencilla, a lo peor simple. Leo lo que me interesa. Lo que interpreto como bueno, lo que me aconsejó en quien confío. Evito la lectura de lo desconocido: mi tiempo es mi vida. Leo y disfruto y aprendo y todo ello para ser feliz, cosa de ingleses, dicen, y para hacer felices a los demás… Mientras… también cuido de mis plantas. El jazminero sigue sin dar apenas jazmines este verano, ¿alguien sabe por qué?

1 comentario:

  1. "...en mi te has hecho lagrima profunda
    a traves de la cual leo la vida..." que diria el poeta

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