21 de septiembre de 2010

El trilema del varón Münchhausen

    Se me hacen los dedos huéspedes. Imposible centrarse. Los perros jóvenes de muestra, cuando se les ve cazar, se observa cómo se van guiando por sus vientos, por su nariz.  Dependiendo de dónde les venga el efluvio de la pieza, así se mueven. De este modo, el novato, grácil, se vuelve, se gira, levanta el hocico, lo echa al suelo, insiste en la atocha, de nuevo vuelve sobre sí para volver así de nuevo sobre la misma atocha. Su recorrido se asemeja al dibujo del niño que caracolea con su lápiz sobre un pequeño espacio de papel. El perro viejo, la perra vieja no hacen así. El perro viejo pierde olfato; se guía más por su vista, su instinto y su experiencia. Los rastros tan falsos como frescos que se cruzan sobre el verdadero nada le dicen, no lo engañan, no lo confunden. Huele, parece, lo sabe, pero no es el camino certero y bueno. Si el pájaro está, permanece en lo sucio que no en lo limpio. Si el conejo se amaga, evita escurrirse. La perra vieja, el perro viejo lo saben. El perrillo joven aún sigue saltando sobre el rastro fresco que a nada conduce. El dueño mira jovial y comprensivo al cachorro. La perra vieja hace la muestra certera y definitiva. Sin margen de tolerancia: ahí está el pájaro.
    Hago propósito de perseguir determinados autores, libros concretos, ese tema que tanto me atrae. Imposible centrarse. Se me hacen huéspedes los dedos. Entre mis propios libros entro y me pierdo. ¿Hasta cuándo se es cachorro en esto de las pistas frescas, en estos rastros que uno tras otro se entrecruzan sin bifurcarse del todo? Vive Dios que es cierto, que testigos tengo: iba camino de Boccaccio, con García Márquez bajo el brazo y mirando con el ojo izquierdo a Hadot, Ejercicios espirituales y Filosofía Antigua. El Quijote de Francisco Rico me reclama a este lado de Sierra Morena… y termino paseándome en la Trilogía USA de John Dos Passos, no sin atravesar por Salinger –Seymur siempre me resultó agradable-, por Faulkner y por el no siempre amable Hemingway, con su mar, sus ligas de baseball y su viejo.
    Cuando era un adolescente, atracaba en su despacho a mi profesor de Literatura, catedrático de Instituto, que soportaba estoico mis impertinencias, mis preguntas, mis afanes, mi libreta, mis listas, mi lapicillo… ¿Qué buscaba? Buscaba el Santo Grial del lector, el canon perfecto, la famosa colección francesa de La Pléyade, de Editorial Gallimard, que, decían, cuadraba el círculo perfecto… Desde aquí doy, una vez más, las gracias a don Alfonso Sancho. Él, como el dueño del cachorro trotón, me citaba más y más libros, más y más autores, con la seguridad absoluta de que el círculo no tenía, ni tiene, cuadratura, como el campo no tiene puertas.
    Algún otro libro tengo de Bloom. Ignoré su canon. Asistí a la polémica. Quizá lo lea, no lo sé. Imposible centrarse.
    Tenía Alcalá Venceslada una biblioteca inmensa con unos techos altísimos. Muchas veces, me decía su hijo, entraba buscándolo y no lo veía en el sillón del despacho. Se hallaba sentado en la escalera alta que le permitía el acceso a las baldas de arriba. “Buscaba un libro, pero me he encontrado que…”. Buscaba un rastro, pero hallaba otro y allí, en lo alto de la escalera, se podía seguir leyendo, había otro tesorillo.
    Sé que dije que hablaría de Macondo… Llueven flores en el jardín de doña Úrsula… Cuando escampe, escribo sobre todo ello. De veras.

6 comentarios:

  1. Queremos ver la foto de la biblioteca de Alcalá Wenceslada. Y dormirnos en algún anaquel.

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  2. Acaso de un cielo estrellado de verano es posible centrarse sólo en una de sus luces. La belleza está en el conjunto de ellas, es ese salpicado de puntos blancos relucientes, cada uno en su lejanía y en su diferente fulgor.

    Creo que quienes amamos la Literatura y la lectura padecemos idéntico síndrome. Hace tiempo que desistí en el intento de querer abacar esas obras imprescindibles, o esos dicen algunos, pero llegué a la conclusión de que no pienso perderme ningún "tesorillo" que me vaya encontrando aquí y allá, por referencias de unos, porque la lectura de éste me lleve a áquel, porque se cayó de la estantería cuando fui a coger tal, etc, etc... Sí, a mí también se me hacen los dedos huéspedes, una expresión muy de mi tierra.

    Saludos, y ya veo que cada día surgen nuevos seguidores. Eso está bien. Aunque no es lo principal, el seguidor es al blogger casi lo que la cabeza al sombrero.

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  3. ¡y a mi que no me gustaban mucho los cazadores! por eso de matar, claro.Me he visto reflejada como en un espejo por tu escrito (sin señalar que esta feo). Mi profesor tambien fue D. Alfonso Sancho, cuando a mi tierna edad le comenté los Angeles negros de Alberti, no daba crédito y es que yo tenía un padre que tambien "subia por las escaleras".

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  4. Las bibliotecas, esos proyectos personales, son siempre una realidad inacabada, que no debieran dividirse al morir su usuario habitual. La ignorancia cree que, sean pocos o muchos, los libros son siempre divisibles: dos para ti, cinco para mí, ciento para ella... Hay que dejarlo escrito, si esto resulta indeseable. ¿Qué sentido tienen, me pregunto, después esas bibliotecas? ¿Ver acaso los subrayados de su autor en tales o cuales libros? ¿Ir a las fuentes de qué?, pero ¿y desgarradas en su proyecto sin proyecto ni guía ni planos? Hoy volví feliz de nuevo a casa con un libro en la mano. Lo intenté: no hubo piezas en el campo a primera hora, pero sí la hubo en la librería, después. Otro tesorillo, otra estrella, otro amigo que mirará paciente desde una balda.
    Gracias quienes leéis y, además, me escribir con tanto aprecio; lo noto. Muchas gracias.

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