9 de junio de 2014

Corominas, J., Vicens, J. A.: XAVIER ZUBIRI. LA SOLEDAD SONORA (y III)




        

      
        ¿Qué fue de su filosofía? ¿Qué fue de su seguimiento de la fenomenología de Husserl? ¿Qué del existencialismo de Heidegger? Se dice que fue discípulo de Ortega y de los dos citados, aunque, sinceramente, no queda reflejado del todo en el libro –o yo no lo entendí bien-. Es cierto que a uno y a otro los vio y asistió a sus clases en Alemania, pero se me antoja que mas fue alumno que discípulo (creo que hay la misma distancia entre un concepto y otro que entre amigo y conocido en español). Se insiste en la obra en que superó a uno y otro, que pasó del uno al otro y que su filosofía tiende una sutil trama que fue tachada de escolástica y metafísica en unos tiempos en que ya todo eso, decían, estaba anticuado por pasado. Así lo vieron y lo miraron en España y le dieron de lado muchos de quienes se dedicaban al discurso filosófico. ¿Y en el ámbito internacional? Cierto que se citan algunos nombres que reconocen valiosa su filosofía, pero me temo, desgraciadamente para todos, que son quienes asistieron a sus cursos de verano en Santander, quienes le siguieron después en Madrid, el grupo de filósofos que quisieron hacer una escuela en torno a su pensamiento y en la que destaca el malogrado jesuita Ignacio Ellacuría, a quien sí entiendo que fue discípulo y báculo de la persona y el pensamiento zubiriano.

    Ciertamente se relacionó con personalidades de la ciencia y del pensamiento de su época y fue raro quien no lo apreció, por ello entiendo que fue persona de gran valía…: tampoco lo dudo. Discreto siempre, casi oculto, secuestrado por su afán de desaparecer y dedicarse a “su filosofía”, llevaba una vida casi clandestina (en esto me recordaba algo la vida de Juan Ramón). Volvió a la Universidad franquista en Barcelona, pero dejó de dar clases porque echaba de menos Madrid (y a la sobrina de Carmen: así lo expresa el libro). Ortega no se volvió a incorporar a la Universidad franquista por otras razones. Zubiri disentía de la exposición pública y acrobática del maestro en una España donde Ortega ya no había sido oído ni escuchado por los jóvenes, y donde no recuperó nunca más su auditorio. Marías fue rechazado por la Universidad del momento. Se ha hablado de la endogamia y el nepotismo de la Universidad franquista, pero por lo que se cuenta en esta obra no lo era menos en la maravillosísima facultad donde el tribunal que calificó la tesis de Zubiri y le dio el plácet para la cátedra fue una tribunal ad hoc, como lo siguen siendo hoy (no hay manifestación más clara que la expresión de quienes anhelan la docencia universitaria y dicen “el año que viene sacarán mi plaza”). Se ve que en todos los tiempos se cocieron habas…

         Zubiri ya no deseaba “perder tiempo” en sus alumnos de la Facultad. Le obsesionaba culminar su obra. Laín que tenía mucho peso, como el grupo poderoso de falangistas, con sus altibajos, no logró convencerlo para que volviera a dar clases y quienes seguían su pensamiento se tuvieron que contentar con los cursos que impartía y que le pagaban bien sus amigos banqueros: Lledó y compañía. La crítica de Francisco Umbral me parece umbraliana, pero excesiva por literaria, me temo.

         Escribió con mucho esfuerzo y con enorme inseguridad. ¿Por qué sucede esto a tantos filósofos? Supongo que se debe a la falta de conclusión absoluta en su pensamiento y el anhelo de hacer que todo él sea perfectamente coherente, esférico. 

         Me sigo preguntando (quizá en parte también por el libro de Hadot que estoy ya terminando y que leía a la par): El discurso filosófico donde se pierde el sentido de la filosofía como medio de vida para alcanzar la eudaimonia, una vida lograda ¿qué sentido tiene? ¿Para qué sirve todo un compendio filosófico si no es para explicar el mundo y al hombre y todo ello para mejorar al mundo y a los hombres? La filosofía no puede ser un artefacto hermoso que funciona a las mil maravillas, pero se mueve en el mundo de la ilusa ilusión, lejos de la realidad vívidamente humana. Es cierto que el libro no alcanza, ni posiblemente sea su finalidad en ningún extremo, a explicar la filosofía zubiriana con detalle –paso al que sí debiera animar la obra y que en mí, ahora, deja muchas sombras y dudas: leeré a Zubiri, pero no me hallo animoso-. Como hombre, como español –paleto si se quiere- claro que nos gustaría que Zubiri fuera reconocido mundialmente como lo es Ortega, el Real Madrid o Nadal, pero algo tienen estos de lo que aquel carece: ¿qué falla si es tanta la calidad de su filosofía? Juan Pablo II, criticado por Zubiri, es aclamado por multitudes como modelo de santidad, y Zubiri no. Los escritos de aquel son reconocidos y leídos por millones de personas, los de Zubiri, no. La fuerza de la evidencia se impone. No se trata de verdades constituidas a mano alzada, sino de evidencias a ojos vistas, valga el pleonasmo, por lo visto, necesario hoy.

         Sin duda para mí, lo más flojo de esta obra, por impostado, con carácter de pastiche han sido las recreaciones de diálogos basados en textos e ideas expresadas por unos y otros en cartas, artículos, etc., pero a lo que les falta la vivacidad de lo creíble.

         Ignoro si será lógico, razonable, inteligible… que si no nos resulta amable una persona, su vida, etc. no nos resulte atractiva su obra. A lo peor es un etiquetado injusto que todo lo condiciona. Reconozco que, en ocasiones, por no serme amable el escritor, no lo ha sido su obra o bien me ha costado mucha lectura cambiar mi opinión –sin más importancia que eso, mera opinión- sobre sus creaciones, su pensamiento, etc.

         Me gusta ir de la mano de los biografiados porque deseo aprender en la vida ajena y escarmentar en la cabeza ajena. La vida de Zubiri, sin embargo, solo me ha dejado un poso de tristeza y me ha enseñado con evidencia meridiana que la mentira, la deslealtad con uno mismo y con los demás solo lleva a una vida fracasada. Cada vez, lo reconozco, le tengo más tirria a la mentira sea como fuere, viniere de donde venga… ¡qué horror!

1 comentario:

  1. Dicen que las comparaciones son odiosas, aunque las más de las veces resultan provechosas para evaluar y entender las diferencias entre distintas personalidades.
    Creo, y es solo mi personalísima opinión, que Zubiri no tenía carisma, le faltaba "don de gentes" y, sobre todo, carecía de capacidad de liderazgo. Era la antítesis del aristocrático y locuaz Ortega.
    He leído a muchos críticos, precisamente, descalificar a Ortega tildándole poco menos que de "sofista", en la acepción más negativa del término. ¡Será por críticas!
    A Ortega se le criticó por ser (en el parecer de muchos estudiosos de la filosofía) un disimulado y hábil plagiador, sobre todo de Heidegger. No sé, quizás sea cierto, porque de lo que sí estoy seguro es de que sin las lecturas previas de Ortega y de otros autores, como Ramón Rodríguez García, difícilmente podría haber comprendido "algo" de la complejidad de "Ser y tiempo".
    Ortega solía decir que "la claridad era la cortesía del filósofo" y, en verdad, toda su obra es transparente y fácil de digerir; su lenguaje es exquisito pero "informal", en absoluto académico, y su prosa, casi poética, hace apetecible el ejercicio de la lectura.
    Zubiri no, no es apetecible, pero como tampoco lo son Kant o Heidegger.
    Algunos pensadores, además de la capacidad para hacer filosofía, tienen la capacidad pedagógica de saber transmitir y comunicar, motivar y deleitar a través de sus obras. Tal era el caso de Ortega y, en mi parecer, el del actual Peter Sloterdijk.
    Resumiendo: lo poco que he asimilado de la filosofía zubiriana se lo debo, más que a Zubiri, a diferentes autores y estudiosos de su obra que me han hecho más accesibles sus ideas, por cierto muy revolucionarias en su momento.
    Hay filósofos comunicadores (Ortega y Sloterdijk) y filósofos académicos (Zubiri o Heidegger), de la misma manera que hay individuos brillantes pero sin habilidades sociales para saber "venderse", y buenos vendedores de humo que no son precisamente intelectuales.

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