4 de febrero de 2013

LOS GIRASOLES CIEGOS: la guerra del rencor



         El perdón que aún no ha llegado a los españoles, el conocimiento histórico sin rencor de la guerra del 36 no se ha instalado en la vida de los españoles, ni en los libros de historia, ni en las novelas, ni en las tertulias… es la mala condición humana. El rencor solo puede ser humano. Pertenece al neocórtex. Los animales no odian, los animales no guardan rencor…

         ¿Qué anima este espíritu de aborrecimiento? Sin duda alguna el afán de revancha. No se ha firmado ninguna paz. No hay paz que firmar. Sí, dicen los viejos que en este país hubo una guerra… Sí, una guerra donde aún no se ha enterrado el hacha ni la quijada de burro que sirven para matar movidos por la repugnancia infinita no al otro, sino al enemigo.

         Los sembradores del odio. Los sicarios del mal. Los instigadores de la iniquidad. Los alentadores de la represalia. Los incitadores de la indecencia nunca perdonan, nunca hacen prisioneros: no hay adversarios, sino solo enemigos y entre estos solo son buenos los que están muertos, los que no respiran. Ahí viven, en ese humus, muchas personas, son los cultivadores esmerados de los bonsáis de la inquina, plantas que distribuyen por su hogar  para que, en caso de florecer, embriaguen con su pestilencia a todos. Que nadie olvide que debemos seguir odiando al prójimo: da igual la causa, da igual que hablemos del nieto de alguien que ya murió, el nieto inocente de aquello carga con ese pecado de origen nacido, real o no, en tres años, tras tres años, y ahí está estigmatizado, señalado, odiado, repudiado… por algo que no hizo, quizá por lo que piensa, por lo que ocurrió a su bisabuelo o a su abuelos.

         En la revancha se enumeran los muertos uno a uno: se escriben las paredes, se gravan, dan nombres a calles. No se quiere justicia. No hay piedad ni con mis muertos ni con los tuyos. Acumulamos, enumeramos, amontonamos, en este desquite sin perdón los asesinatos tras juicios sumarísimos, los asesinatos sin juicios, las mutilaciones, los desórdenes…

         Son las dos Españas…


son tierras para el águila, un trozo de planeta

por donde cruza errante la sombra de Caín.


         Que escribió don Antonio Machado, el de todos cuantos gustamos de la poesía, sí, el nuestro, ¡el de todos! Él lo escribió: españolito que vienes al mundo te guarde Dios... Sí, sí: lo escribió incluso antes del 36, cuando se estaba fraguando, cuando estaba aún echada en agua…


Ya hay un español que quiere
vivir y a vivir empieza,
entre una España que muere
y otra España que bosteza.

Españolito que vienes
al mundo te guarde Dios.
Una de las dos Españas
ha de helarte el corazón.


         Hay por ahí una tesis sobre la idea de progreso en la novela de Miguel Delibes. En una de sus excelentes novelas, Cinco horas con Mario, el hijo de este, conversando con su madre, ya al final, terminado el soliloquio de Menchu, el muchacho, Mario le dice a su madre:

 Ya salió nuestro feroz maniqueísmo: buenos y malos —el aroma del café y la atención del auditorio le traslada al Bar Floro, en cuyas mesas platican a diario los del curso y redactan el Boletín "Agora". Se va creciendo. Se inflama. Prende un cigarrillo— ¡los buenos a la derecha y los malos a la izquierda! Eso os enseñaron, ¿verdad que sí? Pero vosotros preferís aceptarlo sin más, antes que tomaros la molestia de miraros por dentro. Todos somos buenos y malos, mamá. Las dos cosas a un tiempo. Lo que hay que desterrar es la hipocresía ¿comprendes? Es preferible reconocerlo así que pasarnos la vida inventándonos argumentos. En este país, desde los Comuneros venimos esforzándonos en taparnos los oídos y al que grita demasiado para vencer nuestra sordera y despertarnos, le eliminamos y ¡santas pascuas! "¡La voz del mal!", nos decimos para sosegarnos. Y, por supuesto, nos quedamos tan a gusto.

         Sí, progresar para el difunto Delibes se condensaba en un versículo evangélico de san Juan (13, 34) que recoge unas palabras del Maestro, odiado, asesinado, en la que insiste en darnos un mandato nuevo: Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado. Y en el peor de los casos, visto lo visto, más vale que no les tengas en cuenta lo que hacen porque, en realidad, ignoran lo que hacen.

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