Por poner un poner, que dicen en mi pueblo…
Antes, cuando leía
tanto o más que ahora, cuando quería recordar algo de lo leído, una cita, una
idea, de un libro, una revista, un periódico, aunque hubiera tomado nota, no
necesitaba revisar esta. Ahora, cuando leo menos, y sigo tomando notas, no
recuerdo dónde he de buscar para hallar aquella cita, aquella idea, aquel
verso: se ha perdido en la corriente, barranco abajo, arrastrado por el agua
del olvido y el tiempo. Resumen: sé que fue Pedro Antonio Urbina quien me
aconsejó, me enseñó, que los escritos, antes de darlos a la lectura convenía
que “descansaran”: Deja descansar lo que escribas, no tengas impaciencia, me
vino a decir. Luego pasaron los años y alguien, lo leí, estoy seguro, decía que
esta idea del descanso de los escritos es un error… y yo, sin embargo,
estoy de acuerdo con Pedro Antonio que ahora sí descansa él para siempre en
paz.
Releo lo que escribí de
mi visita a Madrid. Estoy en un intermedio y lo hago así porque quería comprobar
qué quedaba de cierto en aquello escrito de la capital, ese rompeolas de las
Españas, que escribió un sevillano allá por noviembre del 36, cuando lo que se
rompían era el alma y el corazón los españoles en una guerra fratricida… que colea:
¡Madrid, Madrid; qué bien tu
nombre suena,
rompeolas de todas las
Españas!
La tierra se desgarra, el
cielo truena,
tú sonríes con plomo en las
entrañas.
Me dicen varios amigos
que están de acuerdo con el Madrid que describí, que él también lo suele ver así.
A lo mejor por eso también somos amigos. Otro amigo me recuerda que es mi
escrito Menosprecio de corte y alabanza de aldea,
como el de mi tocayo Antonio de Guevara… ¡Ay, don Francisco también tus
lecturas y pensares son privativos!: ¿no habían de serlo? Aunque más vale que
haya pensares y cavilaciones que embestidas: de diez cabezas, en España, ya se
sabe, también lo escribió el sevillano…, nueve embisten y una piensa (reviso embisten
y, como siempre, lo he escrito mal: dudo y opto por la uve por aquello de los
cuernos y la envestida).
Sí, sin duda, hablé del
trozo de Madrid que viví. ¿Cuántos madriles habrá? Haber… lo que se dice haber…
hay uno, pero luego somos millones los que lo miramos y lo contamos, como esas
ferias de barrio, que cada uno las cuenta según les fue. Se me antoja inabarcable.
He disfrutado, ¡qué duda cabe en Madrid!: ver la ciudad desde las torres de su Ayuntamiento
impone. Ver que hay millones de personas que pululan ahí debajo… (desde donde por
norma escribo solo veo los cuadros que cuelgan de la pared donde están y que llevo
mirando, siempre la misma, siempre los mismos, años y años…).
¿Realmente tengo algo
más que aportar a lo ya escrito? Pues la verdad es que no. Que Madrid me gusta
para unos días, dejar la cuenta corriente tiritando y volverme a mi rincón, ese
rincón que hace universal a quien sabe vivirlo: Cervantes dio ejemplo de ello con
su Quijote, lo malo es eso: ¡que Cervantes hay uno y Quijotes… solo otro
en dos partes!
No se me arremolinen,
por tanto, los madriles, que decíamos a los madrileños en la “mili”: no
tengo nada contra la ciudad, nada contra sus habitantes, naturales o nativos,
extranjeros o visitantes, turistas o afincados… Madrid, eso sí, se me antoja
que a todos nos acoge o no, con su indiferencia de vivir y dejar vivir… y que
los dejemos vivir.
Gracias a los madrileños,
nativos o…, que traté y me atendieron; con quienes hablé o no… Muchas gracias.
buen fina ése:"vivir y dejar vivir".
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