Recuerdo que hace años, desde una
conocidísima editorial, a un original que les envié se le puso, entre otros eparos,
que citaba a Havel como la lectura de una culta señora, personaje de la novela.
Es una pedantería, me sugirieron. A
lo peor, ciertamente, lo fue, mas ¿qué dirían entonces tras leer de las citas
de autores y hechos históricos más o menos explícitos o tácitos en esta obra? Toda
una exhibición de lecturas de Literatura universal: no digo que estén de sobra,
solo escribo que están: Machado el
nuestro y el Machado de ellos, Lope criticado,
Carroll, Keats el complejo y la aliteración gongorina de manual de sexto de
bachillerato, Infame
turba de nocturnas aves, y cierro por no seguir. ¡Hermoso sin duda,
todo ello!
Los
andaluces tenemos fama de hiperbólicos, ampulosos, etc., cierto que unos
andaluces más que otros. Méndez era de Madrid, pero por lo que escribe bien
podría haber nacido en el corazón de la Triana más desagerá der mundo.
Por muestra un par de párrafos:
“Cuando acudían las palomas atraídas
por la posibilidad de comer algo, Espoz y Mina permanecían inmóviles hasta que
el hambre se sobreponía al miedo y comenzaban a picotear el cebo con el que
macizaban el suelo de la terraza. Entonces, con un movimiento rápido y
simultáneo, los vareadores de la lana asestaban sendos golpes a dos de ellas,
que quedaban boca arriba con las patas encogidas sobre el pecho como si
quisieran protegerse del cielo que se les derrumbaba encima”.
Casi na lo del ojo, que decía aquel lo de los sendos golpes, ¿pero y el
resto?: para macizar el suelo de piojos, como escribí en la anterior entrada
y de obleas, y cucarachas… ¡ya había que tener arte despiojando! Se pasó, señor
Méndez, de recio y de tupido. Además, como ahora sabrá, los pájaros nunca
quedan boca arriba[1],
como escribió, entre otras cosas porque no tienen boca, tienen pico. A ver, son
cosas que pasan y se nos pasan. Y vamos a dejarlo ahí.
Tampoco es manca la siguiente… ¿es
hipérbole o pudiera calificarse de algo más?:
“Cuando Juan le preguntó al muchacho si
pensaba que comulgar cambiaría su destino, le contestó que a lo mejor sí, pero
sobre todo la oblea era algo de alimento y él siempre tenía mucha hambre”.
Creo que mejor dejarlo estar.
Arriba comenté una equívoca cita de los
Salmos que resultó ser del Cantar de los Cantares. La que ahora
cito copiada al hermano Salvador también, hombre de flaca o tendenciosa memoria,
ignoro de dónde salió e incluso ya dudo si Méndez confundió el Eclesiastés con el libro del Eclesiástico…
“Ahora comprendo la frase del Eclesiastés:
La mirada de una mujer hermosa, pero sin virtud, abrasa como el fuego. Yo
ignoraba entonces que así nacía mi desvarío”.
Dejo
para el final de esta entrada ya larga, lo que he llamado la fraseología
melcochada que solo es atribuible al autor pues se pueden coleccionar en
todo el libro y bajo la firma de todos los autores supuestos. Da la impresión
como si fuesen oraciones de unos dos renglones, casi siempre (tengo
seleccionadas muchas), que el autor incrusta en el texto y quedan ahí colgadas,
sentenciosas, vacuas, con aparente eufonía…, partidas en proposiciones
adversativas en muchas ocasiones… y que me dejan boquiabierto: ¡qué de
realidades cata el personal sentado en su silla thonet!
Los
tres soldados de custodia permanecían como estatuas al fondo del aula, no como
estatuas guerreras sino con la inmovilidad de la fatiga, sin épica.
El
miedo explica casi todo.
Tenía
muchas cosas que decirle y, sin embargo, se había limitado a enumerar recuerdos
compartidos como si la complicidad estuviera sólo en la memoria.
Severa,
prematuramente encanecida y sin la ternura de las madres, enlutada y triste,
parecía un remedo del dolor posando para alguien que retratara la venganza.
El
silencio es un espacio, una oquedad donde nos refugiamos pero en el que no
estamos nunca a salvo. El silencio no se termina, se rompe; su cualidad
fundamental es la fragilidad y el epitelio sutil que lo circunda es
transparente: deja pasar todas las miradas. Juan tuvo que enfrentarse a las
miradas de sus compañeros de galería cuando, con gran sorpresa suya, le
devolvieron al lugar donde la muerte necesita todavía un trámite.
Por
dos pesetas, ya no dan más, que decía la Domi de Delibes… ¡que luego me duele
la cabeza! Y a otra entrada, que nos aburrimos. Ya la última de la serie,
espero.
Genial, cuanto me gusta leer tus artículos, los que te conocemos de hace ya algunos años, podemos ver un poco más allá de las lineas escritas, a la persona que las redacta.
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