Ya lo conté otras
veces. En mi adolescencia y primera juventud, antes de los 20 años, me surtía
de libros en la Casa de la Cultura llamada, hoy Biblioteca Pública Provincial
de Jaén. Mis fuentes de orientación lectora eran don Francisco Molina y don
Alfonso Sancho Sáenz, luego, también los manuales de literatura que fueron
libros de texto de donde sacaba autores, títulos, etc. Si gozaba con la lectura
de un autor o de un escritor de alguna generación, ya no había medida: leía
todos los libros a mi alcance de ellos y de ella… La generación del 98 me
pareció el principio y el fin de mis lecturas: el no va más; mas pronto hallé
otras: la generación de novelistas de la postguerra española, y de la
preguerra, y de la generación perdida americana y los clásicos y sus obras
españolas y… Sin tasa y a morir, uno tras otro… Decenas de libros de un mismo
autor, de una misma generación, de una misma corriente. Algo así, creo, me ha
pasado con McCarthy, aunque solo es un sarpullido pasajero y leve. Tras El
pasajero/Stella Maris, me he enganchado, como quien no quiere la cosa, con
esta otra obra que no conocía.
Tras leerla me deja una
sensación semejante a la que me dejó El pasajero/Stella Maris y en
absoluto parecida a la que me dejaron sus anteriores libros. Ignoro si se debe
al trascurso del tiempo. Rebusco en el blog y hallo que he leído: La
carretera, Meridiano de
sangre, El
guardián del vergel, Ciudades de la llanura, Todos los
hermosos caballos, En la frontera… Salvo sensaciones que
me dejaron… no sabría decir nada de ellas a no ser por las notas del blog, que
para eso están, que para eso está.
Sigo con Suttree. Pienso qué podría decir de ella y
hallo solo sensaciones de collage, escenas inconexas que se superponen sobre
una línea argumental simple: la desordenada vida, la caótica y sórdida vida…,
la desperdiciada vida de un cínico en el sentido clásico del término: Cornelius
Suttree, Bud, un tipo que abandona, no se sabe por qué a su mujer y a su
hijo -asistirá al entierro de este-. Se larga a Knoxville (ciudad donde también
sitúa McCarthy El pasajero) y allí malvive de pescar en el río (en esta
ciudad de Tennessee confluyen los ríos Holston y French Broad y dan lugar al río que da nombre al
estado, el río Tennessee). La obra se sitúa en los años cincuenta.
Suttree es un individuo de vida, insisto, sórdida y rastrera, vivaquea entre los
peces que atrapa y vende, las borracheras, la prostitución, el mundo del hampa…
todo ello con un tono mezquino, más próximo a lo bestial que a lo humano. Vida
deplorable que es descrita con crudeza por el autor que no se priva de usar un
vocabulario soez, describir escenas de contenido brutal de todo tipo y
desagradables para mí, al menos. Eso sí: con un vocabulario tan escogido como
las composiciones de unos párrafos que parecen escritos aparte e insertos
exprofeso, pues nada tienen que ver con lo que antecede o sucede.
Muchos de estos párrafos están próximos a
una escritura casi automática semejante a la reclamada por el surrealismo:
oraciones simples en las que se acumulan sustantivos junto a adjetivos inverosímiles
donde arriban objetos incongruentes, arrastres del río físico y del río
imaginario de la vida… Y algo de todo esto narra McCarthy de la vida de Suttree.
Me pregunto: ¿hay cuentos o pequeñas novelas incrustados en la obra, como si de
piezas independientes se tratase, que solo se suturan débilmente por el abyecto
personaje y van completando su trayectoria y engrosando la novela? ¿Qué habría
perdido la novela de haber tenido menos páginas que, humildemente, creo que le
sobran? ¿A qué vienen esas perífrasis textuales, derivadas de incomprensible
realidad para el lector, que no aportan nada novedoso? Me parece que el autor,
con ellas, se otorga más cantidad de texto, eso sí, valioso, por su calidad en
sí mismo, al margen de la novela: puro esparcimiento estilístico.
El lector, renglón a renglón, percibe
que, tras el personaje, tampoco él va a ninguna parte. Si Suttree vaga en las
horas y los días, en las noches y entre las lluvias, navega por el río, al
albur de donde la realidad lo lleve, sin elegir, sin sentido, sin finalidad
alguna…, así mismo vaga entre párrafos el lector. “Mi vida es un asco” afirma
Suttree de sí y la bruja negra le dice: “Tú andas, dijo ella. Pero no sabes
adónde vas”. Pues eso, el lector se encuentra sumido en procesos vitales, en
sucesos que carecen para él de causa porque el autor no ha dado información
alguna sobre ellos. Unos espacios blancos separan textos inconexos: no hay
capítulos ni, como en El viajero/Stella Maris, se hallan signos
convencionales de diálogo lo que creo que es un acierto en esta obra para
reafirmar la sensación de confusión y desorden acorde con la vida del
protagonista. En ocasiones, sin razón ni explicación racional, se pasa de
narrar en pasado a presente y se cambia el punto de vista narrativo.
No soy yo el lector adecuado para haberme
ocupado de la obra, aunque haya disfrutado en su lectura: muchas páginas,
muchas alforjas y bagajes para poco contenido novelístico valioso. El viaje a
mí no me mereció la pena.
Un billete que ahorro. Gracias Antonio Jose
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