Decía san Agustín que
conocía a muchas personas que mentían, mas a nadie que le gustase que le
mintiesen y, humildemente, me sumo a la experiencia del obispo que fue de
Hipona. Es objeto de la inteligencia alcanzar la verdad y por eso repugna y
rechaza de la mentira. ¿Y por qué queremos la verdad? ¿Para qué? Entiendo que
para pensar y hacer lo mejor, lo más correcto, para alcanzar el fin adecuado de
cada realidad que es; de todo ser. Para distinguir la comida que alimenta de la
que envenena y mata, por ejemplo. Quiero conocer la verdad para actuar bien,
para alcanzar el bien propio y el bien común, aquel que a todos conviene… ¡Mas,
ay!: parece que hoy la verdad ya no existe porque renunciamos a ella y a su búsqueda
y vaga despreciada, abandonada, negada, vituperada incluso. A la verdad, pobre,
se le sobrepone el egoísmo, la codicia, la soberbia, la necedad…
Leo este libro de Amado
Alonso y lo recuerdo de la carrera. Sus ideas, sus reflexiones han sido las mías,
las que me enseñaron, las que pensé, las que consideré más próximas a la verdad
de la que arriba escribí, en mis cortas luces de entonces, y de ahora, y
fiándome de quien sabe. Pensé mientras leía el libro y recordaba, que a quién,
a estas alturas, le puede ser de interés si al español se le llama “español”,
“castellano” o “ciempiés”, cuando todo anda fragmentado y deshilvanado: Miré
los muros de la patria mía, etcétera: desmoronados, cansados, caducos, amancillada,
despojada…
vencida de la edad
sentí mi espada,
y no hallé cosa en que poner los ojos
que no fuese recuerdo de la muerte.
¿Es lo mío aquel derrotismo
de “retaguardia” del que acusaban en los treinta guerreros del siglo pasado en
España? Son lo mío chafarrinón de feísmo… El tremendismo, decía Cela, a quien le
achacó, con o sin razón, ser su creador, era mostrar lo que había… Hoy es
insuficiente porque se pide demostrar lo evidente y aún así, siendo lo mostrado
prístinamente evidente, se niega con el sosiego y la dureza de rostro de una
esfinge egipcia. Amado Alonso y sus investigaciones, sus razones… son afrentadas,
negadas, ignoradas… por razones ideológicas, por acre fundamentalismo corrosivo.
¿A quién le importa que la lengua que hablamos se llame como se llame? A nadie ¡y
a muchos!, porque son muchos quienes por intereses partidistas creados quieren
dominar a otros mediante la tergiversación de aquello que es nombrado. ¿Inteligencia
dame el nombre exacto de las cosas? Permítame que me monde de risa… La realidad
no muta por ser nombrada de otro modo, pero ayuda a la manipulación interesada
del otro: esos sembradores de la ignorancia y el odio, Dios los confunda.
También el sabio
Mondéjar, ¡tan sabio como pésimo profesor!, José Mondéjar Cumpián escribió sobre esta realidad, Castellano y
español: dos nombres para una lengua, en su marco literario, ideológico y político. Libro que estudié en resúmenes, más no leí porque era de obligada revisión
por ser él el catedrático y profesor mío de la famosísima asignatura de Historia
del español, en la facultad de Filología Hispánica de Granada… No lo leí
entonces, no lo haré ahora. Disfruté muchísimo de la materia y de sus entresijos
maravillosos, que no del profesor
Es el castellano la lengua de un reino que se llamó Castilla. Cuando
Castilla hizo a España, en pensamiento y palabras de Ortega, esa lengua eficaz
que se expande por este motivo, por su eficaz vigor, y las victorias guerreras
de sus hablantes… Aquel romance, aquella lengua derivada del latín, que no es
la que usted lee y yo escribo ahora, sino antepasada de esta y se llamó romance
castellano… terminó por ser español: la lengua de un imperio, frágil y
pasajero como todos, como todo lo humano. Español y patria nacen al par.
AMADO ALONSO
Algunos de los muchos méritos de Amado Alonso se hallan en la contraportada
del libro. No son lo escrito en este libro opiniones, sino juicios asentados en
arduas investigaciones, más ¿qué relevancia tiene esto para el ignaro que
levanta su voz desde el escalón inferior de la verdad que es la opinión? Los sabios argumentos evidentes de sus exigentes
lecturas e investigaciones son despreciados por cuantos solo aprecian y valoran
y persiguen sus rastreros intereses y sus afanes. Entre ellos están los
ignorantes y también los adiestrados.
A un ataque ideológico
se debe hacer una defensa ideológica porque, como Marías decía, no se debe querer
convencer a quien no quiere ser convencido, siendo el peor ciego quien no
quiere ver.
Servidor, con perdón,
habla español.
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