Como me consta que han sido muchos los amigos y conocidos que han deseado asistir a la presentación de mi novela Un charlie cualquiera y no les fue posible por distintos motivos, he querido elaborar un texto escrito que es aproximadamente lo que dije en la presentación del día 15 de noviembre. Nunca me gustó leer en estas circunstancias y tampoco lo hice en esta.
Muchas gracias a
quienes hicisteis el esfuerzo por arroparme con vuestro cariño y vuestra atención.
Quedo deudor insolvente. VALE.
Quiero agradecer a la Biblioteca Pública haberme acogido una vez
más, en esta oportunidad no como lector -años y años leyendo de sus fondos
bibliográficos-, sino como escritor. Esta biblioteca, heredera de la que mi
abuelo dirigió durante muchos años..., hace más años todavía… Muchas gracias.
A los presentes por
arroparme y a los ausentes que quisieron estar y no pudieron, a quienes les
hubiera venido bien y lo ignoran…
Muy particularmente a Daniel
Arias de Saavedra porque sin su concurso no hubiera quizá llegado este
libro hasta aquí.
(No miren para la puerta,
porque la casa real ha excusado la presencia de doña Letizia en este
acto. Lo siento por ustedes).
Querer hallar un puesto puntero en el martirologio es competición muy
española y así “yo lloro más y mejor que tú porque soy muchísimo más
desgraciado y por tanto mejoro mi puesto en el martirio del valle de lágrimas”,
es un deporte muy disputado en el que hoy no voy a entrar por la condición
desde la que aquí y ahora hablo.
Me repito
en algo de lo que aquí diré hoy porque como dice Calicles a Sócrates,
“Siempre dices lo mismo”, también Saint-Exupéry en El Principito es
de esta idea: hay que repetir mucho lo mismo y muy particularmente a los
mayores… Es decir, lo que aquí repito es lo que yo me repito a mí mismo mucho,
porque no me entero y por eso tropiezo muchas veces en la misma piedra. Deseo
que no sea su caso.
Se puso muy de moda no ha
mucho, por motivos políticos, la expresión venir
llorado de casa. En esta actividad, la de los escritores españoles,
ya venimos llorados… no desde casa, sino desde que Larra escribió en el siglo
XIX que, si es cierto que “la palabra escrita necesita retumbar, y como la
piedra lanzada en medio del estanque, quiere llegar repetida de onda en onda
hasta el confín de la superficie; necesita irradiarse, como la luz, del centro
a la circunferencia. […] Escribir como escribimos en
Madrid (lo que para el caso era y es como decir en España) es tomar una
apuntación, es escribir en un libro de memorias, es realizar un monólogo
desesperante y triste para uno solo. Escribir en Madrid es llorar, es
buscar voz sin encontrarla, como en una pesadilla abrumadora y violenta. Porque
no escribe uno siquiera para los suyos. ¿Quiénes son los suyos? ¿Quién oye
aquí? ¿Son las academias, son los círculos literarios, son los corrillos
noticieros de la Puerta del Sol, son las mesas de los cafés, son las divisiones
expedicionarias, son las pandillas de Gómez, son los que despojan, o son los
despojados?”. De momento hoy y aquí ustedes son los míos: muchas gracias,
insisto, por ello.
Estas
reflexiones me hacen volver sobre algo ya debatido, dicho, explicado…
¡hasta por mí en alguna otra presentación! Y es, en mi caso, la respuesta a una
pregunta evidente: Si esto de escribir es llorar: ¿Por
qué escribes y para qué escribes?
La
experiencia me dice que cuando comunico a alguien que
he escrito un nuevo libro, que tengo en la mano una nueva obra mía, que
este libro lo he escrito yo… Que ofrezco el libro a alguien…
• Se me
mira con escepticismo: “¿Pero de dónde lo ha copiado usted?”, me dijo un señor
en cierta ocasión;
• Mis
seres más cercanos creo que se remiten de inmediato al refrán “¿Adónde irá el buey que no are?”, es decir, el Alcalá no
puede sino escribir, lo ha hecho siempre y ahí sigue dale que te da, pues eso:
¡dándonos la castaña!
Escribo
no porque esté aburrido ni por capricho…, sino porque no puedo dejar de
hacerlo… Me temo que eso es lo que llaman unos ser “un escritor de raza”, otros de más sublime mirar y pensar,
“vocación” lo llaman (aunque reconozco que no es mi caso, pues nadie me llamó a
este tajo al que llevo atado desde los 16 años y 63 serán los que cumpla)…
Grafomaníaco, neurótico del escribir… Sea como fuere, en mi caso es una realidad
ineludible: miro el mundo sub specie scribitatis. Toda realidad bajo
mi mirada se conforma como existencia atractiva, amable, es decir: literalmente
digna de ser acogida, amada, contemplada, aunque en muchas ocasiones sea
desagradable, dolorosa y cause sufrimiento. Escribir, perdonad que me repita,
para mí es un modo de decir “Te quiero” y como fruto de ese amor escribo y te
regalo, te doy ese bien que genero en mi entrega en el acto de escribir en
forma de libro o artículo. Todo acto, si quiere ser
humano, tiene que nacer del amor y por el amor conducirse y en él terminar. El
amor, en una de sus especies, es el deseo de acercarse al ser verdadero y de
engendrar en él inteligencia y verdad, como afirma Platón.
A esta realidad lógica en
mí, se sucede otra: Si el enamoramiento, esa distracción de la atención, no
tiene por qué ser mutuo: uno dispara la flecha, pero no tiene por qué ser
correspondido; en el caso del amor verdadero sí debiera de ocurrir que es
correspondido, mas no es así por lo que hemos leído en Larra: “Porque no escribe uno siquiera para los suyos”. Quizá sea
más exacto decir que el acto de escribir es un acto de enamoramiento que
perdura en un amor platónico por mi parte, un amor poco correspondido, pero
amor incombustible: a Dios, a las personas, al mundo en su totalidad, que al
hacerlo vio Dios… que era bueno.
Sea
como fuere: aquí estoy, lo siento, una vez más he editado un libro, en este
caso una novela que llevaba escrita desde hace años y que ahora ve la luz. Un
chalie cualquiera… Lo
cierto es que se queda uno descansando cuando se edita la
obra que está impresa en un original y guardada o sencillamente vivaquea dentro
de un ordenador. Es semejante al proceder del amante incierto, que aún no se
declaró, cuando por fin rompe con un “Loli, te quiero”… y se queda el tío
nuevo. Pues eso.
Cuando a uno le dan
calabazas se daña por norma su autoconcepto, pero no siempre. Tenía un alumno
muy enamoradizo -he tenido más de uno-, que era dado a declararse hasta a las
escobas con falda y era sabido por sus compañeros y padecido por sus
compañeras. Él no se avergonzaba y lo reconoció algunas veces públicamente en
clase. Y el pobre también daba por descontado con que siempre obtenía calabazas
por respuesta: era feo, desgarbado y gordo, no era tampoco buen estudiante, pero
era bueno y simpático… El pobre argumentaba que las chavalas le decían “Es que no eres mi tipo”, y él añadía: “Me dicen eso para
no hacerme daño”… Eso me pasa a mí con mis libros: soy feo, desgarbado y
gordo… y los lectores les dicen a mis obras: “No eres mi tipo”. Sea como fuere
por ahí andará mi antiguo alumno, ya hecho un hombre declarándose a las chicas
(hace años que no lo veo) y yo escribiendo libros sin poder, como él,
remediarlo. Es lo que hay.
Un
charlie cualquiera es un libro de los diecisiete que tengo escritos. Su
fecha de edición no se corresponde con la fecha de creación. No he investigado
entre mi documentación, pero calculo que el libro se debió de escribir entre El principito:
una reflexión ética y España no perdona, es decir, yo apostaría a que abrió
los ojos al mundo en el año 2004-2005.
El sentido del título es una de las muchas creaciones mías,
por las que yo llamaba charlie a quien era un tipo de carácter y modos
arcaicos. “¡Estas hecho un charlie!”, solía decir y sigo diciendo a quien llama
“calzones” a los “pantalones” y “nevera” al “frigorífico”, a quien está fuera
de su tiempo y está seguro de que cualquiera tiempo pasado fue mejor, a quien
no da su brazo a torcer ni aunque se lo partas con razones y evidencias; ese
que no da un paso atrás ni para coger impulso; aquel que toda la vida la vida
calificó de chalao, cipote, de rarito, de no quemar bien el gasoil se le llama friki,
que se da, además, aires de grandeza y excelencia y puede ganar una pasta que te
abruma y el charlie no lo entiende: está en otra onda, en otro tiempo. Era
también charlie sinónimo de quídam, de payo, de andóbal, de baranda, de
un cualquiera, de tío corriente y moliente… De ahí el título y así
cualquiera puede ser un charlie… cualquiera. Una vez creado ese nombre quise
acendrar y ajustar la expresión, por eso en las primeras páginas de la obra
escribí, como podrían comprobar de no habérseme olvidado ponerlo, lo siguiente:
charlie:
1. m. colq. Quídam de cierta edad, bien experimentado y vapuleado por la vida, y que ve cuanto le rodea desde la
cumbre de sus muchos tacos de almanaques pasados. 2. m. Sujeto viejo que mira
su vida y a la vida en general, pasada, presente y futura, con escepticismo y
senequismo, mas no sin cierta ternura un poquito ñoña. 3. m. Anciano irritado y
quejoso, normalmente contrariado. Disgustado y jodido, pero sin llegar a
resentido contra el mundo universo. 4. m. Persona innominada. U. frecuentemente cuando no se quiere declarar de
quién se habla, o cuando se ignora su nombre.
(Entrada aún en papeleta y por aprobar por la Docta Casa).
Algunos también
se preguntarán por qué no se puso un breve resumen en la solapa de la
contraportada. Pues no lo hicimos, lo digo, por Daniel Arias de Saavedra y por
mí, que semos ese musotros, porque quisimos imitar un libro del año 1919
de la famosísima librería y editorial de Gregorio Pueyo.
Ya explicado
el título, contaré un poquito de qué va la obra.
La portada y la contraportada, las fotos, etc. cobrarán
sentido cuando el lector se adentre en la lectura, en la que Sixto Gómez, que
es un charlie cualquiera, un andóbal como otro…, les cuente de sus impresiones
del mundo en el que vive y vivió. Es un tipo con mucho pasado, poco presente y
escaso futuro. Lo que pensó, lo que padeció, lo que siente, lo que mira… Y todo
ello desde una perspectiva políticamente incorrecta y particular. Sixto Gómez,
es un jaenero padre de Javier Gómez, el protagonista de mi novela Soy
Gutiérrez y tan políticamente incorrecto como pueda serlo Galdós, mucho
menos que Quevedo, como Cervantes y en absoluto se parece a los meapilas de esa
supuesta izquierda irredenta y reaccionaria, marxista y cutre que se pasea por
las universidades americanas y que desde la Escuela de Frankfurt nos quiere
manipular… y que ha llegado al suelo patrio. Don Sixto no le hace mañas
traidoras y engañosas a las palabras. Es un pureta y un purista que al pan lo
llama pan y al vino… se apunta como loco. Que escribe como habla, es decir: en
román paladino, que, como escribe Berceo en su obra Vida de santo Domingo de
Silos: Quiero fer una
prosa en román paladino, en qual suele el pueblo fablar a su veçino. Eso es lo que hay en la tripa de obra. Me temo que Felipe II
tampoco era políticamente correcto y yo como ellos.
Ciertamente el libro del Eclesiastés la lleva, la
razón, digo: y así Nihil novum sub sole, es
decir. No hay nada nuevo bajo el sol. No he inventado
la pólvora con la mirada de un señor mayor que al contemplar su pasado recita a
Manrique:
Recuerde el
alma dormida;
avive el seso y despierte,
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando;
cuán presto se va el placer
cómo después de acordado
da dolor;
cómo a nuestro parecer
cualquiera tiempo pasado
fue mejor.
Pues
eso, que a don Sixto no le gusta lo que ve y padece y le rodea y piensa, con
una lógica aplastante, que su pasado es mejor que su presente.
Ojo don Sixto no soy yo: Cierto es que nadie es más que nadie; pero no
lo es menos, que cada uno es cada uno. Cualquiera de los oyentes
aquí leídos, que sois muchos, de inmediato, haciendo un análisis intertextual
de lo que vengo hablando del contenido de esta obra os puede recordar, por no
irme muy lejos de mi universo literario, a Diario de un jubilado o más
aún a La hoja roja, ambas novelas de Miguel Delibes; La hoja roja
es obra que recomiendo por ser novela llena de ternura y de esa dolorida mirada
retrospectiva de un mundo que… Una vez, le dije a Delibes “se va” y él no sin
cierta ironía, me contestó: “¿Ah, pero no se ha ido ya?”. Cierto que ya se
había ido y más aún hoy, un mundo muerto el de don Sixto, don Eloy -el
protagonista de La hoja roja-, el de Lorenzo el cazador -protagonista de
los tres diarios delibianos- y también, me consta, el mío: cada vez más como
ellos, servidor, por más que está y se mueve en el mundo actual, lo entiende
peor. Ya lo decía don Hilarión en La Verbena de la
paloma “los tiempos cambian que es una barbaridad”… Si don Hilarión
levantara la cabeza se sentaba de culo sin miramientos [Me temo que decir y
escribir “culo” no está bien, no es políticamente correcto]. El tiempo va muy
rápido, todo se sucede con una celeridad vertiginosa y todo se me antoja en el
plano social, técnico, político, etc. incomprensible. Vengo de un mundo donde,
al dar la mano o su palabra, un hombre o una mujer eso iba a misa y hoy a la
mentira se le llama verdad o postverdad y qué sea la misa hay mucha
gente que lo ignora.
Cierto que “hay que tener cuidado con quedarse viviendo en
el pasado, porque el que se queda ahí no se adapta y si no lo hace se queda
viviendo de sueños que no llegarán”, le leía no hace mucho a un neurobiólogo,
pues eso, que uno se queda en su pasado, pero el pasado de don Sixto se hace
hoy realidad en una novela mía que se llama Un charlie cualquiera.
Muchas gracias.
Lo que me habría reído ayer... Un abrazo.
ResponderEliminarDon Antonio, no pude asistir y traté de localizarlo por email creo que sin éxito, me hubiese reído bastante, pero no pierdo la esperanza de hacerlo, así que si fuese posible dígame cómo me hago con un ejemplar. Gracias
ResponderEliminarCreo que escribí mal el email… lo cual demuestra mi mala cabeza y peor capacidad tecnologica