1917. De regreso a Andalucía- Larga despedida de Santiago. De Compostela a Cádiz
Observará el lector que he
cambiado la foto de Alcalá Venceslada que ha sido la enseña de las treintaiuna
entradas que sobre él llevo escritas en este blog. Ahora tengo un repertorio de
fotos suyas de las que no disponía cuando publiqué la primera entrada: el 5 de
octubre de 2021. La foto que hoy pongo es la más ajustada que poseo a la fecha
sobre la que escribo, 1917; la foto es de 1918.
El título de la entrada
es largo, como ella misma, porque quiero explicar los interesantes intríngulis
de su regreso a Andalucía. ¡Cómo es la vida en detalle vista tras más de un
siglo transcurrido!, admirable. Al lector curioso y atento a estas entradas,
seguro que le gustará y espero que no se le atragante tanta fecha y tanto
detalle como doy de los diez primeros meses de 1917. Vamos a allá y gracias por
leerme y por su atención. Si tiene bulla, luego la lee, si le apetece; o haga
lo que el florentino: pase y conténtese con mirar. Le cuento.
* * *
Señalada fecha la del año 17: está el
mundo en plena primera guerra mundial; la revolución rusa desbocada siega las
cabezas de los Romanov y se cierra el ciclo de los zares: aterriza de la mano férrea
y la cabeza de Lenin el caos en Rusia… Año convulso y año en que vuelve el
bibliotecario Alcalá Venceslada de Santiago a su tierra.
Le recuerdo que, tras aprobar las
oposiciones de Archivos, Bibliotecas y Museos, Antonio Alcalá se ve forzado a
escoger la Biblioteca Universitaria de Santiago como destino. A Santiago de
Compostela llega el 17 de agosto de ese año 1915.
Lluvia, ausencia de sol y calor, su hermano Juan Manuel está allí, el Apóstol,
las rúas, un vino suave y rubio claro… La saudade de su Andalucía.
No lleva un mes en la plaza, cuando ya
le escribe a Rodríguez Marín el 9 de septiembre
de 1915, su mentor y Jefe de los Bibliotecarios españoles, con
membrete de la “Biblioteca Universitaria. Santiago de Compostela. Particular”, le
dice que añora el sur. Por el tono y tenor de la carta, Antonio Alcalá tiene ya
trato con el llamado Bachiller de Osuna, quien en esas fechas está tomando las
aguas de Marmolejo con la familia de Alcalá y se ha visto con los padres de
este.
La carta, que cito de septiembre de 1915, en principio, es para
ponerse a la disposición de don Francisco en su nuevo y primer destino. Sabe
que la hija menor de Rodríguez Marín, Carlotita, está con los padres de Alcalá
que tenían una excelente casa en Marmolejo e, inmediatamente, añade que su
padre “me decía las noticias que Vd. le había dado respecto á la posibilidad de
mi marcha a Cádiz” y continúa: “aquí estoy muy contento, aunque, como Vd.
comprenderá, deseoso de ir cañadas abajo hacia lugar más cercano a ese pueblo,
buscando sitio donde encajar si no definitivamente, por lo menos para no andar
mucho tiempo de la Zeca a la Meca”. No pierda de vista el lector que estamos en
septiembre de 1915 y ya habla de Cádiz.
Demos
un salto en el tiempo. Pasa el año 1916 y
nuestro bibliotecario andaluz sigue tomando las aguas… de Santiago. Tenemos
noticias suyas por la prensa el 17 de enero de 1917 donde se nos informa de que
es uno de los fundadores de la Sección de Arqueológica de la Real Sociedad
Económica de Amigos del País de Santiago. Unos días después, el 25 del mismo
mes y año, por el mismo diario, sabemos que se hará cargo de la Biblioteca de
la citada Sociedad. “Al frente de ella está el culto funcionario D. Antonio
Alcalá Venceslada, Bibliotecario de la Universitaria”, cierra con esta
coletilla la noticia. Empezó con bien el año 1917.
En otro orden de sucesos, doy cuenta
de una realidad que se ignoraba de la biografía de Alcalá y es la que publica
el Diario de Galicia en su número 2634 y con fecha 28-02-1917,
donde podemos leer que “Por el Ministerio de Instrucción Pública ha sido nombrado
ayudante de la Sección de Letras del Instituto, el ilustrado bibliotecario de
esta Universidad, nuestro estimado amigo, Don Antonio Alcalá Wenceslada [sic]. Hacemos
presente al Sr. Alcalá nuestra afectuosa felicitación”. También El Progreso
se hace eco de la misma novedad en la sección de “NOTICIAS”. Como no había otro
instituto que el llamado “Instituto General y Técnico de Santiago” -hoy “Arzobispo
Gelmírez”- en la plaza de Mazarelos, en él impartió clase, entiendo, durante
ese curso y durante unos meses Alcalá Venceslada. Con este empleo, más su debut
como colaborador en la prensa, se ve que esta primera mitad del año 17 dio
mucho de sí. A la espera de la información del “Arzobispo Gelmírez” estoy: doña
Nieves López tiene el encargo, que me concreta -¡muchísimas gracias!-: la profesora
Mascareñas, todo servicio con ese amable tonillo del español en gallego-.
Así pues, ya tenemos pluriempleado al
bibliotecario: por la mañana en la Universidad, de diez a dos, y en las clases
que tuviere que impartir, como ayudante; y por las tardes de seis a nueve en la
Biblioteca de la Económica.
La provincia: Semanario popular independiente, editado en
Pontevedra, afirma que ya ha comentado en ocasiones anteriores sobre el
abandono en que se haya la Biblioteca de la Universidad de Santiago sin que
ningún periódico “de la capital intelectual de Galicia” se haya hecho eco
porque “publícanse allí cuatro diarios que son una verdadera lástima”; y
continúa
Sin embargo, tenemos que consignar hoy
una nota que honra a Compostela. Nos referimos a la Biblioteca de la Sociedad
Económica de aquella ciudad, a quien tributa la flor de sus cariños, nuestro
buen amigo don Antonio Alcalá Venceslada, bibliotecario de la Universidad.
Esta Biblioteca hállase abierta al
público todos los días laborables de seis a nueve de la noche, las mejores
horas para que todo el mundo la visite.
Todas las ciudades gallegas deben
imitar este ejemplo, y la precursora debe ser Pontevedra.
Nosotros brindamos la idea, que, como
muchas otras no menos loables y simpáticas apoyadas en estas columnas nacientes
y pujantes, será acogida con un silencio desesperante y cobarde.
En otro artículo
del Diario de Galicia, tras el trabajo realizado por Alcalá en la
Biblioteca de la Económica, se vierten unos datos espléndidos obtenidos del
cambio que se había producido en su uso… Doy algunos:
Biblioteca de
la Universidad |
Biblioteca de
la Económica |
||
Lectores |
456 |
Lectores |
924 |
Obras
consultadas |
Obras
consultadas |
||
Teología |
3 |
|
|
Jurisprudencia |
29 |
Jurisprudencia |
29 |
Ciencias y Artes |
95 |
Ciencias y Artes |
107 |
Bellas Artes |
104 |
Bellas Artes |
505 |
Historia |
68 |
Historia |
157 |
Miscelánea |
184 |
Miscelánea |
126 |
Es momento de retomar su trantrán,
lento pero constante, con el deseo de un destino en su tierra y su vuelta a
Andalucía. El camino que usa para conseguirlo es el mismo: escribirle a
Rodríguez Marín y buscar sus consejos y recomendaciones. En este caso la carta
está fechada en Santiago el día 2 de enero de
1916.
Comienza el jaenero por deshacer un
entuerto habido entre un primo suyo, ignoro quién fue, que le dio una
información errónea sobre el destino como bibliotecario de su amigo y colega
Javier Lasso de la Vega, facultativo como él del Cuerpo de Archivos,
Bibliotecas y Museos. Será según refiere Alcalá el mismo Lasso quien deshace el
lío por carta en la que le: “dice que con fecha 26 ha pedido la excedencia y
que me lo avisa para que yo empiece á gestionar mi traslado si es que sigo en
la idea de ir á aquella tierra”. A renglón seguido Alcalá le comunica el
despliegue de recomendaciones que ha pedido, aunque con el solo concurso del
propio Rodríguez Marín todo podría estar resuelto “escribo hoy á Don Pedro
Borbolla y á Don Lorenzo Domínguez para que ayuden en el empeño; que muchos
amenes[1]… Sé que Vd. tiene más que
puede, con solo sus asuntos y que no es amigo de las intrigas ministeriales,
pero también sé, que cualquier indicación suya á Burell, don Natalio y
Fernández Victorio, Maeses Pedros ahora
del tinglado, ha de ser atendida inmediatamente”.
En primer lugar, al hilo de lo escrito
por su carta, verá el lector que Alcalá procura dejar la menor rendija posible
a la intervención del azar para sortear posibles disgustos, porque todo lo que
puede salir mal…, sale mal naturalmente; en segundo, y para evitarle al lector
rodeos y para que se haga una idea de quiénes lo podían recomendar para el
caso, aclaro: Don Pedro Borbolla, que él escribe, era pariente de los
Alcalá, pues su hijo Antonio Rodríguez De La Borbolla y Serrano se había casado
con María del Carmen Alcalá y Henke el 2 de febrero de 1906, prima hermana de
Alcalá Venceslada; en ese año 1916 seguía siendo diputado por Sevilla y había
estado hacía unos años en el gobierno de Romanones, que seguía siendo el
presidente del gobierno en ese año. El citado don Lorenzo Domínguez era
Lorenzo Domínguez Pascual, también sevillano como el anterior, que perteneció
al Partido Conservador y fue diputado por Los Alcores desde 1981 hasta 1923,
había sido ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes en 1904 con Antonio
Maura y en el momento en que nos hallamos era el Gobernador del Banco de
España. Los otros tres valedores a quienes Alcalá pretende que don Francisco
acuda a ellos son: Burell, es decir, Julio Burell y Cuéllar, cordobés y
del partido liberal, que en 1916 era el ministro de Instrucción Pública y
Bellas Artes y lo había sido en años anteriores, y volvería a serlo de la misma
cartera en un gabinete de Romanones entre el 9 de diciembre de 1915 y el 19 de
abril de 1917. Don Natalio, era Natalio Rivas Santiago, granadino, del
partido liberal como el anterior, y subsecretario de Instrucción
Pública con Julio Burell. Con Fernández Victorio se refería a
Augusto Fernández-Victorio y Cociña, que era el jefe de la
Oficina de Archivos, Bibliotecas y Museos del Ministerio de Instrucción Pública
y Bellas Artes. Y por si no había amarrado Alcalá suficientemente bien sus
deseos, por si acaso, añade en una posdata sobre la solicitud que acompaña para
cambiar de destino: “Si la solicitud no vá en forma, tenga la bondad de
decírmelo para hacer otra y remitírsela enseguida”. Conservadores o liberales,
tanto le da para conseguir sus intereses y acude a unos y otros sin problemas:
hombre prevenido vale por dos, que quien no tiene padrino…
Había transcurrido todo el año 1916
sin que se produjera la vacante esperada en Andalucía y, por tanto, la
posibilidad de traslado desde Santiago. Retoma las gestiones para regresar a su
tierra. El 26 de enero de 1917,
escribe a Rodríguez Marín con papel timbrado de la Biblioteca de la R. S.
Económica de Amigos del País.
En esta oportunidad le explica que le
han escrito desde Madrid: “anunciándome que el Jefe de la Bca
Provincial de Málaga, Don Lope Barrón y Ochoa, ha solicitado su jubilación”. Ve
así la posibilidad de poder ocupar esa plaza, aunque no parece que le importe
exactamente dónde, pues afirma que, si entre la adjudicación de la plaza
malagueña y la posibilidad de que otra quedara libre, que le daba igual: “no me
importaría ir, en vez de a Málaga, a Cádiz, por ejemplo”. Por segunda vez se vuelve a hablar de Cádiz.
No se concretaba el cambio de destino
del bibliotecario jaenero, pero no por ello cejaba en su empeño. Quizá la
lluvia de Santiago de la que escribía con afán Pérez Lugín en La Casa de la
Troya y ese “ambiente de mortal tristeza [que] invade la ciudad” le
recordaran al usar el paraguas que su casa y el sol estaban al sur (y su molestias
estomacales; ya hablaré de ellas). Todo el largo proceso de su retorno, por las
cartas de unos y otros, entre Alcalá y Rodríguez Marín, entre Bustamante, jefe
de Alcalá en Santiago, y este; las solicitudes de Antonio Alcalá al Ministerio;
las contestaciones de este y los escritos del propio Bustamante para admitir la
indeseable, para él, marcha de Alcalá precipitan y concretan
su marcha en septiembre del 17.
Escribe
Antonio Alcalá, y ahora sí transmite nerviosismo e impaciencia, a su ya amigo y
Jefe don Francisco Rodríguez Marín. En esta oportunidad, usa unas cuartillas
con el membrete de la Biblioteca de la Universidad, tal y como hiciera en otras
cartas: “Biblioteca Universitaria. Santiago de Compostela. Particular”, pero en
ese caso curiosamente sin fecha. Era norma suya que
él consignara el lugar desde el que escribía y la fecha al final de la carta,
pero en este caso, al no concluirla él, quizá lo olvidó.
Le
pide cierta confidencialidad e ignora si ya tiene noticias de lo que le va
contar. Le explica que el bibliotecario de Cádiz, don Ricardo Gómez Sánchez, le
ha escrito una carta “larga y lacrimosa”, que se encuentra mal financieramente,
y “me expresaba su resolución de pedir su traslado á Simancas dejándome, si lo
conseguía, libre la plaza que él ocupa actualmente y haciéndome por ellos unas
proposiciones fantásticas”, de las que no da cuenta ni sé cuáles fueron. Lo que
sí sabe Alcalá es que el señor Gómez Sánchez no se marcha motu proprio de
Cádiz, según le dijeron a su paso por Madrid. Teme Alcalá que la Junta
Facultativa de Archivos, Bibliotecas, y Museos,
decisiva al otorgar los posibles cambios de destinos, niegue su deseo a
Gómez Sánchez “estando tan reciente lo otro”, sin dar Alcalá noticia que sea
esto otro; tampoco él ha querido dar a entender en una carta de
respuesta a este que él sabe más de lo que le había contado, a su vez, en la
carta que le escribió. Alcalá no entra al trapo de la negociación que Gómez le
propuso y, a su vez, le hizo otras propuestas más absurdas, si tuvieran cabida
y así “quitarme la mosca de encima y agobiado por la lluvia de telefonemas” que
lo dejara de una vez en paz. Sea como fuere, algo salió mal en lo proyectado
por Alcalá y le consulta a Rodríguez Marín qué le parece que le escriba a
Gómez, diciéndole que “mi solicitud ya está en
Madrid, y con ello no miento como Vd. sabe y le diré también que he comenzado á
hacer las gestiones necesarias, aunque nada haga. ¿Qué le parece?”. Y añade: “Y
si habla Vd. con Aguirre este podrá enterarlo del asunto con pormenores”. Aguirre
era Ricardo de Aguirre Martínez-Valdivieso, se
ve que amigo o conocido de Alcalá, facultativo del Cuerpo de Archiveros,
Bibliotecarios y Arqueólogos y en ese momento debía de trabajar en
el Museo Arqueológico Nacional (fue detenido por la Guardia Nacional
Republicana el 27 de septiembre de 1936, y fusilado sumariamente
dos meses después, a los pocos días de la incautación del monetario y el
Tesoro de los Quimbayas en el antedicho museo).
Le continúa contando que su
jefe en Santiago, el señor Bustamante, de quien ya hemos hablado, ha tenido un
“rozamiento con el otro compañero, con el que no ha llegado á identificarse, ni
creo que llegue, y a al ver que yo estoy a punto de marcharme, yo, que he
coincidido con él desde el principio en el modo de pensar y sentir, se le
cayeron, como decimos por allá, los palos
del sombrajo”. Era lógico que el jefe temiera el cambio de Alcalá, pero
comprende que quiera volver a su tierra, tener su casa y dejar “esta vida de
patronas que no está mal por poco tiempo”. Bustamante le pide que le deje
espacio en la misma carta para ponerle él unas letras a Rodríguez Marín a quien
le dice que Alcalá ha expresado perfectamente lo que él piensa y siente y
añade: “Solo siento que al llegar el momento de la marcha de este buen amigo,
me voy a quedar sin un poderoso colaborador muy difícil de reemplazar”. Hasta
aquí los vericuetos del deseo de traslado de Alcalá.
Para las siguientes noticias
de Alcalá Venceslada y su embrollo de cambio de destino hemos de acudir a la
solicitud oficial, escrita de su puño y letra por el bibliotecario jaenero y
fechada en Santiago el 22 de septiembre de 1917,
donde afirma que a sabiendas de que se halla vacante la plaza de Cádiz la
solicita para sí (¿Qué pasaría en Cádiz?): “por convenir así a su quebrantada
salud y por tener toda su familia en Andalucía”. ¿Qué ha ocurrido con Gómez
Sánchez? Me ha costado unas horas averiguarlo, pero lo he hecho, aunque en este
texto, largo y enrevesado, no viene al caso. ¿Cuáles son los quebrantos de
salud que padece y alega Alcalá? Lo ignoraba, y ya los sé. La segunda parte de
su alegación era que toda su familia estaba entre la provincia de Jaén y la de
Sevilla.
También hallo un documento
escrito a mano y en papel oficial, en el que el señor Bustamante, el jefe que
se sentía abandonado en Santiago, escribe desde allí dos días después, el 24 de septiembre, y afirma que
“Desgraciadamente para este Centro, los motivos en que funda su petición son
rigurosamente ciertos, razón por la cual, nada puedo oponer a ella”. El escrito
está dirigido al Ilustrísimo Sr. Subsecretario de Instrucción pública y Bellas
Artes.
Como vemos todo se precipita
de modo vertiginoso e interesante, con muchos factores en juego, y casi lo he
podido seguir al día. Hallamos, por último, un escrito con fecha 29 de septiembre, donde el secretario de la
Junta Facultativa de Archivos, Bibliotecas y Museos, insta al ministerio, tras
una reunión y de recibir un escrito urgente por parte del señor delegado de
Hacienda de Cádiz solicitando que se
cubra de inmediato la plaza que ha dejado vacante don
Ricardo Gómez Sánchez. El secretario de la Junta, Álvaro Gil
Albacete, pide y concreta que “D. Antonio Alcalá Venceslada, se traslade a
dicho funcionario desde la Biblioteca Universitaria de Santiago, al mencionado
Archivo de la Delegación de Hacienda de Cádiz”. Lo que
se concreta el día 10 de octubre por parte de la Junta.
El 21
de noviembre del 17, Bustamante da cuenta de nuevo al Ilustrísimo
Sr. Subsecretario de Instrucción pública y Bellas Artes de que el bibliotecario
Alcalá Venceslada ha causado baja desde el 19 de ese mes por Real Orden con
fecha 20 de octubre del corriente. Esto mismo confirma ya Alcalá, dirigiendo su
escrito al mismo destinatario, en un papel sin membrete y solo personalizado
con un sellado de tinta donde se puede leer: “ARCHIVO PROVINCIAL DE HACIENDA”;
comunica que con fecha 18 de diciembre “he
tomado posesión del cargo de Archivero de Hacienda de esta provincia”.
Con su nuevo destino se cumplían los
deseos del bibliotecario Alcalá Venceslada que no había cejado en su empeño por
volver a Andalucía, al margen de que, en Santiago, insisto, no parecía que
estuviera mal en apariencia. Imposible no poder evitar cierta saudade al
despedirse de la ciudad, de los amigos… La maleta ya hecha, un último abrazo al
Apóstol, un paseo bajo la lluvia por las rúas tantas veces recorridas, unas
tazas de ribeiro con los amigos, una fiesta y una placa de plata de despedida:
Diario de Galicia a Tucho Castelo
Santiago de
Compostela, 1917.
[1]
El refrán completo es que “Muchos amenes llegan al cielo”, es decir
que es buena la oración constante para la eficacia de aquello que se desea
alcanzar.
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