Iglesias Amorín, A.; Rodríguez Álvarez, E.,
HISTORIA DE SANTIAGO DE COMPOSTELA
Dado el caso y la
naturaleza de mi investigación, en esta oportunidad la obra que comento lo hago
de forma parcial, pues me centro en la época en que Alcalá Venceslada está en
Santiago: desde el año 1915 a 1917, en los que trabaja como bibliotecario de la
Universidad. También fue bibliotecario de la Real Sociedad Económica de Amigos
del País, donde realizó una labor que incluso fue alabada por la propia prensa
local. Fue colaborador de varios periódicos: y en particular del Diario de
Galicia, donde escribió con el seudónimo que servidor usurpó muchas décadas
después, de Tucho Castelo (Antonio Alcalá, en gallego).
Me centro en el
capítulo IV de este libro que comento y que recoge noticias del siglo XIX y se
extiende hasta el siglo XXI. Mi recorrido del camino se inicia en el XIX y hace
parada y fonda en la Dictadura de Primo que excede ya los años de mi afán. Me
permito aquí hacer notar una curiosidad: no hallo entre los documentos de Alcalá
nada que lo vuelva a relacionar con la ciudad del Apóstol, la biblioteca de la
Universidad… ¡Nada! Es curioso que solo consta una placa en plata, que sí se
conserva en la que los compañeros del Diario de Galicia homenajean al
andaluz que vuelve a su tierra. Punto y final a Galicia.
Me ayuda el texto que
leo. Sencillito. Resumen académico de otras obras de las que sus autores toman,
lógico, lo que otros han investigado y estudiado con más amplitud y profundidad
en monografías. Es así porque quizá se dirigen a un público más amplio. Lo comprendo
y me parece sensato y lo agradezco, porque me sirve; sin embargo, el
maniqueísmo simplón de los autores no ofende por ser tan ridículo como un torero
asomado a la tapia derribada de Berlín: ridículo; insisto: no ofende: solo
provoca el esbozo de una sonrisa misericorde. Todo cuando haga la Iglesia o los
católicos es oscuro, atrasado, tenebroso y cuanto hagan liberales o estatistas
es luminoso, eficaz y laudable. Un ejemplo de lo que digo lo hallamos en el
comentario de las universidades y la influencia de la Iglesia en ellas.
Hermosa y monumental ciudad,
Santiago. Su catedral, su plaza del Obradoiro, hoy, de Alfonso XIII entonces.
La presencia del Apóstol, patrón de España. La conservación de una ciudad de
corte medieval… De forma justificada se merecía Santiago la definición de
Valle-Inclán como "la ciudad de las conchas... inmovilizada en un sueño de
granito, inmutable y eterno".
El autor reconoce y declara que suspendió en 1º de fotografía.
Cuando Alcalá llega a
Santiago de Compostela vive con su hermano Juan Manuel en dos hospederías.
Ignoro por qué se cambian de una a otra. Su hermano ya era conocedor de la
ciudad porque, supuestamente, cursaba intermitentemente Farmacia, peregrino de
Granada a Madrid, de esa a Santiago y vuelta, para después volver de nuevo. Hacía
unos meses que había muerto Eugenio Montero Ríos, el gran cacique santiagués,
el gran conseguidor de mucho de cuanto en la ciudad había de valioso en los
últimos años: Mejoras en la Universidad y algunas facultades (Medicina,
Veterinaria), cambios urbanísticos, la llegada del tren, etc. Es Santiago, una ciudad
pequeña, a la que la Universidad vivifica algo, aunque sigue hundida cuando
Alcalá llega aún en restos del XIX que se adentran en el XX. Se pretenden
ampliar calles para que haya mejor circulación de carretas y diligencias, se
derriban impedimentos como grandes cornisas, voladizos, soportales… que alivian
de la lluvia continúa, pero impiden un supuesto progreso que comporta la circulación
de los citados vehículos. No deja de contrastar con la inusitada y curiosa actividad
de los campesinos en la ciudad: laboreo que no había leído en ningún lugar de
los que había paseado de la mano de la vida de Alcalá, ni había oído ni leído
de ningún lugar en mi vida. Recuerdo que, siendo niño, el mugrero, pasaba por
las casas recogiendo la basura que cargaba en los serones de un burro y se la llevaba
para hacer estiércol o sepa Dios qué: el burro del mugrero olía como los
actuales camiones de la basura, pero en intensidad acorde con el volumen que
transportaba y, por tanto, menos que los camiones que recogen la basura al
transitar por nuestras calles. Los campesinos en Santiago recogían las heces y
las basuras que se arrojaban a las calles para hacer con ellas estiércol.
Por lo que sabemos y
vamos descubriendo, no parece que le vaya mal a Alcalá por Galicia: está
valorado en su trabajo, se ha imbricado e implicado en la cultura de Santiago,
conoce a personas, tiene amigos, pero pronto empieza a buscar su retorno a
Andalucía. Tan pronto como una carta que escribe a Rodríguez Marín en la que le
viene a decir que quiere bajarse a Andalucía lo antes posible. La carta está
fechada el 6-9-15, es decir: ¡ni un mes llevaba en Santiago! Le recuerdo al lector
que lo comenté al hilo de La casa de la Troya de Pérez Lugín… Lleva poco
¿y le incomoda el agua que de continuo cae?… No dejará de tantear el Jefe
-cómo suelen llamarlo- de los bibliotecarios españoles, hasta lograr un nuevo
destino que será Cádiz. Allí iré también yo con mis bártulos. De momento Alcalá
ha de esperar hasta el 17. Intuyo que poco a poco se va acomodando más y mejor
a cuanto encuentra en Santiago y si es cierto que espera, no parece desesperar.
A mí también me queda trecho por averiguar de sus andanzas por Santiago… y sus
plazas de toros.
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