Conocía la vida a
grandes rasgos del poeta-pastor y no son muchas las novedades que encuentro
para mí en esta obra: son quizá más que de contenido de grado:
– No recordaba que la relación con Josefina fuera tan
precaria e irregular; muy escasa y en muchos momentos muy insatisfactoria en
todos los sentidos;
– olvidé o no supe nunca
que la relación de Hernández con su padre fuera prácticamente nula y que la
animadversión de su padre fuera tanta;
– la terquedad absoluta
del poeta hasta alcanzar la necedad;
– ignoraba que fueran
tantas las insistencias para que cambiara de opinión, o hiciera como que
cambiaba, en su propio beneficio, lo que no admitió, y que fuera Cossío, quien
tanta amistad le había mostrado, uno de los comisionados para ello;
–
sabía de la mala salud de Hernández, pero no que la hubiera arrastrado durante
tantísimos años: casi desde su niñez por deberse a un tiroides enfermo;
–
me ha ilustrado mucho lo leído sobre Pepito Martín, Ramón Sijé;
–
no sabía que toda su vida fue un
pedigüeño recalcitrante, hasta la misma cama donde murió;
– nada descubro que me dé más luz sobre sus poemas, que es lo que me interesa, en definitiva.
Sin duda alguna la
lectura de esta obra se ha visto condicionada por la inquina y el rencor con
que ha sido escrita por Ferris que, a mi juicio, ha malogrado su investigación
y su obra en aras a una ideología trasnochada y conservadora como es la
marxista. Entiendo que las biografías, como otros textos, se escriban de
rodillas, pero no hace falta tener un arma cargada en la mano para disparar,
que es lo que hace Ferris y se puede demostrar en incontables pasajes con un
grado absoluto de evidencia. El libro, añado, por lo que sé está bien escrito,
con una claridad que hace la lectura ágil, aunque sobran hagiografía e incienso
para Miguel, desde mi punto de vista. Algunos de los planteamientos del autor,
adulterados por los adjetivos y las aposiciones, hacen enojosa la lectura;
algunos largos circunloquios afeando la conducta de los otros, los
fascistas malos, juzgando intenciones, condenándolos, queman porque rompen
el equilibrio y más son propios de comentarios de cafetería que de un libro de
un profesor universitario que busca la verdad y debe intentar, por lo
menos, ser ecuánime, sin manchar sus razonamientos, insisto, con adjetivos
tendenciosos; ¡salvo que esta fuera su intención!, realidad que así considero,
por lo leído. Recuerdo una postal de Jaime Capmany, que no he
encontrado, en la que con salero y gracia hablaba de las hornacinas donde
colocar a los santos de la derecha y los santos de la izquierda. Sin duda, para
Ferris, Miguel Hernández, por lo que sabemos, no alcanzó a ser virgen, pero sí
santo y mártir… de la izquierda. Sin duda sobra maniqueísmo al autor, y nos
falta a todos el abrazo del perdón por lo sucedido ya mismo va para un siglo: carecemos
de la “serena objetividad”, que también se cita en el libro.
Me ha sorprendido
mucho, arriba lo he dejado escrito, que, si para el Ferris, Miguel es “un
profundo idealista”, “inconsciente a veces”; para Carmen Conde es “el más
inocente y confiado de los muchachos”; para el juez militar “es un gran poeta:
eso lo reconocemos todos; pero es tonto”. ¡Y es que no se puede ser sublime en
todo y de continuo!, que escribió d’Ors. Terminada la guerra, no quisiera ser
tan tajante como el juez, pero Miguel no actúo ni con inteligencia ni con
astucia y fue él solito quien se metió en el saco de los problemas y armó la
soga de su desgracia. Sus declaraciones en Portugal no fueron atinadas, desacertada
su vuelta a Orihuela tras salir de la cárcel en Madrid, casi por error. No se
puede ser terco e inteligente; se puede ser tenaz, pero no testarudo y lúcido…
Es obvio que Miguel valoró más su ideología (si es que llegó a tenerla
cimentada, realidad que no creo) que la posibilidad de vivir con su mujer y su
hijo, ciertamente la valoración de esa realidad solo la podía hacer y elegir
él.
Soy partidario de
conocer las vidas de las personas para conocer los motivos por los que
actuaron, hicieron, pensaron, etc. de tal o cual manera. Sin embargo, muchas de
las vidas de escritores, las que más y mejor conozco, no están a la altura de
sus obras, y a lo peor no tienen por qué estarlo. En la vida de Miguel hay
mucho de mentira: el poeta-pastor y así, el personaje que él mismo, y otros,
montan tras su cara de patata es solo propaganda (trabajó menos años de pastor
que de empleado de Cossío); Ferris confirma que Miguel solía mentir, y no solo
sobre pequeñas realidades que ocultaban a Josefina su estado real en las
distintas cárceles; vista la historia, la Historia, la elección del comunismo
como salida vital no fue ciertamente acertada…
Podría escribir
muchísimo más sobre la obra de Ferris. Acompaño el folio escaneado donde he
tomado las notas mientras leía… Me quedo con la afirmación de Buero: Hernández es
un poeta necesario y añado: como tantísimos otros, que se ven relegados al
olvido, como el mismo Miguel a quien ignoro quién leerá ahora, si no es lectura
obligatoria en bachillerato. A quienes amamos la Literatura, la Poesía, siempre
nos quedarán muchos poemas, insisto, necesarios para dar holgura y
oxígeno y libertad y perspectivas bellas a las vidas que vivimos; pero no
quedará como ejemplo su vida y menos aún con ayudas como las de Ferris.
Reitero: de haber
tenido conocimiento de la inquina, el odio del autor, en particular contra la
Iglesia católica, por razones obvias para mí, hubiera sido motivo sobrado para
rechazar la lectura de este libro (son muchas páginas para tan magra barja) porque
no es que no comparta con el autor muchas de sus afirmaciones contra aquella,
es que sencillamente son falsas por descontextualizadas, hiperbólicas, sesgadas…
Estas leyendas negras, estas manipulaciones son vallas de tiernos brotes que se
comen no ya las cabras, sino las ovejas. VALE.
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