¡Ay charlie!, he de contarte una pena
que sale en quejío… ¡Ya sé qué dijo don Miguel… de Unamuno que: “la queja mata
el contento”!, pero hay realidades ineludibles, necesarias y de las que callar
sería más que dejación, cobardía. Te explico.
Me desagrada abordar el asunto del que
me ocupo, te digo, porque estoy convencido de que hay realidades que cuanto más
se airean más y más y peor huelen. Tengo a su vez la convicción de que la
verdad no ofende, ay faraón: eso lo inventó quien era muy amigo de Platón y no
tanto de ella. Y quiero mostrar mi desacuerdo y la contrariedad que siento: lo creo
un deber ciudadano. Jindama sería recular.
Hace unas entradas comenté aquí que,
por casualidad pura, se muera papa, en una visita al Santuario de la Virgen de
la Cabeza en Andújar, al que está especialmente imbricada la historia de mi
familia, ¡tú sabes!, me sorprendió una escultura de Miguel Hernández “en el poblado del Santuario de Nuestra
Señora de la Cabeza, […] que pasará a los anales de la historia, porque el
mundo de la cultura y del arte alcanzaron lo sublime en la zona”, según JOSÉ
CARLOS GONZÁLEZ[1],
autor de semejante hiperbólica loa, ¡menudo sahumerio!, de quien tomo la
noticia. Ignoraba esplendente hecho. También nos informa el plumilla del título
de la obra escultórica de Pedro Quesada, bastante explícito, por otra parte: “Miguel
Hernández inspirándose en el paisaje olivar para su poema 'Aceituneros' y
brotando de las hojas de su cuaderno una rama de olivo”. Añade que dijo en
el “acto el concejal de Cultura, Juan Francisco Cazalilla, «la poesía que
engendró en estos riscos trató de arrojar luz en aquellos tiempos tan oscuros y
se acercó a las clases más desfavorecidas», espetó el concejal de Cultura”. ¡Mira,
espetó, ahí en na! Y concluyo citando unas palabras del alcalde, que tampoco se quedó corto en su apología: “Pedro
Luis Rodríguez, se congratuló que desde el municipio se ensalzara a una de las
figuras principales de la literatura del siglo XX y se recordara su paso por el
Santuario de Nuestra Señora de la Cabeza durante la cruenta Guerra Civil”, ¡ay
mira qué detalle!
A mí, sin embargo, y sin ningún respeto por estas ridículas excusas,
necedades explícitas aparte, me parece una memez catedralicia poner una
escultura de un primo que la última vez que estuvo allí solo fue como parte de
los contendientes de una guerra y, por tanto, a hacerla con las armas de que
dispuso: entiendo, por lo que sé, de un fúsil, pues no llevaba su lapicillo al
frente; los artículos los escribía después, según contó. Colocar una escultura
de Hernández justo ahí es como mentar la soga en casa del ahorcado; es un
trágala más de estos renovados tiempos de exacerbación reverdecida del odio y
la inquina; es un acto más de exaltación de los santos de la izquierda… ¿Y no
está ya bien -me pregunto- de expandir, fomentar y publicitar el odio, el
rencor, la rabia… de algo que ocurrió hace ya casi ¡cien años!?
¿Sabe usted cuántos días estuvo Miguel Hernández en Jaén, insisto, en Jaén,
no en el Santuario? Calculo que menos de 100 días… ¡ni tres meses! Hernández no
vino a Jaén en son de paz, sino con un altavoz desde el que expandir y fomentar
la guerra. Hernández, como los comunistas madrileños, también, el tiempo que
vivió en Jaén, lo hizo en un palacio requisado: no les bastaba con un piso, con
unos pisos, con una casa o una chabola. Alberti y su troupe de camaradas pasaron
la guerra en Madrid en el palacio de los Heredia-Spínola de donde, por cierto,
se llevaron cuanto de valor hallaron, pero esa es otra guerra. Mientras
Hernández vivía en un palacio requisado de la calle Llana de Jaén, mi abuelo,
que vivía en su propia casa, en esa misma calle, estaba encarcelado acusado por
“desafecto al régimen”, como mi abuela, también encarcelada: ciertamente ellos
no eran comunistas como Hernández…, ni hacían la guerra, pero los mostraban
cavando refugios, para que el pueblo (?) pudiera verlos y humillarlos,
recibiendo las burlas de quienes los veían…
Desde donde han sentado esculpido a Miguel se ven, me temo, más pinos que
olivos, si es que se ve alguno; las grandes figuras de la literatura que han
pasado algún rato, como Hernández, por el Santuario…, y no para hacer la
guerra, son muchas, entre ellas otro Miguel, el de Cervantes que estuvo allí a
finales del siglo XVI y a ninguno se le erigió una escultura y Jaén les debe
mucho más que a Miguel Hernández…, por ejemplo. ¿De qué nos quieren convencer?
¿Qué trola nos están colocando? ¿A qué vienen estas groseras excusas?
Me doy una vuelta por los artículos que escribió Hernández para la prensa
comunista, Altavoz del frente, que lo envió como comisario político,
cultural y poeta-cabrero (?), animador del frente sur, para dar su “peculiar
visión sobre la toma del Santuario de la Virgen de la Cabeza”, como afirma
Maroto García.
Los dos artículos de
Hernández dedicados a la toma del Santuario son: La rendición de la Cabeza
y Los traidores del Santuario de la Cabeza, ambos publicados en mayo de
1937, los días 5 y 13 respectivamente en el citado periódico comunista, Altavoz
del frente. También puede hallarse en este una carta de Hernández en
respuesta a un camarada que rectifica los errores de Hernández al narrar la
toma del Santuario, Sobre la toma de la Cabeza. Carta y aclaración. (La
carta del camarada Celdrán está fechada en Andújar el 7 de mayo de 1937 y la de
Hernández, publicada en la misma página y a continuación, sin fecha).
En ambos artículos, y en la carta, domina el emotivismo en una redacción
precaria en lo formal y el maniqueísmo en el contenido. Es lógico que quien
lucha en una de las partes voluntaria e ideológicamente implicado, como es el
caso de Miguel Hernández, piense que está de parte de quienes tienen razón y la
verdad, siendo él y los suyos, “los buenos”. No hay que aclarar quiénes son los
malos. Escribe por ejemplo que “Su cráneo aglobado, y sus rasgos, curvos hacia
dentro, lo delatan como un hombre feroz, rapaz y mezquino”, como se comprenderá
esta prosopografía, además de poco afortunada, el lector, por su contenido, seguro
que acierta a quién corresponde: al capitán Cortés, a quien curiosamente, según
el mismo Hernández cuenta que vio llevándoselo en una camilla porque: “ha sido herido en el
vientre, al intentar impedir la salida del sótano a las mujeres, por el último
morterazo. Esto me dijo un compañero señalándome la carretera por donde cuatro
camilleros se alejaban. Sentía yo más avidez de enfrentarme con las mujeres y
los niños que de ver al siniestro cabecilla”: es curiosa la descripción de
quien apenas ve… y, además, desde lejos. Es lógico que un periódico de combate
en medio de una guerra ensalce lo propio y ridiculice lo ajeno… Los nuestros
son héroes, no así los hay entre los otros; los nuestros carecen
de medios, pero les sobra moral de victoria y razón, mientras los otros
han sido arrastrados por la burguesía y la Iglesia y soportan obligados y de
mal grado su penosa situación; unos, los buenos, los nuestros, apenas
tienen armas y los otros, los profesionales, los malos, tienen
excelentes medios y armamento, pero son vencidos…
Foto de Miguel Hernández en el Santuario de la Cabeza.
Miguel Hernández, el poeta necesario, que
dijo Buero no tuvo buen tino al elegir el bando que ya mostraba allí donde su
ideología se había impuesto, en Rusia, su peor y más feroz rostro (de allí vino
él desalentado por lo visto en el paraíso comunista). Tampoco manifestaba
amable faz esa ideología en la España que deseaban que caminara por aquella
senda… Hernández no fue al Cabezo a rezar a la Virgen ni en son de paz ni a
pedir por ella… y, entiendo, que la escultura erigida ahí, donde la vi, es una
afrenta innecesaria en frío, como las venganzas repudiables. ¿No se quitan -con
razón muchas veces- los símbolos de los otros? ¿Por qué ponemos estatuas
de los nuestros que regeneran el odio? Sinceramente creo que carece de
razón verdadera y sensata y un error haber puesto esa hermosa escultura del
poeta de Orihuela ahí.
[1] Ideal, 1 de abril 2023, https://andujar.ideal.es/estatua-recordara-posteridad-20230401194915-nt.html.
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