Desde mi perspectiva
ABC, 07-07-2020
Un bebé nace agarrado al anticonceptivo que tenía
implantado su madre
Se cree que el DIU se movió de su
posición original y se volvió ineficaz
Lo primero es dar gracias a Dios porque, siempre, era
una bendición de Dios la llegada al mundo de un bebe. En esta ocasión, además,
traía la singularidad de no traer un pan debajo del brazo, sino un DIU en la
boca. En la antigüedad acudirían al arúspice para que dijera del destino y el
sentido de este bebé arrojado. No soy adivino, pero apunto la idea de que un niño
que nace con esta rabia y ese coraje es un ser especial: viene al mundo
saltándose la voluntad de sus padres que no lo querían, que no lo deseaban,
que… ahora, seguro, se han encontrado con la maravillosa vida de un hijo. Ahí tienen un Hernán Cortés, un Fray Junípero
Serra, un Quijote… Gentes capaces de lanzarse con una cruz o una espada a la
aventura de amor que supone la entrega a una causa grande y noble. ¡Bienvenido
el nuevo zagal!
Escribí que “era una bendición de Dios”
porque desde la última revolución sexual de los 60 en Occidente, el llamado
control de natalidad –¿por qué los eufemismos éticos tienen nombres tan largos?
¡Porque no llaman al pan… pan!, y hay que dar un rodeo para vestir a la mona de
seda-… produjo la quiebra entre el coito y la procreación. El coito pasó a ser
“hacer el amor” –otro constructo sintagmático eufemístico-: la procura
exclusiva del placer propio (no se me refute con un “eso ocurrió siempre”, pues
hasta el siglo XX no se usaron masivamente los anticonceptivos: todos conocidos
desde la antigüedad; en concreto del “DIU” ya lo habló Hipócrates). El hombre
dicen es el único ser que bebe sin sed y copula en cualquier época del año… ¡y
hora del día! ¡Y la responsabilidad “largo me lo fiais!, pero llega.
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