Un título así tiene una novela de Faulkner que se completa con otras dos y que leí en la mili. Tres partes tiene este libro de Chaves Nogales que me recomendó Jacobo Cortines Torres. Andaba yo entonces tras el sentido de la gracia en Andalucía, en los andaluces. Qué entender por ella. He disfrutado de la lectura, si bien poca cosecha pude recoger para mis almacenes de hogaño, cuyo interés se encuentra en la vida de Alcalá Venceslada.
De las tres partes citadas
del libro de Chaves leo con especial agrado la primera y con algo menos la
tercera, la segunda es puente que lleva de una a otra, y la más floja, según mi
opinión. Apenas empiezo a leer me acuerdo de José Martínez Ruiz, mi admirado Azorín
de quien tanto he leído. La oración más corta que larga. La descripción hecha
de teselas diversas, impresionista… Yo, si fuera de Sevilla, me gustaría que me
hubieran dicho que leyera, al menos, esta primera parte de la obra de Chaves
Nogales. A mí, que soy de Jaén, me hubiera gustado que alguien hubiera descrito
mi ciudad y sus gentes con ese cariño y esa evanescencia. Con solo leer el
pasaje del pintor de muñecos, la descripción del barrio de los judíos y el de los
gitanos… ya mereció la pena el viaje por esta obra.
Intenta Chaves Nogales,
es cierto, describir su ciudad para concluir que es imposible hacerlo. Intenta
Chaves Nogales, no es menos cierto, describir a los sevillanos para concluir
que es imposible hacerlo. ¿Y qué es entonces lo que hace en casi doscientas páginas?
Pues nos sirve un imposible, ya digo, en pequeñas fracciones, pero que lo diga
él:
Hemos dicho antes que la literatura de nuestra
ciudad no se había hecho. Tal vez no haya nada capaz de producirla, pero puesto
que la definición actual no nos satisface, vayamos contra esa definición, sin esperar
la aparición del artista genial que sea capaz de darnos una nueva cifra para la
vieja aglutinación. En esta vieja España, atacada de genialismo endémico, Sevilla
únicamente sabe mantenerse inmune, y no tolera genios, ni admite definidores.
En otras ciudades podrá haber hombres geniales, absorbentes, representativos de
toda la colectividad; nuestra ciudad, es ella sola. Como en toda civilización
muy depurada, se ha llegado a un período de ponderación; esa ponderación no se romperá
por nada ni por nadie. La ciudad se ha curado de espanto, y como arrastre de viejas
grandiosidades extinguidas, conserva en su pupila esta mirada inalterable,
sabia, porque sabe de todo lo finito y de la única infinitud.
Lo que así dicho,
comprenderá el lector, es tanto como no decir nada, ¡pero qué bien lo dice! Con
qué agrado se lee a Chaves Nogales. No debe de sentirse el lector burlado
porque se le vayan sus burlescos afanes por el burladero todo de la prosa de
Chaves; que Sevilla toda, se vaya, a ratos riente, a ratos trágica, por momentos
serena o en otros agitada… por el mollejón de la historia. Sevilla, serenamente
trágica, evanescente entre las flores. Es curioso que habla de la presencia de
los ríos en los poemas y escritos de otros autores que hablan de sus ciudades y
que él, que lo señala como tópico, por lógica, lo eluda… No se ve ni se huele
el río andaluz por antonomasia de Andalucía, que por Sevilla cruza buscando la
mar, aunque naciera en Cazorla, según dicen…
¿De la gracia? Me temo que esta también
se nos fue cauce adelante caminito del mar, muerta de risa, confundida con la
pura guasa… Al hablar de la venta de Eritaña (“que paras menos que el tranvía
en Eritaña”, decía mi madre), hace referencia a su dueño, un tal Manolito “un
hombrecito que vive del recuerdo; actualmente es un viejecito simpático, harto
de malicias e historietas picarescas, medio campesino, medio bufón, que sabrá entreteneros
una hora con sus cuentecillos inverosímiles y sus chascarrillos sevillanísimos”.
Y añade:
Es esa gracia sevillana,
no definida, esa gracia complicada que, no por haberse ido retorciendo y quintaesenciando,
ha perdido sus notas características, su frescura, su expontaneidad [sic].
Mientras guiña sus ojuelos y mueve sus labios de modo inverosímil, Manolito os
revelará una manera de ser de esta ciudad, que acaso os cautive, porque, tal
vez, sea la que más acorde esté con la que os habéis imaginado. Mientras, un
bárbaro piano de manubrio va desparramando sus notas macizas, que en este momento
parecen tener un dejillo triste de supervivencia.
Otra
que burla burlando por el burladero se escabulle. Ya se lo dijo la Domi al
Quico en El príncipe destronado de Delibes: por dos pesetas no dan más.
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