No es costumbre, es
norma: no leo libros que no vengan aconsejados por alguien con conocimientos en
la materia y sea de mi confianza. Tampoco bailo con cualquier mujer ni bebo cerveza
con el primero que me encuentro: no tengo ni edad para eso, ni tiempo que perder
en ninguno de los tres casos. ¡Y a veces cedo y me equivoco!
Tomé nota del título de
este libro, pero no recuerdo dónde leí la crítica. Me resultó de confianza e interesante
por el momento que atravesaba: me iba unos días a la playa, no quería llevarme
libros extensos ni densos, quería estar mirando las olas, sentado al sol,
caminar bien temprano por la playa, no dedicarle tiempo al ordenador y este
libro, su título, y su contenido me resultaron sugerentes e idóneos.
El libro lo componen 99
articulitos: no más de cuatro ligeras páginas cada uno, bien escritas, con
muchos blancos, con algunos dibujos esquemáticos en azul (color supuestamente del
agua de las piscinas y del mar, entiendo). Lo que he llamado artículos son
independientes unos de otros, aunque les una un sentido último: el autor quiere
sugerir ideas, más que exponer argumentos, de la importancia que tiene la inversión
de tiempo en no hacer nada, para crecer como persona, para descansar. No se trata
de perder el tiempo, sino de invertirlo en la propia persona en sí por medio de
actividades que se aproximan al naneo para quienes tenemos, yo la tengo, una
mentalidad que le supone al tiempo un interés necesario en rendir…
Mirar al mar, pensar,
estar relajado, mirar por la ventana cómo las personas pasan, ver llover, mirar
las llamas de una chimenea… son actividades que no necesariamente comportan
perder el tiempo, sino invertirlo. Pasear sin destino por una ciudad o por el
campo, una playa, un bosque, sin buscar nada el particular, salvo sentirse, pueden
ser buenas actividades para ensayar, literalmente, sobre el ser propio. “Perder
el tiempo” es ocuparnos en algo o de algo que no nos ayuda a crecer como
persona: toda implicación en el mal y lo malo es una pérdida de tiempo. “Ganar
tiempo” es Invertirlo en cualquier actividad que genere un tempo, un espacio,
interior y exterior, que nos ayude a hallar momentos que nos eleven y favorezcan
el crecimiento interior que conduzcan a lo mejor o a alcanzar una vida lograda;
acometer una actividad, un quehacer, un obrar (¡ojo no confundir “obrar” y “hacer”!)
que merezca la pena, que sea necesario, es ganar tiempo.
Reconozco que no sé
descansar. Tomé conciencia de esto hace más de cuarenta años ¡y en ello sigo!
Tiendo a cambiar de actividad. Muto lo ordinario y cotidiano por algo
extraordinario, ajeno, lejano, inusual… que pronto, sin embargo, me apropio y
hago objeto de mi afán, de mi interés y que me termina por cansar física, psíquica
y espiritualmente. No, no es fácil descansar. No se trata de quedarnos mano
sobre mano, porque pronto comienza esa conversación “con el hombre que siempre
va conmigo / quien habla solo, espera hablar a Dios un día” y por no esperar
empiezo un rato de oración mental o vocal o proyecto y doy pie a soliloquios ¡a
un no parar “por dentro”! El libro me venía y me vino como anillo…
El nombre del autor es un pseudónimo. Ignoro por qué lo usa, pues tampoco he leído ninguna otra obra suya, algunas de gran éxito según el propio autor. Su verdadero nombre es Francecs Miralles, “experto de alcance mundial en todo lo referente al desarrollo personal y la espiritualidad”, según reza en su página web (https://www.francescmiralles.com/).
No deja de asombrarme el
experto que, entre las innumerables anécdotas, citas, comentarios de vidas y
hechos de otros, dichos… no hay ni una cita bíblica, ni una enseñanza cristiana
ni un ejemplo digno de un cristiano entre millones de ellos en más de dos mil
años. Decididamente echa mano del mundo oriental, y miles de años de ascética,
de enseñanzas derivadas o dichas por un tal Jesús y sus discípulos a lo largo
de los siglos, modelos de vidas logradas, los santos… son ignoradas,
marginadas, ninguneadas, desdeñadas, ¿será que no lo conoce?, y no hay ni una
referencia. Muchas de las ideas genialoides de personajes famosos, conocidos,
etc., que nos tropezamos cada seis páginas en El libro de la toalla, las
podemos hallar en el Biblia con unos poquitos siglos más de antigüedad. Citas
de sabios orientales, chinos, japoneses, hindúes… que serán muy conocidos en su
casa a la hora de comer… y que forman parte del acervo humano de toda ascética
que busque alcanzar una vida lograda. Miralles sabrá por qué. Servidor se lo teme.
Tampoco ni un mal refrán del tan nutrido refranero castellano… ¡ni uno!
El libro, sentado en
las playas de Conil, me ha servido para meditar, para recordar. Nada nuevo bajo
el sol, pero ya sabemos que el hombre es animal tozudo que tropieza y olvida…
(por cierto, Miralles tampoco se detiene a clarificar realidades de abstracta
comprensión que cada lector puede entender sepa Dios cómo). No me senté en la
toalla mismamente, que dijo mi paisano (“Señoría, el navajazo no fue
mismamente en la reyerta (?), sino un poco más arriba”), pues eso, que soy más de
silleta de playa, más arriba, donde leo con más comodidad. En cuatro ratos me
he despachado el libro. Leía y meditaba aquello que me afectaba, soltaba el
libro: bañito, paseo de kilómetros y kilómetros… que andar y pensar son
actividades complementarias… Meditar. Comparar lo que sé y lo leído con mi vida
(comparar es necesario… por mucho que diga uno de los sabios citados por
Miralles). Y así me zampé El libro de la toalla.
Muchas de las ideas
expuestas por Miralles se pueden refutar con sólidos argumentos con siglos de sólida
cimentación y crecimiento, por vía intelectual y experimental, pero un libro de
este perfil, creo, no está para discutir con él ni con su autor, sino para
disfrutarlo sentado frente al mar y dejarse llevar por las olas y los renglones
suaves que mueren sumidos en las arenas de las páginas.
Me repito: Doy las
gracias al autor porque me ha hecho meditar serenamente en las playas de Conil
de la Frontera sobre extremos reiterativos de mi existencia. Cierto que nada
nuevo, pero es absolutamente necesario que nos repitan mil veces, incluso desde
distintas perspectivas, una misma realidad que debemos mejorar… ¡hasta que caemos
en la cuenta o aprendemos el camino! o no. Esto defendía el Principito al menos…,
tipo listo este.
Me ha gustado mucho tu comentario del libro. Gracias por exponerlo con toda sencillez, con toda claridad y con todo tu sentir. Gracias
ResponderEliminarPara los que vemos posibilidades en todo, es difícil saber descansar.
ResponderEliminarMagnífica entrada del blog de Antonio José: Me hace saber de una de las pocas cosas que NO HE DE HACER. Un descanso para la agenda diaria. Una vez más mi sincera enhorabuena. PS: La anécdota jurídica exacta es: “La puñalá fue entre el ombligo y la refriega”
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