30 de julio de 2024

RAMÓN en su centenario. REVISTA DE OCCIDENTE

 


Alguna vez creo haberlo escrito antes: no es tanto con obras como con autores en sus obras que, cuando los releo, recupero sensaciones de antaño que suponen una vuelta a un lugar amable y conocido como es el hogar. Esto justo me ha ocurrido con las lecturas de esta Revista de Occidente dedicada a Ramón, lo que así dicho basta para buen entendedor, pues Ramón es solo Ramón Gómez de la Serna.

Empecé a leer a Ramón cuando yo era un muchacho. Lo leía siguiéndolo con la angustia y fervor trepidante de un devoto que no halla el fondo que persigue y continúa su búsqueda afanosa sin descanso. Sus desasosegadas novelas eran una suma de greguerías invención suya, de fuegos artificiales donde en las tramas sus personajes vivían situaciones entre lo inverosímil y la apoteosis de lo increíble.

Era Ramón para mí el mejor escritor conocido comprendo la enormidad de mi creencia, pero tal era y así lo dije en alguna oportunidad. Era Ramón el bosque siempre virgen e inexplorado que tras cada renglón me deparaba una visión de un mundo nuevo e inimaginable para mí, de feliz imaginación y tan paupérrima a su vera. Era Ramón un frenesí continuo en sus lecturas, en sus novelas inacabadas que continuaban en la siguiente o tal vez tras la lectura de otras tres, o cuatro. Era Ramón el escritor inabarcable que, en realidad, era un niñohombre que parecía ir a ninguna parte cargado de razonables sinrazones, pero con una determinación inconmovible… Deslumbrado yo, lector, siempre. 



Se divide el sumario de esta Revista de Occidente de enero de 1988 en cinco grandes apartados de los que el primero lo ocupan variados artículos sobre la obra de Ramón y sus significación desaparecida hoy, como ya entonces, en el 88, quiero decir en la literatura no solo española, sino europea. Se señalan los caminos borrados por la envidia, por las modas, por la vida en sí y así sus novelerías desaparecieron de librerías enteras, cuando no hacía tanto los escaparates se atiborraban de obras de un Ramón siempre indigente, pobre hasta la miseria más absoluta por voluntad propia:  la creación inmisericorde, inabarcable, incabable, escribiendo sin descanso, sin aspirar nunca a dejar de editar por ser quizá el clásico que llegó a ser: no esperes a criarte para clásico… Y así Ramón fue un escritor precoz porque, como alguno de los artículos recoge, era un niño de papá que lo proveía del dinero necesario para editar sus novelas y aquella revista, Prometeo, fundada en 1908, donde Ramón y su hermano Gaspar podían dar rienda suelta a todo lo que les diera la gana, como hoy cualquier bloguero, como servidor, puede escribir de cuanto le venga en gana porque papá paga (su padre también escribía, por cierto, en Prometeo).

Centenario de Ramón que dedica la Revista de Occidente, donde tanto escribió, y donde tanto aprendió el propio Ramón de Ortega el fundador de la misma, hijo este también de papá, rico con periódico, donde el filósofo pudo escribir y explayarse cuanto quiso ¡como otro bloguero más al uso hoy!

Tendría que mirar entre mis fichas y no sé si entre ellas estarán todas las obra que leí de Ramón… No tengo a mano el fichero, pero todo esto leído en estos días en un pispás, sin sosiego, con desmedido afán, me ha vuelto a casa… hasta terminar el apartado completo que la Revista de Occidente dedica como homenaje al ya citado centenario.

Una anécdota para concluir. Un poema de la etapa neoyorquina de Juan Ramón Jiménez como comentario y una pregunta de teoría eran todo el examen final de cualquier asignatura de algún curso en la Universidad que padecí. Nota: un 6. Pido ver el examen. No estoy de acuerdo con la calificación. La profesora alega que no había asistido a clase lo que era cierto, cosa que ya le había yo anunciado que haría; que no había expuesto mi respuesta con el orden establecido por ella en sus clases, lo que era cierto: no usé apuntes de ellas, solo leí obras de los autores estudiados y monografías, algún manual, supongo, porque esto era lo que hacía habitualmente… Un seis inamovible, mondo y lirondo. “Pues le digo le comenté como despedida y desplante torero a la docente… De Ramón sé yo más que usted…, durmiendo. Buenos días”, y me largué. Lo siento ahora, cuando ya es tarde: “esas cosas no se hacen”, aunque fuera verdad.

Ignoro si hoy mis dolores lumbares, de cintura, me permitirían seguir el ritmo sinuoso, alocado y furioso, cargado de regateos… de la prosa ramoniana. No lo sé, pero sí puedo afirmar que lo he pasado en grande recordando aquellas lecturas… ¿o era aquellos tiempos lo que recordaba y añoraba?





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