26 de noviembre de 2024

525-Cano, Javier, EL IDIOMA DE ADÁN

 


Porque habéis muerto; y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios.

                                                                           

San Pablo.

 

De mí parto y a mí llego, sin moverme, sin ser yo solo nada más que NADA, es decir ADAN. Creado de barro que a la tierra vuelvo de continuo, donde permanentemente vivo, un tanto sin vivir en mí ni del todo ir muriendo.

Converso un largo y amable rato con Javier Cano. Teníamos ganas mutuas de conocernos, sin que hubiéramos hallado la oportunidad para ello. La persona afectuosa y acogedora, educada, que selecciona su decir antes de pronunciarlo, que piensa y sabe escuchar… se me antoja muy distinta de quien escribe los versos que en esta obra leo: no le pongo su rostro a sus poemas. Curioso: me veo yo en ellos. Es posible que todo se deba a esa continua segunda persona a quien dirige sus palabras, que son reflexiones y meditaciones más místicas que ascéticas. Es posiblemente que ese tú sea un desdoblamiento del yo del poeta, que a sí propio se dirige embozado y aparentando comunicarse con el tú del lector.

Cuando Juan Ramón, y no hay otro Juan Ramón que el Juan Ramón a que me refiero, estaba a dos tardes y tres metros de morirse, le preguntaron allá, al otro lado de charco, qué sabía de la poesía española, respondió más o menos que no sabía nada porque nada leía de esa poesía y que solo leía la suya: la de los demás no la entendía, dijo. A medida que los años y los libros pasan comprendo aseveraciones de escritores que conozco desde hace años, pero que, ¡sabiéndolas!, no comprendía del todo. Era la mía, en este caso, una comprensión de animal de superficie, que no del animal de fondo que todo verdadero poeta es. Javier Cano es un excelente poeta: se le reconozca o no, se le valore o no… El poeta genuino, como cualquier escritor enrazado, en cualquier género, está en lo suyo que es lo de todos aquellos que quieran escuchar su decir o leer sus escritos, muy al margen de otras realidades.

Se sabe el poeta que medita de su realidad en el mundo originado en la nada y avocado a ella. El origen de la Creación, que está en Dios, sacó todo de la nada y a ella el hombre, naturalmente, tiende. Entre el inicio consciente del viaje de la vida y su sentido último, el retorno al Ser, hallamos, si lo buscamos con verdadero ahínco, que el sentido último de la existencia no pude ser la nada, ¡aunque esta sea siempre tendencia y tentación! El sentido de la existencia está en Dios. “Nos hiciste para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”, escribe san Agustín en sus Confesiones.

Está este libro lejos de ese otro leído y comentado por mí de Javier Cano no ha mucho (Lugares para un exilio): la hermosura del libro en sí y la corrección formal los une, el verbo terso y limpio, pero no así la realidad inmediata de la que habla. En aquel entiende el lector la realidad sensible que se relaciona con el poeta, con él, entre los seres que habitan cercanos, tangibles. Ahora El idioma de Adán no se hace más oscuro, no sería adjetivo adecuado, pero la realidad a fuer de íntima transita por un camino “que serpea / y débilmente blanquea, / se enturbia y desaparece”.



El poeta vuelve y se revuelve al adentro unamuniano. Como san Agustín enseñó la búsqueda no está fuera:

Entrad de nuevo desde vuestro vagabundeo que os ha sacado del camino; volved al Señor. Él está listo. Primero entra en tu corazón, tú que te has hecho extraño a ti mismo, a fuerza de vagabundear fuera: no te conoces a ti mismo, y ¡busca a aquel que te ha creado!

Vuelve, vuelve al corazón. […] Entra de nuevo en el corazón: examina allí lo que quizá percibiste de Dios, porque allí se encuentra la imagen de Dios; en la interioridad del hombre habita Cristo, en tu interioridad eres renovado según la imagen de Dios.


Es el poeta animal de fondo que a todo aspira y a poco llega. Se revuelve Javier Cano entre la nada, con nadie, vacío, levedad del ser leve… Entre antítesis próximas a la contradicción:

                 No ser: hacerse al sueño, a su quietud

                    de fósil. Para siempre. Para nunca.

 

                                  EL IDIOMA DE ADÁN        

 

(La primera palabra es la memoria:

memoria de la nada indefinible,

su alfabeto de imágenes vacías.

La segunda palabra no fue nunca.

Las demás son silencio su gramática y

un sabor en la boca a lengua muerta).

 

Insisto en el predominio de un tú en los primeros poemas. La vaguedad del significado de sus versos, que no parecen, sin embargo, apelar del todo al lector, se me antojan interiorización metafísica desdoblada de sí y de la realidad:

 

                 Viste la cama abierta y, sobre ella,

la silueta hundida de tu cuerpo

bordeando los como nunca fríos

recodos de las sábanas.

* * *

Viejo debate, recuerdo con quién: ¿Qué sentido tiene el poema, en tanto que no es comunicación con el lector, cuando este, verso a verso no acierta a saber a ciencia cierta lo que el poeta escribe, si lee sin comprender?

En este sentido la poesía está bien cerca de la música, pero este fue otro debate, con otras gentes y en otros ámbitos… que queda abierto y ya veremos.

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