23 de noviembre de 2024

Revista EL PONTÓN. ALCALÁ VENCESLADA y un premio de 1951 en Puente Genil (continuación y final)

 


En Puente Genil allá por 1951… Cuentos (Parte segunda)

(Artículo publicado en El Pontón, nº 421, oct. 2024)

        Ambos cuentos forman parte, junto con otros once, de una obra inédita titulada La fuente sin agua. Cuentos andaluces en prosa, de difícil datación, pues entre ellos podemos hallar cuentos de sus primeras obras de comienzo de siglo. “Superstición”, ya editado en Blanco y Negro en el año 1907 y en la misma revista en 1915 “La Maquila” y “¡Malas madres!”. En 1917 “La Maranga” y “Fruta indigesta” se editaron en el Diario de Galicia, aprovechando su paso por Santiago y siendo él colaborador del citado Diario. Los dos cuentos premiados en Puente Genil no han sido publicados en ninguna oportunidad que yo sepa, ni tampoco el soneto. 

        El cuento que ganó el primer premio, “Siñor don Gato”, tiene, quizá lógicamente, rasgos comunes con los anteriores sobre los que ya comenté con motivo de una larga biografía que escribí sobre Alcalá, editados o no: el tema y el argumento son sencillos; no se pierde el autor en realidades ajenas o lejanas al mundo que conoce y así se apoya en un espacio próximo, con unos personajes que bien pudieran ser vecinos suyos. Hallamos como no podía ser de otro modo, en este cuadro, la apoyatura en el léxico y la pronunciación andaluza, y una novedad: uno de los personajes es gallego y Alcalá plasma y reproduce su habla, porque la conoce, el modo de hablar el español de aquellas latitudes.

        Un grupo de segadores, descansando al atardecer a la sombra de unos olivos, ven venir a un afilador que empuja su bicicleta, por un camino adelante. Con pocas palabras nos describe Alcalá al protagonista del cuento, el Gato, que así lo llaman por mote a uno de los segadores: bromista y guasón pesado, que se ve obligado por su fama a no dejar de contar y hacer de continuo bromas y chacotas. Su apuesta en esta ocasión es decirles a los compañeros que bajará al camino y hará bailar al afilador. Los compañeros lo quieren contener, pero puede más el afán de notoriedad por mantener su reputación que el cansancio del trabajo, que el calor de la tarde agosteña. Ya en el camino, tras cambiar unas palabras con el gallego, el Gato quiere enredar al afilador para que este baile, tal y como le ha dicho que haría a los compañeros. El afilador, más largo que corto, interpretando los gritos de estos, sabe que, nunca mejor dicho, en la treta hay guasa y gato encerrado. Le dice el afilador al segador que para bailar se va a acompañar de unas castañuelas y abre la maleta de las herramientas que lleva y de ella saca una pistola con la que encañona al Gato y le invita a bailar… lo que este hace hasta el sofoco y entre las chanzas desde la lejanía de los compañeros. Se marcha el afilador y tienen que llevar al Gato al pueblo sobre una bestia, porque está a punto de que le dé un jamacuco. No olvidará el Gato la lección recibida, la contará muchas veces después y le servirá como advertencia para sus guasas pesadas.

        En el cuento “La maquila”, donde nos tropezamos con un asesinato, comparte con este cuento del Gato esa seriedad que le infunde la presencia de un arma de fuego que da paso de la broma y la guasa a un punto de gravedad tan inusitado como sorprendente en los cuentos escritos por Alcalá.

        El cuento con que Alcalá alcanzó el accésit en Puente Genil, “Inés la Suavita”, según el índice que dejó escrito, cerraría el hipotético libro La fuente sin agua con el número XIII. Si el anterior, como la mayoría, está escrito a mano en cuartillas, este lo está en cuartillas apaisadas y escrito a máquina.

        Es Inés, de apodo la Suavita, la protagonista del cuento. Enamorada de Juan de la Cruz, Juanillo Cruces por más señas. Le aconsejan quienes bien la quieren abandonar ese noviazgo por ser este hombre con malas copas, de corazón grande, trabajador…, pero bregoso. Inés, contra la opinión de sus padres, su confesor, etc., se casa con Juanillo. Ambos, por la feria de Jaén van a la capital para comprar arreos para los burros, pues Juan es dueño de varios con los que se gana bien la vida. Antes del volver al pueblo, Inés se encapricha de un sillón de anea, que compran en Jaén y llevan a casa. Mientras Juanillo encierra a las bestias, ella enciende la lumbre, prepara una botella de vino, saca unos aperitivos y él, al entrar en la cocina de su casa, se sorprende…

        Y ahí termina el cuento porque lamentablemente solo se conserva hasta la cuartilla sexta. Por más que hemos buscado nos ha sido imposible hallar nada más de este cuento. No hemos logrado hallarlo en ningún archivo de Puente Genil, ni en la extensa documentación del autor… Lamentablemente queda aquí truncado este cuento y no serán pocos quienes apunten que no podía esperarse menos del cuento que cerraba la obra con semejante número, el XIII.

Tenía Alcalá fama de excelente y fácil sonetista entre incluso aquellos que lo eran excelentes. El soneto que presentó al certamen y que fue premiado llevaba por título: “EL POETA PONTANÉS”. Por la dificultad del acceso al soneto ganador lo reproduzco, porque así podrá estar más alcance de quien pudiera tener interés en él, pues entiendo que la revista El Pontón tiene larga vida y será arca segura y fácil de hallar:

EL POETA PONTANÉS

Huyendo al Picacho de Veleta

y al divinal encanto de Granada,

parte el río Genil, tajante espada

el pueblo a quien da nombre, en honda grieta.

 

Fue aquí, en este nidal, donde el Poeta,

canoro ruiseñor de la enramada,

hizo escuchar su lira desbordada

por todos los confines del planeta.

 

MANUEL REINA: tú numen altanero,

que al águila y al cóndor desafía,

brilla con los fulgores de un lucero,

 

en el campo eternal de la Poesía:

por tu musa, te juzga el mundo entero 

florón de nuestra madre Andalucía 

        No hallamos referencia entre el correo de Alcalá ni noticia alguna en la prensa jaenera sobre la distinción en este concurso. Insisto en que por aquellos años era ya un hombre de edad avanzada en la que no era extraño que le pidieran artículos para revistas, prensa, etc. y los escribía siempre, pues por su disposición personal era muy altruista, pero no era extraño que echara mano de artículos o cuentos que ya había publicado con motivo de otra ocasión en otras cabeceras. Sea como fuere solo, entre su documentación, quedaron los diplomas que aquí se reproducen y a los que acompañan estas letras, que ya van largas, para que el lector supiera contextualizar este hecho ocurrido en Puente Genil en 1951.

                                                                   Antonio José Alcalá



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