Hoy, 28 de julio, es la
IV Jornada Mundial de los Abuelos y de los Mayores, entre quienes ya me
sitúo porque con 63 años, se dirá lo que se quiera, se calificará como se pueda,
pero uno sabe de qué habla, y cómo se nota que se va acabando la mina al lápiz.
Uno se puede sentir mariposa de los campos o ruiseñor de los montes,
pero no por eso deja de ser lo que es.
Leo con atención y
cariño, lo medito, el escrito enviado por el papa Francisco a todos los que
deseen leerlo, servidor entre ellos.
La carta, sin duda, es
vibrante y emocionada en torno a esta realidad vital que es la vejez… Iba
a escribir inevitable, pero no es así, porque, por los motivos que
fueren, son muchísimos quienes no llegan a conocerla, no llegan a viejos y mueren
antes: para que la muerte nos alcance se cumple con estar vivo. El santo padre
es un hombre ya viejo y experimentado: con verlo y oírlo basta.
Hemos alargado la vida,
pero no se nos enseñó a cargarla de sentido. La primera vez
que esto leí y lo pensé lo hice al hilo de una lectura de Ortega, quien venía a decir
eso, en una sociedad donde son bienes intocables aparentar o ser joven, ser o
estar delgado y guapo, ser “rico”, tener “éxito”… son bienes imprescindibles.
¿De qué se ocupan
muchos viejos? ¿Por qué hay que enseñarles a llenar su abundante tiempo? ¿Los
juegos de mesa y los cuatro entretenimientos canijos tienen el fuste necesario para
llevar una vida digna? Cierto que somos muchos quienes, también, más o menos
viejos, seguimos cargados de proyectos y en la pobreza de carecer del tiempo
que necesitamos (acabo de terminar una entrada para el blog, me pongo con esta,
y tres libros empezados me miran: uno desde el atril, dos desde la mesa y
alguna obra en el ordenador, que ya tintero no tengo).
Doy gracias a Dios por
no haberme sentido nunca solo, aunque aparentemente, podía parecer que lo estaba.
Siempre, como el papa dice, he tenido la seguridad de que siempre,
conmigo, están Dios y mi ángel custodio con quienes hablo a ratos cuando ando,
cuando cazo, cuando viajo, cuando rezo…
Evidente es, como el papa
afirma que, si es cierto que Dios está con sus hijos, también hallamos entre
muchos viejos (y jóvenes, ahora también) “el miedo al abandono, particularmente
en la vejez y en el momento del dolor. […] Mirando a nuestro alrededor no nos
resulta difícil comprobar cómo esas expresiones reflejan una realidad más que
evidente”.
Escribe el papa de su
experiencia apostólica y vital cómo “muchas veces tuve ocasión de visitar
residencias de ancianos y me di cuenta de las pocas visitas que recibían esas
personas; algunos no veían a sus seres queridos desde hacía muchos meses”. Lo
dice él y es cierto. No necesito decir que también yo lo he comprobado y
vivido.
No está uno para enmendar
la plana a nadie y menos aún al santo padre. “Las causas de esa soledad son
múltiples” y enumera muchas referidas al mundo en su conjunto, mas en este
primer mundo, el mundo rico occidental, es norma que la vejez, muy alargada, cuando
los viejos apenas nos valemos y necesitamos de la ayuda de otros, esos otros
–hijos,
nietos, familiares cercanos– están ocupados en sus empleos y puede que no
dispongan de medios para abandonar esos empleos para invertir su tiempo en el
cuidado de sus mayores. Es cierto, que nos creamos unas necesidades que
requieren de un respaldo económico que agotan nuestras fuerzas y apuran nuestro
tiempo y no estamos dispuestos a renunciar a nuestros empleos ni a nuestras
comodidades… por atender a nuestros mayores Es el momento de llevar a los
viejos al asilo, el moridero, que decía Delibes (animo para el caso a leer
La hoja roja del escritor vallisoletano), eso si no se les aplica directamente
la eutanasia que alivia las cargas (?) de los estados. Escribe el papa: “la
soledad y el descarte de los mayores no son casuales ni inevitables, son más
bien fruto de decisiones —políticas, económicas, sociales y personales— que no
reconocen la dignidad infinita de toda persona «más allá de toda
circunstancia y en cualquier estado o situación en que se encuentre» (Decl. Dignitas infinita, 1). Esto sucede cuando se pierde el
valor de cada uno y las personas se convierten en una mera carga onerosa, en
algunos casos demasiado elevada. Lo peor es que, a menudo, los mismos
ancianos terminan por someterse a esta mentalidad y llegan a considerarse como
un peso, deseando ser los primeros en hacerse a un lado”.
Invita el papa a
meditar el pasaje del libro de Rut y el relato
de la anciana Noemí, que comenta someramente. Los
viejos imbuidos de una falsa culpabilidad: ese estar en medio, molestando,
gastando medios del común, medicinas, residencias… deciden hacerse a un lado:
no encuentran ya sentido a su existencia en una soledad imbatible en
apariencia. Rut, antepasada del Mesías, no acepta la invitación de su anciana
suegra y se queda con ella en contra de lo socialmente bien visto, en contra de
sus intereses, en contra de lo que hará su cuñada Orpá…, que sí se marcha mientras
Rut se queda y no abandona a la vieja Noemí…: se ocupa de ella.
Termina el papa su carta
con los dos párrafos que reproduzco: “En esta IV Jornada Mundial dedicada a
ellos, no dejemos de mostrar nuestra ternura a los abuelos y a los
mayores de nuestras familias, visitemos a los que están desanimados o que ya no
esperan que un futuro distinto sea posible. A la actitud egoísta que lleva al
descarte y a la soledad contrapongamos el corazón abierto y el rostro alegre de
quien tiene la valentía de decir “¡no te abandonaré!” y de emprender un camino
diferente.
A todos ustedes, queridos abuelos y
mayores, y a cuantos los acompañan, llegue mi bendición junto con mi oración.
También a ustedes les pido, por favor, que no se olviden de rezar por mí”.
Si al principio puse el enlace de dónde
pueden ustedes leer esta carta, ahora, también al final, lo vuelvo a repetir.
Y todo eso cuando la bicicleta tiene dos ruedas.
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