1 de noviembre de 2024

Amón Rubén, TENEMOS QUE HABLAR

 


Almuerzo en una mesa donde no he sido elegido por los comensales que me acompañan, ni yo los elegí a ellos. Pronto surge la conversación y deriva, en un viejo suceso de hace 88 años: la Guerra Civil española, ¡cómo no! Ahí, perenne.

Un caballero de la mesa con su trivial niveladora intelectual afirma que todos fueron igualmente culpables. Lo que así dicho suena tan bien como que “todas las opiniones son respetables”. Pienso, lógico, que unos más que otros y que la justicia es dar a cada uno lo suyo y no a todos por igual. Le pregunto qué ha leído al respecto, qué sabe de aquella. Echa mano de tópicos manidos y del memorialismo familiar. Ojo: el memorialismo no es historia. Confiesa además que es de “derechas”, lo que así dicho para mí tampoco significa nada, salvo lo que escribió Ortega: “Ser de la izquierda es, como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil; ambas, en efecto, son formas de la hemiplejia moral”.

Pronto entiendo que me encuentro ante el hombremasa, que el mismo Ortega llamaba a aquel que, sabiendo de algo, siendo un especialista en algo, de todo cree saber, de todo opina y lo hace de forma taxativa, concluyente: ¡y punto!

Mi compañero de mesa, con él comparto el pan, cree que podemos llegar a un punto de encuentro, aseveración que niego. Mejor es dejarlo. Él no busca la verdad, sino llevar razón y, además, que yo se la dé. Imposible. Lo remito a Fuego cruzado, el libro de Fernando del Rey y Álvarez Tardío: aún sigo bebiendo en este magnífico libro cargado de información avalada, de historia verdadera. A mi hombre, seguro, no le interesa: él lo sabe todo, no necesita escuchar ni aprender nada. Sigo pensando con Orwell que la verdad nunca es enemiga de la causa, de ninguna causa.

Bebo de la columna de Luis Herrero en ABC. No tengo ahora tiempo para este libro, pero, sin embargo, lo poco que cita don Luis me viene al pelo para enjaretar estas reflexiones.

Comenta Herrero el libro Tenemos que hablar de Rubén Amón. Según el columnista, para el autor de la obra, si queremos que haya una buena conversación, lo que primero de lo que hay que huir es de los maximalismos. Me parece bien y acertado, pero no confundamos estos con sus antónimos: pasteleo, consenso, equidistancia, componenda, etc. porque de ellos huye la verdad sin ambages por ser ella radical y una. Admite perspectivas, pero la verdad es una.

Otra condición, continúa Herrero, para que se dé una buena conversación debe de ser la ausencia de vacuidad en los discursos inocuos. ¿Por qué nos hartan los políticos en general y algunos curas desde el púlpito? Porque su cháchara no dice nada, está llena de lugares comunes, de muletillas: “Como ustedes sabrán”, “Todos saben”, “Evidentemente”… Naderías que más espantan y ahuyentan que alientan la conversación. No invitan a ir adentro, que decía Unamuno.

Añado: Hay que no perder el tiempo en intentar convencer a quien no quiere convencerse, sino reafirmarse en sus planteamientos. No: hablando no necesariamente se entiende la gente. Muchos, que no escuchan, andan buscando respuestas y contraargumentos a lo que el otro expone; y por mucho que uno se abaje, comprenda, sea cortés… terminan sacando lo que el negro del sermón, que decían los clásicos, o hacer orejas de mercader.

Como cita Herrero, en cita de Amón, que cita a Cicerón… es importante en toda buena conversación no perder los estribos, por lo que conviene recitar aquello de:

… Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros

cantando;

y se quedará mi huerto, con su verde árbol,

y con su pozo blanco.

 

Gide, que era un hombre tan tenaz como desgraciado, aseguraba, y considero que no erraba, que “Todo está dicho, pero como nadie escucha es preciso comenzar de nuevo, continuamente”; pero yo, que tanto debatí, que tanto expliqué, me canso de que intenten hacerme el tocomocho intelectual. Siga mi compañero de mesa su oscuro viaje con su tosca motoniveladora intelectual y que sea feliz.


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