Venía, digamos, deslumbrado del libro y la entrevista de Ratzinger y me colé esta otra entrevista. Pensé que me había equivocado. El inicio, los dos primeros capítulos, me dieron la impresión -y muchos pasajes otros de la obra- de que hablaba del carácter, digamos, eclesiológico, del gobierno y problemas históricos y actuales de la Iglesia y los cristianos…, pero que todo ello se me quedaba a trasmano: lo estructural, lo formal, lo administrativo de la Iglesia, como católico, me ocupa y preocupa, pero no era lo que andaba buscando. Deseaba irme adentro, quería alimento para mi vida interior, echarle ideas a mi trabajo ascético… y no daba con ello. He terminado el libro, sin embargo, como quien se come el último bombón de una magnífica gran caja de estos… ¡con pena y el deseo de que no se me acabara el libro!
El libro se halla
dividido en cinco capítulos y una larga introducción… I. ¿Qué podemos esperar
de Cristo?; II. ¿Qué podemos esperar de la Iglesia?; III. ¿Qué podemos esperar
de la familia?; IV. ¿Qué podemos esperar de la sociedad?; V. Conclusión: la
clave comprensiva de la misericordia. Sin duda en todos y cada uno de ellos
encontrará el lector atento pasajes, ideas iluminadoras, sugerentes…
Planteamiento duros, porque la realidad a veces es así, pero con salidas no
menos esperanzadoras…, sin formulitas para atajar el camino y pasar de puntillas…
No parece el Cardenal Müller, por su modo de expresarse, por los enfoques que
da a los temas… una catequista al uso, si se me permite. Sus respuestas tienen
sus afiladas aristas. Aborda realidades de la actualidad perenne de la Iglesia
sin ambages. Dice lo que tiene que decir, alto y claro, sin tapujo alguno. Cita
a los últimos papas, de san Juan Pablo II al actual papa Francisco, pasando por
Benedicto XVI y sin renunciar a papados antiguos de la Iglesia, concilios,
textos, pasajes de Nuevo y del Antiguo Testamento…
Cada uno de los
capítulos se dividen en preguntas que van cercando el tema desde distintos
ángulos. Quizá le falte viveza al texto, ¿naturalidad? Sin duda la
conversación, las grabaciones, se debieron pasar a texto escrito y luego fueron
repasadas tanto por el entrevistador como por el cardenal. Esto le dan a un
supuesto texto hablado una sintaxis más dura, no diré antinatural, pero se
pierde de vista lo que uno creía que hallaría… ¡A lo peor el problema no es del
texto, sino de uno mismo!
La impresión que me
deja este libro, como los dos últimos leídos de Ratzinger es el aumento de mi
campo de visión y de comprensión. Un Dios infinito no puede ser imaginado por
un ser finito. Suele ocurrir que lo tratamos constreñido, jibarizado… Tras la lectura
de esta obra y las citadas de Ratzinger se puede respirar más y mejor. Las
visiones de los gigantes del saber dejan estas sensaciones: uno ha subido un
peldaño u ocho, pero ha ascendido. La sola lectura atenta, más o menos
meditada, mejoran al lector. A pesar de quedarnos siempre muy cortos, como dice
un buen amigo mío.
Me ha resultado especialmente
sugerente el capítulo dedicado a la familia… He comprobado cómo, a veces, las
informaciones que nos llegan -mejor o peor intencionadas- por medio de los
periodistas nos transmite una realidad distorsionada de aquello que nos hablan.
Me pregunto: ¿Es posible acercarse a una persona así, a un texto así… sin fe?
¿Se puede hacer teología alejado de Dios? ¿Se puede informar sobre una realidad
sobrenatural como es la Iglesia sin ser creyente? Entiendo que a estas
preguntas la respuesta es no, salvo que haya una muy clara rectitud de
intención por parte de aquel que, no viendo, busca ver… No se puede uno acercar
a Dios como quien pasea por un museo de arte prehistórico.
Cierro el libro que me
ha invitado al examen, a retomar el camino con nuevos bríos, más descansado,
con otros horizontes... y escribo estos renglones cargado de una esperanza
mayor y más firme.
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