“Todo lo que no es tradición es plagio”, afirma Eugenio D´Ors, es decir: no sé de dónde vino antes y de quién la plagió. Sin embargo, lo de enseñar deleitando del prólogo del infante don Juan Manuel, el autor de El conde Lucanor, estoy seguro de que es un plagio porque toda su obra lo era: lo tomó prestado, digamos, que tal es el sentido del plagio; en este caso del prodesse et delectare del Arte poética de Horacio. Todo esto viene al caso porque creo que algo así me sucede a mí no con la escritura, la mía no tiene solo esa finalidad de deleitar enseñando, pero sí con mi lectura. Leer es para mí, por regla general, un deleite en el que aspiro a mejor conocerme y conocer de la realidad que tengo en torno. Leer es un medio para salir de mí y meditar desde la perspectiva de otro; es un modo de trascenderme y trascender lo que tengo tras los cristales de las gafas.
Conmovedor el libro del
que ahora escribo. Me siento ante el ordenador, recién terminada la lectura, y
creo que aún no cerré la boca por la admiración que me han producido las palabras
de Benedicto XVI. Me ha conmovido interiormente hasta tal punto que no pienso
devolverlo a su espacio de la biblioteca general de casa, sino que va a ocupar
lugar aquí, junto a la mesa donde escribo porque quiero, necesito, meditar de
nuevo algunas de sus reflexiones sobre la fe y Dios. Sin duda, como él afirma,
nunca se deja de aprender por muy corrida y experimentada vida que se haya
llevado. Me pasmo ante la humildad admirable con la que de él habla: humildad
en su sentido más genuino, es decir: en comparación con Dios… ¡Cómo ha mirado
este hombre a Dios!, “al buen Dios”, como él lo llama. ¡Admirable! Me han ensanchado
mi anhelo de bien, de Dios, aún más de lo que lo hizo su Introducción al
cristianismo, que tan boquiabierto me ha dejado.
Me son muy ajenos,
aunque no por los periódicos, todos los sucesos llamémosles políticos de
los que el Papa emérito habla. Puestos en su boca adquieren una dimensión
distinta: tienen el marchamo de verdad, tan ajeno al mundo de la prensa y del
mundo actual, donde la mentira pulula. Dice en el libro que no estaría más que
se pusiera en la lápida de su tumba ese “colaborador de la verdad”; dejó la puerta
abierta, la posibilidad de que, además de su nombre, en su tumba se inscribiese
ese eso (he comprobado que en la lápida de su tumba solo pone su nombre BENEDICTUS
PP XVI). Confío ciegamente en lo que el Papa emérito explica de esos
sucesos sucios que se colaron de rondón de en la Iglesia: ¡qué repugnancia!
Sin tapujos habla de
todos esos temas que los periodistas llamarían polémicos, de actualidad, noticiables:
el robo de documentos que padeció, la pedofilia, los cientos de sacerdotes que
fueron obligados a secularizarse por motivos de abusos, el llamado caso Williamson…
Las dificultades internas en un Vaticano con estructuras de siglos donde todo
es complejo remover, cambiar para mejorar… Las dificultades en una Iglesia que,
como él mismo profetizó en los 50, sería más pequeña en un mundo cada vez más agnóstico,
relativista, positivista… Sus problemas con la teología alemana, con la iglesia
de Alemania… Cierto es que a muchos de estos asuntos no les presté atención cuando
los leía en la prensa. Me repito: no sabía de sus dimensiones reales porque no
confiaba en los mensajeros…
Habla de su vida interior,
de sus meditaciones, de la presencia real de Dios en su vida. Continuamente… se
ha sabido asistido por Él en todos los momentos y no han sido pocos los muy difíciles
que vivió, sus trabajos… “¿Dónde está Dios?” Le pregunta Seewald… Larga y maravillosa
explicación para un Dios personal que no ocupa espacio material alguno: esas palabras
no sirven para dimensionar dónde está Dios, ni sirven para hablar de Él…
Los entresijos del Vaticano
II en el que participó de forma muy importante y activa: lo ignoraba yo
absolutamente. Tenía unas vagas ideas de su participación, pero no sabía que su
influencia teológica fuera tan grande. Tampoco calculé nunca, a pesar de haber
leído y estudiado, la importancia de la liturgia: he de volver sobre ello
(acabo de comprar, añado: El espíritu de la liturgia: una introducción del propio Benedicto XVI).
Sin duda es esta obra
uno de los mejores libros que he leído desde hace mucho tiempo. Una obra que
empecé meditando, mas carecí de paciencia y tiempo para hacerlo de la cruz a la
raya; necesitaba ir más rápido. Debo de volver… Tengo la impresión con las
lecturas de Ratzinger de que siempre voy a septiembre: estoy intentando
recuperar una asignatura que suspendí; casi todo me suena, pero veo que no lo
domino…, que no me hago cargo del todo. Quede esta obra ahí, a mano, para
seguir meditando, deleitándome, aprendiendo…, si puedo.
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