Querido charlie:
Vengo de visitar una ciudad que ahora
sería llamada superturística…, es decir: en el superlativo español de
toda la vida: muy turística.
Me lo he pasado bomba porque siempre me
gustaron y disfruté de ver los títeres y más aún si son de balde. Bien sentado
en los márgenes del paso de riadas de turistas… ¡bomba! Con su guía al frente,
desordenaditos, casi sin hablar entre ellos, con sus pinganillos,
multiformemente uniformados… ¡la leche! Te cuento, charlie.
En las guerras carlistas, lo aprendí
escribiendo Escalera de sinvergüenzas, se les llamaba guiris a
los cristinos. Pasados de moda los cristinos, se dice y se usa más, lógico,
para identificar al no autóctono y en particular a aquellos de allende las
fronteras. Ahí está. Aluviones de guiris la mayoría… ¡un lujazo para la vista,
para la contemplación! Se aprende la tira dándole al ojo. Lo decía el Bizcocho:
“El hombre es un peazo de carne, lo que trabaja es la vista”.
Vamos al estudio sociológico en la
asignatura de 6º de Mundología. Observo: Todas las parejas llevan mochilas. Él
la carga a la espalda, sin distinción de edades. Ella va con las manos sueltas:
bolsos pocos (“Ojo con los nativos que te lo birlan too”, les habrán
advertido). El uniforme consta siempre de forma invariable: de calzado cómodo y
ropa ligera. La temperatura solo soportable para los naturales del lugar. Rostros
generalizados de cierto sofoco. Zapatillas de deporte la mayoría: imposible ver
dos pares iguales. Si papá, mamá y niños… todos con zapatillas distintas…
Algunas espectaculares: las de ellas, si la usuaria es española, llevan una
especie de plataformas que les otorgan diez centímetros suplementarios de
estatura y un riesgo del 100% de dar un cepazo de boca que para qué las prisas
y adiós a los implantes. Pantalones cortos ellos y ellas, si son guiris
americanos; los alemanes, nórdicos e ingleses pantalón ligero de trekking
-senderismo en español-; si españoles, blusón amplio y falda holguera;
ellos calzones milrayas o semejantes. Abundan las gorras y se ve algún sombrero
de modelos variados: panamás, de loneta, etc. Solo algún español joven lleva la
gorra con la visera en el cogote. En general, salvo españoles y alemanes, todos
los guiris son viejos y delgados. Los españoles tienen pinta de jubilatas y con
unas panzas como la mía. Igual los alemanes. ¿Cómo diferenciarlos? Por la
estatura, por la tez morena de los naturales del país y rojiza los teutones; y
por el calzado: los españoles antes de salir de su pueblo se han comprado unas alpargatas
deportivas en una tienda local y las lleva nuevas y recién estrenadas; los
alemanes, muchos de ellos, son amigos de llevar los dedos al aire y no son
pocos los que usan curiosas sandalias: de cuero, deportivas de goma… Que no
falten las botellas de agua que van rellenando en las fuentes: no está la vida
para comprar ni agua. En estos grupos no he visto ni un zapato. Alguna bota de
senderismo, si son centroeuropeos. Los únicos que así van: Si pareja de homosexuales,
muy agarraditos de la mano: manifestación de su orgullo.
Aparte. Hay guiris, por el camino los
vi, que salen de unos hotelazos de cinco estrellas. Estos no van en la tribu
ambulante de paparazis aficionados, que no ven ni miran ni contemplan, sino
solo fotografían para luego verlo de verdad en su casa o, sobre todo,
enseñarlo a los amigos… La realidad, parece, solo existe para terminar
hecha fotografía. Han aprendido de los japoneses: ¡por
cierto!, he visto pocos. Te decía del guiri del taco: hotelazos, vestidos con
elegancia, incluso con corbatas ellos, zapatos finos, relucientes… Un mercedes
alquilado con chófer a la puerta. Ellos hacen como el florentino: pasan y miran
sin detenerse tras los cristales tintados. Gentes aparte.
Hay un grupo intermedio que se mueve en
taxi. Muchos taxis que van y vienen. Hay familias que se han contratado solo
para ellos un guía. Oigo decir a uno de estos: “Se come bien en general. Más
caro o más barato, según el sitio”. Me recuerda al profeta: “¿Mañana? ¡Puee que
llueva o puee que no llueva!”. Acierta fijo. Merecerían comentario
aparte los guías, pero, ya puestos, que se acomoden en este párrafo:
variopintos por sus vestimentas, edades, dispositivos y distintos paraguas a
modo de banderín de desembarco para no perderse entre el bullicio y los
callejones.
Tropa trotona y arriscada son los niños.
Ellos van triscando entre la troupe. Hijos de los más jóvenes, nietos de los
más viejos. ¡Ni puñetero caso al guía y ni una mala mirada a nada! ¡Qué coño le
importará al chiquillo si la sinagoga es cristiana, musulmana o judía…! ¿Sabe
acaso el zagal -y sus padres- qué es una sinagoga y…? Ellos van a lo suyo.
Alguno va feliz comiendo helado.
Oído a lo siguiente: Entre el grupo se
ven unos tipos macizos por muchas horas de gimnasio. Camisetas de manga corta.
Dos tallas inferiores a la suya. Bíceps tatuados. De los hombros les nacen ¡no
unas paletillas, sino un jamón de vaca! ¡Todo cecina! También resaltan unas
tías no llamativas, sino explosivas: unos senos de 6000 o 10000 € el apaño del
tamaño, la tersura y la tiesura. Esos labiazos… ¡Dan miedo ellos y ellas! Si
te miran, te perdonan la vida. ¡A ver!
Ha sido por casualidad. Me he sentado
justo donde se despide a los grupos. Se deshacen en parejas, por lo general, y
después vagabundean sin rumbo por la ciudad con su mapa doblado en la mano. A
las 12:00 desaparecen por ensalmo. El sol está muy alto y las torcaces arrullan
entre las ramas de los falsos plátanos.
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