Releer
a Dámaso Alonso es rato amable. Estoy seguro de que supe de él, por primera vez
en mi vida, es decir: que fui consciente de quién era y qué era, cuando
me habló Alfonso Sancho Sáez de él. Desde entonces siempre he mirado con afecto
a ese hombrecillo calvo con cara de sapo —según en simpático y peripuesto
Luis Cernuda—; y experto en versos y wiskis, añadió
Paco Umbral…
Para mí Dámaso Alonso es el sabio de la Literatura que estudia
y explica y allana el acceso a los textos, aunque no era esta la materia de su
cátedra. Poeta del 27, hoy apeado por lo que al respecto leo, de esta llamada
generación que él siempre denominó “grupo de amigos”, realidad que tampoco se
ajustaba a la realidad y como muestra un botón: la inquina que le tenía a él
mismo el emperifollado Cernuda. La idea del “grupo” frente a la generación la
conocía yo por labios de don Alfonso y luego, pasados los años, se la escuché
al mismo Dámaso Alonso en una conferencia que dio en Jaén por medio de aquel…
Contaba don Alfonso un día en clase que, yendo con Alonso por la calle Campanas
de Jaén, famosa entre otras por el viento que siempre corrió con ella…: “Hacía
día de esos ventosos de Jaén… Ya sabéis… Bajábamos por la calle Campanas y
cuando le iba a decir que tuviera cuidado… No me dio tiempo: ya estaba el pobre
hombre en el suelo”… Así que por las calles de mi pueblo tomó tierra el poeta
Dámaso Alonso. Aún recuerdo también algunos
pasajes de la biografía que escribiera Ángel Zorita, Dámaso Alonso —un
librito pequeño—, que debí leer a finales de los ochenta.
No tenía en casa el libro del que hablo hoy, Cuatro poetas
españoles, pero lo había leído. Trabajé el capítulo dedicado a Garcilaso
para una asignatura que me impartió Gallego Morell en la Universidad de
Granada. El libro lleva por subtítulo y entre paréntesis (Garcilaso-Góngora-Maragall-Antonio
Machado). No recuerdo haber leído el capítulo dedicado al poeta catalán. Sí
el de Machado que releo con gusto para la supuesta conferencia que perpetraré
en breve sobre el poeta sevillano y Andrés de Vandelvira, el arquitecto de la
catedral de mi pueblo: esa maravilla de la que solo oí o leí decir mal una vez y
fue a un francés, ¡pobrecito!: Teófilo Gautier…
Quizá lo que más chirría, digamos, de las páginas que Alonso
dedica a Antonio Machado, es que se terminó y agotó su musa al llegar a Baeza.
No discuto yo semejante tesis, demostrada por el sabio director que fue de la
Real Academia. Quizá lo que así he dicho habría que matizarlo. En el poeta, y
entiendo que es cierto, no volverán a rebrotar los veneros de su poesía más
fresca con versos mejores que los ya escritos. Se produce una cierta
repetición porque el Machado baezano sigue atrapado emocionalmente en las
tierras de Soria (sus Campos de Castilla se debieron llamar Campos de
Soria, pues a ellos se circunscriben los campos que él conoció, donde él
amo y por donde paseó…). No es de esta opinión Chicharro Chamorro para quien don
Antonio aún escribió en Baeza, antes de su etapa más seca y sentenciosa, poemas
valiosos y eso, también en mis cortas luces, es tan cierto como lo escrito por Dámaso
Alonso, quien llega a afirmar que, en los poemas de Nuevas Canciones (1924),
lo escrito en Baeza, hallará el lector: “breves destellos de sentimiento, [que]
meten al campo andaluz en una rígida cartonería mitológica, y, en fin, estos
poemas minúsculos, definidores, dogmáticos, condensación de turbias intuiciones
puramente cerebrales, alejados de la experiencia viva. Con ellos, el poeta estaba
atravesando una difícil linde: de lírica a filosofía”. “Filósofo inconexo”, lo
llama Alonso. Cierto es que andaba nuestro poeta entonces con la cabeza y el
corazón en otros asuntos: quería irse lo antes posible de Baeza y para ello
convenía terminar la carrera de Filosofía y Letras (que finalizará con 43 años:
¡casi nunca es demasiado tarde!); y tenía el corazón roto por el duelo tras la
muerte de su esposa Leonor Izquierdo (por cierto, el pasado
5 de abril le han hecho un homenaje musical en Soria a ella y a su marido).
Acercarse a la Literatura de la mano de Dámaso Alonso es
siempre una garantía de que uno llegará a tierra firme. No es solo qué dice, si
no cómo lo dice. Me resulta familiar y amable, que es lo que dije al comienzo
de esta entrada. Si le interesa alguno de los cuatro poetas citados aquí tiene
usted su Virgilio que lo acompañe, su Ananías que le explique…
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