Tengo por norma no releer las obras que en su momento di por conclusas porque sería el cuento de la pipa, es decir, el de nunca acabar. Si releo esta obra es porque deseo ponerla en plena forma y que pueda andar por sí sola ya, de ahora en adelante. Admirable las erratas y los detalles que afean y empeoran la obra.
Siempre me frena el
principio platónico que afirma que nadie es peor para enjuiciar una obra que su
propio autor. No lo sé. Ya dudo de muchas premisas que pensé absolutamente
evidentes, cuando no pasan, por su propia naturaleza, de opiniones más o menos
autorizadas, fundadas.
Desde el punto de vista
argumental la novela se asienta sobre un fluir asociativo de la conciencia y la
memoria. Podría parecer que divaga de forma arbitraria y aleatoria, pero
obviamente tras lo escrito hay una estructura que da equilibrio-desequilibra
aquello que el protagonista, Sixto Gómez, narra en una especie de diario que
escribe. La obra se mueve sobre un antiguo tópico literario que, por hacer una
referencia muy conocida, se puede resumir en los versos manriqueños de que
“Cualquiera tiempo pasado / fue mejor”, y más aún si ese pasado fue el mío, el
de cada uno, el propio, el leído desde una perspectiva absolutamente particular
y subjetiva. El pasado, rememorado con el citado desorden y desparpajo por el
protagonista, hace seguir al lector por un laberíntico flujo narrativo que se
sustenta en un muy particular lenguaje y sobre los andamios de las peculiares perspectivas
con que mira el protagonista-narrador la realidad.
Temporalmente la obra
discurre en unos días de finales de un año cualquiera, en una Navidad en
soledad y un nuevo año que asoma. Sixto Gómez, natural de Jaén, rememora de
forma anacrónica y anárquica su día a día sui generis, escorado, y no solo
subjetivo, sino particular y casi privativo.
Tiene el lector la
sensación de que el autor ha ido recogiendo voces, opiniones, razones,
explicaciones… de un saber intemporal por las calles de cualquier ciudad y haber
dado la palabra a innumerables y dispares individuos que van contando la feria
según les va, según les fue, según oyeron que les fue a otros… cargada de
tópicos.
Ideas reiterativas que conforman
un balance del inventario y examen del final de una vida que se suceden,
conformando la disarmónica armonía de una vida a la que la propia conciencia da
unidad. Tras ideas comunes, simples en apariencia, perogrulladas parecen apenas,
se esconde un saber que va más allá de una gramática parda. Ya se sabe que so
mala capa yace buen bebedor, pues se pueden hallar disfrazadas ideas del Evangelio,
del Estagirita, de Santo Tomás, Cervantes, san Agustín, Ortega, Llano, Pieper,
Santa Teresa de Jesús, Frankl… y un largo etcétera de pensadores y escritores.
Los personajes
propiamente no entran y salen en la obra, sino que pasan, se detienen un
momento o no, siguen camino para reaparecer más tarde o no. Están
caracterizados por lo que dicen o Gómez nos cuenta que hacen y no le interesa
al autor, dado el caso, la prosopografía del personaje en cuestión. Si el lector conoce y recuerda la obra del autor,
hallará personajes de otras novelas del
mismo. Don Sixto en concreto es el padre de Nacho Gómez, el investigador de Soy
Gutiérrez, por ejemplo, o Beba Muñoz-Cobo es la jaenera de Amanda,
querida.
El autor-narrador sí parece
tener mucho interés en el lenguaje que emplea sobre el que parece flotar, mantenerse,
viajar… Muletillas reiterativas, descansillos mentales desde los que retomar
aire para el siguiente enunciado. Verborreico don Sixto, palabrotero, las
llamadas interjecciones arrieras abundan…, pleonasmos innecesarios,
circunloquios superfluos que insisten en la misma idea sin aportar ninguna
información, por el mero hecho de remachar sobre la punta ya clavada…, para
ganar tiempo y así construir la siguiente oración, el siguiente enunciado, a
veces, insisto: vacuo. Joder, coño, cabrón… son ejemplos de lo que afirmo.
Hallará el lector confusiones
entre hechos y personajes, dichos y hechos, que son el burro perdido de Sancho en
El Quijote, pero que se puede hallar donde el autor lo dejó atado. Las confusiones
son justo también partes constitutivas de la vida ordinaria y extraordinaria
del autor, del narrador, del lector: esos desconciertos por los que uno no
comprende ni bien ni del todo quién dio a luz, si ella o la hermana, o murió el
marido o la esposa y eso lleva luego a equívocos enojosos, ridículos o simpáticos…
Don Sixto desde el
primer renglón de la obra ya nos dice que es “un casta”, un tipo de ideas
fijas, tradicional, nada innovador, reiterativo. Y así nos tropezamos con su obsesión
por no haber estudiado, la presencia de su padre médico a quien admiraba, el
amor rendido a su esposa, la presencia constante de la soledad de los últimos
años… La percepción de que él lo hace todo bien y no así los demás.
El lector comprende sin
duda que la realidad es riquísima, difícilmente abarcable…y así, lejos de la
imposición marxista de la llamada corrección política, don Sixto, el narrador,
se muestra con la frescura y la naturalidad de quien no acepta el secuestro, la
censura y el anatema laico de los nuevos tribunales que pretenden amedrentar,
sojuzgar, recortar la libertad de expresión en un uso supuestamente impecable del
lenguaje, para ellos, desde ninguna moral o lexicografía reconocida. Don Sixto
dice y cuenta lo que le da la santa gana sin pretensión de ser impertinente en
la exposición de sus ideas ni en sus formas.
Pronto volveré de nuevo
sobre esta obra… Les iré diciendo.
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