16 de abril de 2021

443. Fernández Carvajal, Francisco. LA TIBIEZA

 

Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos, pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos,
y escucho con mis ojos a los muertos.

 

Como no solo de pan vive el hombre, bien está leer libros que alimenten eso que la ascética llama la vida interior y que nos aproxima a Dios que, para mí, es Padre.

El la tibieza vicio. Copio de María Moliner: “(Ser) Aplicado a personas y, correspondientemente, a sus ideas, creencias, fe, etc., poco fervoroso. 5 (Estar) Con referencia a las relaciones de una persona con otra a la que le une amistad o parentesco, poco afectuoso, algo enemistado”.

Tengo por costumbre, y cada uno las suyas, hacer balance una vez al año de cómo la realidad de mi vida va, toda ella. Cuelgo en la puerta de mis quehaceres el “Cerrado por balance” y me largo donde pueda estar a solas conmigo mismo que quien habla a solas, ya lo dijo el poeta agnóstico, “espera hablar a Dios un día”: servidor lo procura a diario por aquello del carpe diem y porque quizá mañana no alcance ni llegue.

No me gusta la palabra rutina. Sé que se emplea en los gimnasios: “Aquí tiene usted su rutina”, es decir, el conjunto de ejercicios que debe llevar a término en su entrenamiento. “A ver si me meto en la rutina”, aspira quien vuelve de las vacaciones o pasó enfermedad, es decir: quiere dejar lo extraordinario y volver a lo ordinario y cotidiano. Para mí, sin embargo, no logra deshacerse la palabra de su sentido peyorativo de reiterado, aburrido, repetido, redundante, machacón, pesado… Lo siento. No, no me gusta la rutina. Entiendo que cuando esta se mete en los intersticios de lo cotidiano pone frío y rompe y rasga… La rutina se mete en el trabajo que desarrollamos en nuestros empleos y se hace monótono; la rutina penetra en nuestros amores y se aguanta más que se ama; la rutina se cuela en el día a día y nos preguntamos qué haremos con este hartazón de tanto de lo mismo; la rutina es comer todos los días carne con patatas en el desayuno, en el almuerzo y en la cena… ¡un auténtico coñazo!, palabra malsonante, pero admitida por la RAE.

Quienes saben de esto, y Fernández Carvajal me da a mí que sabe, afirman que la tibieza es enfermedad que se filtra poco a poco en el trato con Dios y va dejando un poso, que es polvo, que es una pátina mugrienta que insensibiliza a la persona que trata con Él: el amor a Dios y la lucha por alcanzarlo, y dejarse amar por Él, supone un empeño por estar vigilante, “un deseo eficaz de buscar al Señor a lo largo del día. Este esfuerzo alegre es el polo opuesto a la tibieza, que es dejadez, falta de interés en buscar al Señor, pereza y tristeza en nuestras obligaciones de piedad para con él”. La cursiva es tan mía como la deducción siguiente: se puede aplicar mutatis mutandis al amor humano. Cuando la rutina, cuando la tibieza entra en las relaciones interpersonales –Dios solo puede ser personal, es decir, una persona-, en las relaciones entre seres que se aman… empieza la ruina: “Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca”, escribe san Juan en el Apocalipsis. Si permitimos a la tibieza entrar en nuestras relaciones con los demás, ¡incluso con nosotros mismos!, se acabaron los proyectos, las ilusiones, la alegría, la felicidad… (ojo estas, alegría y felicidad, son fruto de la entrega, del darse al otro: “La felicidad es una puerta que abre hacia fuera”, decía Kierkegaard)… Todo, insisto, se vuelve ruina y repetir los dos últimos versos de Quevedo de su inmisericorde soneto: “y no hallé cosa en que poner los ojos /que no fuese recuerdo de la muerte”. Dado el caso, ya no hay cierre por balance, sino cierre por liquidación.

Pues de eso va… el libro que hoy comento y lo que escribo lo voy deduciendo de lo que leo y medito. Muy cerca, por cierto, de La Torre de Juan Abad… donde Quevedo decía y escribía la estrofa con que comenzó esta entrada. El libro de Fernández Carvajal lo he leído varias veces y meditado alguna otra. Sin duda es recomendable para quienes se encuentren tibios (quien realmente lo esté no querrá leerlo en modo alguno) o quieran examinarse y caldear motores en el trato con los demás, particularmente con Dios.

Hecha esta parada, permítanme que siga camino, pues bajo el status viatoris vive y viaja el hombre por esta tierra a veces amable, por ratos árida y detestable.

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