Suponerle el valor a
cualquiera es mucho suponer. En este caso afirmo que, en mi cortas luces, el
libro está bien escrito. Además del rico vocabulario, el personaje se sostiene
solo. Son creíbles, reconocibles, las situaciones que dan argumento a lo que la
autora plantea y donde pone en pie al satélite de Manolito y su charpa de
colegas. El barrio, Carabanchel, que no conozco, y la época en que fue escrito:
básicamente la infancia del niño, sitúan al lector en un dónde y un cuándo
claros y rotundos. Cada niño del libro juega un papel conocido en el mundo
mundial: el empollón de la clase (“Paquito Medina no es un ser de este planeta.
No sé si será de Marte, o de Venus, o de Júpiter”), ¿no recuerda usted al
empollón de su clase?; el chulillo matachín de Yihad, que no sabe hacer la o
con un canuto, pero a todos les casca; “el Orejones López, que es mi mejor
amigo, aunque algunas veces sea un cochino y un traidor” sin quien Manolito no
podría vivir; la Susana Bragas-Sucias (la niña amiga-novia de los citados) es
un punto filipino… Digamos que es el repertorio, con más o menos secundarios,
que todos hemos conocido si es que alguna vez tuvimos esa edad, fuimos a la
escuela nacional y nos enteramos más o menos de qué iba aquello: la vida misma,
es decir, la vida en rama, pero para niños. ¿Que el mote de Susana es
mejorable? ¡No le digo que no, ni el motivo del que nace!, pero de ahí a la
excomunión de la autora y el libro media un formidable trecho.
Creo que en el libro se
pueden hallar muchos valores para enseñar, educar y formar sin necesidad de
adoctrinar, amaestrar y adiestrar: es posible aprender entre renglones o en los
renglones mismos. Improviso casi: La presencia del abuelo aporta un plus hoy en
desuso por la desgraciada ubicación de los viejos en los asilos donde esperan, entretenidos
con el binguito y las manualidades, a morirse, es decir: se les lleva a los morideros,
que los llamaba Delibes (Diario de un jubilado, La hoja roja); sin
embargo, el abuelo de Manolito, está en su hogar dando un coñazo que para qué
las prisas. Los celos de Manolito a su hermano menor, el Idiota, según lo
bautizó, son un clásico en el psicoanálisis de los complejos lacerantes dignos
de tratamiento psicológico, muy interesante para un debate donde
aprender-enseñar las técnicas propias del foro y la ayuda a los compis en clase
(El príncipe destronado, por seguir con Delibes). Lo del mediador del
abuelo entre el tal Yihad y Manolito es una anticuada novedad en curso
de hace unos 15 años a esta parte en cualquier CEP (o en su defecto en todo PPO
de brillo y prestigio académico)… Es innecesario, o sí, pienso yo, por falso y
adoctrinador, decirles a los niños que la presencia del chulillo de
clase, que a todos atiza, el Yihad, es una reminiscencia, heredada del
Cid, en el primer franquismo fascista, que atravesó arrogante y decidido los
cuarenta años de dictadura y que aún se conserva como legado, décadas después
en el siglo XXI, y en los grupos resistentes de alumnos neofascistas, nazis,
etc. que pretenden mantener un orden bestial y hampón en el gallinero escolar o
granja donde conviene siempre, según Stalin, organizar una revolución (léase la
Rebelión en la granja) ya no tan internacional, sino ad hoc, que
nos… ¡y no quiero perderme!, ¡¡pero ahí hay un mes de clase bien cumplido y
despachado para cualquier profesor (¡añádase o profesora!) que se emplee
en un escrupuloso adoctrinamiento!! Por cierto, que no quiero que se me vaya
vivo: El padre, que pretendió enseñar a Manolito a dar un puñetazo, es sin duda
un perla adepto al falangismo, fifiriche y ridículo, del antiguo Movimiento
nacional que no sabe ni quién es Mandela, ni Luther King, ni Gandhi… ni es
devoto de la Madre Teresa de Calcuta… (que la de Ávila se afilió, dicen a la
OJE, y ahí nos caímos con todo el equipo, ¡cuidado con la doctora de la Iglesia
católica!). Y OJO en este caso: Si interesante es el estudio del chulo fascista
presente en toda clase, no lo es menos la enteca figura de la percha de los
palos: aquel donde todos cuelgan sus violentos desaires y malos modos y suelen
caerle al pobre: por gordo, por feo, por gafas, por chiquitillo, por cagón,
etc.; Manolito Gafotas mismamente.
La autora asume en la
obra la perspectiva en primera persona y a veces lleva de la mano a su
protagonista y otras lo deja rebullirse a su antojo. Se dirige al lector en una
segunda persona que tutea con desparpajo y sin complejo alguno: “Como verás no
me guardaba ningún rencor por haberle roto las gafas”. Manolito lo sabe y lo
piensa casi todo, y como por la boca muere el pez, también se equivoca y afirma
que “ahora no me podían romper las gafas; de momento estaban arreglándose en el
oculista”, olvidando que las gafas no las arreglan los oculistas, sino los
ópticos, pero eso son pecadillos menores, y algún otro hay, porque quien tiene
boca…
Sin duda la madre de
Manolito, por lo que cuenta de ella es un lince para todo: Dios está en todas
partes y ella en casi todas y todo lo sabe y lo intuye y lo adivina… “Al rato
llegó mi madre, que no trabaja en la CIA porque los de la CIA no se han
enterado de que existe”, eso sí, como tantos y tantos papás (y mamás, no
olvide el doblete) a la hora de elegirle las asignaturas a sus retoños la meten
hasta el corvejón: “Mi madre me apuntó a Ética para ver si aprendía un poco de
educación, que falta me hace: «Por lo menos que hagas menos ruido mientras
comes, hijo mío»”. La mamá de Manolito confundió la Ética con el FEN y la
urbanidad de la enciclopedia Álvarez y así, tan ricamente, rejuntó las
almorranas con las témporas y a otra cosa, mariposa. Pura ironía cotidiana.
El padre de Manolito,
sin embargo, carece de vigor y espacio en la novela: es un ser contingente,
digamos. Pinta poco y lo poco que pinta lo hace de forma accidental e indirecta;
camionero, trabajador y amigo de los bares y el alpiste... No así el abuelo
Nicolás, que sí que pinta… ¡y si no que se lo pregunten a la Luisa y los
vecinos! El abuelo entiende a Manolito y sus socios: “el niño nunca podrá
ponerse a tu altura; eres tú quien debe ponerse a la suya para comprenderlo…”,
me dijo un señor que sabía de esto un rato largo, y me lo dijo hace más de
treinta años; era y es verdad. El abuelo Nicolás premia al niño con cinco duros
(a eso se le llama motivar); es cierto que la dispensadora de las correcciones
(castigos en forma de collejas es la madre), pero el abuelo entiende las ideas
traviesas que se cruzan en la mente del nieto y las aplaude cuando puede y
cuando no… se ríe para sí, que por las noches los pies se quedan fríos y
Manolito es un calefactor de primera.
Como la entrada de un
blog no es lugar para organizar una guerra mundial a nivel terrícola que diría
Manolito… haremos las paces, aunque no se debe descartar que “tal y como se
habían puesto las cosas, no nos quedó más remedio que empezar a pegarnos,
porque es la única forma que tenemos en mi clase de solucionar nuestros
problemas de convivencia”. No olvide que la paz solo la tienen los pacíficos,
que no l@s pacifist@s, pobr@s, por mucho que ell@s no lo sepan (¡la arroba me
ha llenado de calor, tú!).
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