A
las vestales inquisidoras de lo políticamente correcto y sus profetisas las
feministas de la cuarta ola… ¡y las anteriores!
Vive Dios que pienso
echar un largo párrafo a este libro… porque la ocasión creo que lo merece.
***
Hubo una época en que,
por necesidades del guion profesional, y por puro gozo, leía libros de
“literatura infantil” (con todos mis reparos a ese adjetivo). Luego los he
leído de tarde en tarde, casi siempre por los mismos motivos de entonces, pero
ya no los he disfrutado tanto: quizá todo tiempo pasado, etcétera. No lo podría
demostrar fehacientemente, pero permítanme…: los libros infantiles de entonces
tenían una frescura de la que carecen muchos de los actuales (¿o era yo?). Hoy,
a veces, algunos de ellos me dan la impresión de que más bien están dirigidos al
adiestramiento del lector: algo así como ñoñas novelitas de tesis armadas sobre
un precario entramado argumental; montan y arman el muñeco sobre el que pretenden
contarnos lo mal que lo pasan los niños de Biafra y causar penita, por poner un
poner de mi época; la literatura no importa. El repertorio de esas precarias novelitas-mercancias
y de quienes ahora argumentan en su favor se asemeja mucho al que tenían esas
señoritas catequistas con las panzas llenas… y los caletres atiborrados de
buenas intenciones, un poquito pacatas y cursis.
Asisto a una, digamos, tertulia
donde se me dice que este libro que hoy comento es un libro que quiebra la moral
reinante de lo políticamente correcto por algo que sucede con la Susana
Braga-sucias que yo, de haber leído esta obra, no recordaba… En la citada
tertulia cayó sobre el libro la
excomunión latae sententiae. Como uno siempre fue más rebelde de lo
que daba de sí su camisa, decidí inmediatamente leerlo para averiguarlo.
Servidor no halló nada pecaminoso en el libro, claro que se reconoce ignaro y pagano
en la iglesia del feminismo fundamentalista.
Toda
madre, digo yo, que ve a su niño con el cuchillo del jamón dando mandobles en
el pasillo, no respeta el capricho del andoba y se lo quita por lo que pueda
pasar, que para eso es madre y quiere evitar males mayores. No me voy a perder
en el origen del Index de la Iglesia católica que, como madre, condena
el alimento nocivo para la fe a sus fieles, los católicos. El oscurantismo
connatural a la ultraizquierda dictatorial lanza hoy sus anatemas contra todos
aquellos que no desayunen, almuercen y cenen con sus ideas, sean o no de su parroquia o creencias y
eso me ocurre a mí con frecuencia: vivo excomulgado. Y copio de un
amigo: “Muerto el prestigio de la razón en pos del lloriqueo, solo se
podía acabar así: dando por bueno lo falso siempre que le suene coherente al
ágrafo. […] Las trolas más burdas refuerzan tal visión. ¿Por qué iban a
esforzarse en buscar verdades quienes no creen en la realidad objetiva?”.
Constato y les advierto que, por sus escritos, doy fe
que deben seguir excomulgados y bien anotados en el Index del feminismo
–cuarta ola-: Quevedo, Cervantes y Lope, el Arcipreste de Hita, la Celestina, el
infante don Juan Manuel… y dejo aquí la lista por no hacerme pesado, pero no quiero
olvidar a don Camilo José Cela, premio Nobel.
***
Manolito, el
protagonista de Elvira Lindo, es un tipo imaginativo casi a más no poder. Su
autora tiene gracia y arte para poner en su boca un variado repertorio de
palabras que acreditan que Manolito Gafotas es un firma curtido en la calle y
que sabe moverse en ella y reconocerla y nombrarla, aunque se tropiece cada dos
por tres con los problemas que todos hemos tenido desde una perspectiva u otra:
toda calle que baja, vista desde la otra punta, sube: así es la vida, que lo
dijo Ortega. Y así nombra y monta las historias con lugares comunes y corrientes
y muletillas, que son muletones, discurso con absoluto desparpajo, sin eludir las
memeces que todos los memos dicen para salir de un aprieto léxico o mental, que
me suenan irónicas en la obra. La lengua que emplea lo caracteriza y unifica: se
empezó a poner cardiaco, y si te he visto no me acuerdo, del
mundo mundial, superpalomas de la paz, mola un pegote, molaba tres kilos o
molaba cien kilos, la verdad verdadera, se montó un mogollón, todo el rollo
repollo, le pareció chachi…
Quiero decir en este
párrafo de cierre de esta entrada de hoy, a la que seguirá otra, que me lo he
pasado mogollón de bien: me he reído mucho más de lo que recordaba haberlo
hecho en la primera vez que lo leí hará más de veintitantos años… (que yo
recuerde). Las expresiones y las ocurrencias me parecen muy simpáticas y
naturales. Las salidas de Manolito tienen la lógica que viví y he visto tantas
veces en niños de esas edades y que, si en el momento de la atrocidad, carecían
de gracia…, vista desde la perspectiva de la sita Asunción (calle abajo),
no ocurría así vistas por el canuto que da la perspectiva del tiempo
transcurrido, es decir desde los pocos centímetros de los ocho o doce años
(calle arriba).
Y sigo…
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