Querido charlie: te lo
resumo para que no inviertas tiempo en algo que no te interese. Estilo
comanche, con perdón: Biblioteca particular, problema personal.
Problema a la vista:
biblioteca en casa. Biblioteca extensa, dueño viejo y carencia de herederos
fiables para el traspaso del bien. Me dice un amigo de otro amigo, profesor
universitario de Literatura, que le ha comentado que no quiere que dividan su
biblioteca ni que esta caiga en manos bárbaras (eso mismo tengo puesto en mi
testamento). Otro conocido, no ha mucho, me decía lo mismo y también, como el
anterior, no sabiendo qué hacer, ofreció sus más de 7.000 volúmenes a
universidades e instituciones que rechazaron con buenas maneras y sin ambages
el ofrecimiento: “No, gracias”.
Una biblioteca no se
cría en un verano como los melones. Una biblioteca con unos miles de volúmenes
requiere no solo tiempo, sino una inversión económica cuantiosa. Muchos libros,
por mil causas, se buscaban durante años (ahora el asunto ha cambiado). Tener
un amigo librero, repito: li-bre-ro, era capital. El amigo que te rebuscaba en
las distribuidoras, en las editoriales y en los almacenes… el libro agotado que
milagrosamente comparecía, o no, a base de llamadas telefónicas, petición de
favores y esfuerzos personales impagables. Cada libro de la biblioteca tiene
una historia de compra detrás. Cierto que esas historias e intereses se
difuminan o incluso se olvidan con el paso de los años: tener en la cabeza los
miles de títulos no es fácil, cuando, además, no es infrecuente leer de otras
biblioteca, de préstamos de amigos… No es anormal la sorpresa del libro aparecido
en una balda…, ¡aunque estén catalogados! Resumo: no solo hay trabajo en el
embarazo, parto, crianza, etc. de la biblioteca, sino mucho cariño, si no amor,
en su maduración… Y ahora, llegados a este punto, cuando la vida declina y el
horizonte mengua y la tormenta se cierne y la noche apremia… ¿qué hacer con la
biblioteca de mis amores?, se preguntan estos amigos míos. Cuando veas las
barbas de tu vecino rapar… ¿Y qué hacer con la mía?
Algún ignaro
utilitarista aconsejará un “Véndase” que suena como un estampido en el silencio.
Una biblioteca particular tiene un hilo conductor, un hilván que la une por los
intereses de quien la fue haciendo. Podría ocurrir que la interesante
biblioteca de un estudioso de la filosofía no sea de interés para un matemático
o un filólogo o un geógrafo. Me consta que Amando de Miguel, el sociólogo, en
sus penurias, quiso vender su biblioteca por necesidad: “Vendo la biblioteca por 225.000 euros”. Ignoro si alguien se la compró: mucho me temo que no. Para que una biblioteca
valga ese capital, debe tener libros singularísimos, asunto que desconozco en
el detalle del caso. Comprar una biblioteca, con todos mis respetos y mi dolor,
vale cuatro perras, mas es impagable, inestimable, para su dueño y particular
diseñador: la vida de este está entremecida en esas páginas: ni entremetida ni
entrometida, sino, repito, entremecida en un ir y venir de miles y miles
de páginas… y miles de libros. ¿Qué fue de todo ello? Recuerdo con estupor, sé
quién lo hizo: un jugador de fútbol, ya entrenador, quien comentó con un
desvergonzado descaro que había comprado libros por metros cuadrados para la
librería que había puesto en un testero de su salón de estar: ¡esos metros le
salieron baratos y no debió costarle pegarles fuego cuando se hartara del
decorado!
Mal negocio, mis
queridos amigos. Mudanzas con libros, correos que se esperan, cartas que se
escriben, horas de librerías y catálogos… “¿Se regala biblioteca con unos miles
de libros!?. No sé.
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