Hace muchos años, me
comentó un amigo que su psiquiatra le había recomendado que, de vez en cuando,
si no podía dormir, leyera la guía telefónica. Como esta no existe ya y aquel psiquiatra
no conocía la Ciudad del Sol, yo se la recomiendo porque pronto podrá usted en
su cama cerrar el libro, apagar la luz y pasar al estado de sueño. Ciertamente
esto es hiperbólico como no lo es que nunca me he quedado dormido con un libro
en las manos: en caso de necesidad procedo con el orden arriba explicado:
cierro el libro, etcétera.
Tuve noticias de la
obra que hoy comento con motivo de la bibliografía que de un modo u otro habían
tratado la idea de progreso, y los utopismos tenían que ver con aquello. No
recuerdo con nitidez lo que leí al respecto en general ni en particular de esta
obra, pero ya entonces (1995) me propuse leer completa la obra de Campanella. En
este sentido, la utopía del dominico es típicamente renacentista por
la fe en el progreso y la instrucción; amanecerá el XVIII y vendrán las
tormentas del XIX que pondrán al hombre ante su propia realidad existencial (el
XX mejor dejarlo aparte). Me interesaron también sus antecedentes La República
platónica y Utopía de Tomás Moro, obras ambas que tampoco he leído, aunque
estudié la de Platón en COU.
Pensé que en la obra de
Campanella me encontraría con una novella al estilo de las Novelas ejemplares
de nuestro don Miguel de Cervantes, pero no es así. Ignoro de dónde saqué
semejante idea. La realidad es que toda la obra es un diálogo sobre las
curiosidades que le cuenta Genovés, un navegante, a Hospitalario, un caballero
de la Orden de Malta (también conocida por otros nombres Orden de San
Juan, Orden de los Hermanos Hospitalarios, Orden de los Caballeros
Hospitalarios). Nuestro navegante genovés va contando cómo, al dar la vuelta al
mundo, llegó a la isla de Trapobana y lo que halló en ella (hoy hay quienes la
sitúan en el mapa), pero, sin duda se trata de un lugar utópico donde fue
llevado a la Ciudad del Sol, con su templo heliocéntrico y sus características
que va desglosando al hilo de la preguntas que el caballero de Malta le hace.
Desde primera hora el
lector comprende que se halla ante una novela que nos describirá una sociedad
teocrática y, a su vez, comunista: “Dicen ellos que toda la propiedad nace de
tener casa aparte, e hijos y esposas propias, de lo que nace el amor propio; y
así, para otorgar riquezas o dignidades a un hijo, o para dejarlo como
heredero, cada cual se convierte en depredador público, si no siente miedo,
siendo poderoso; o avaro, insidioso e hipócrita si es impotente”. Es sabido que
es este el inicio de la malicia del hombre, según muchos autores: la codicia y
la propiedad privada, es por tanto, que si el hombre nace bueno y no hubiera
propiedad privada, siendo todo de todos o del Estado… ¡acabose por tanto todo
el mal y los malos de este mundo! Hagamos una revolución, con lucha, pues la
guerra es la partera de la Historia, quitemos a los ricos, etc. La historia es
conocida.
Campanella, que habla por boca del Genovés,
está preso cuando escribe la obra. Es dominico y, por tanto, sus conocimientos
teológicos se van plasmando en los enfoques de la obra que escribe y de la que
venimos hablando. Todo queda regulado en la ciudad-estado imaginada por el
religioso: desde cómo concebir y quiénes a los hijos (dice que los ciudadanos
de allá se asombran de cómo se eligen bestias para mejorar razas y no así entre
los humanos; y el chiste, viniendo al caso, no lo hace al lugar), cómo educar los
hijos, quiénes se encargan de ellos, quiénes de hacer la guerra o la paz, etc.
Insisto es entonces
cuando la obra se va haciendo más correosa, lenta, muy descriptiva, detallista
y el lector, más o menos interesado en la conformación de lugar semejante,
recorre las líneas con más o menos deleite. En mi caso, y quien siga este blog,
si es que lo hay, se dirá que ando remilgado y melindroso con las obras que leo
y que últimamente pocas me caen bien: es posible y no lo niego, quizá sea la
edad y el poco aguante que por ratos me queda… Digamos que el autor va dando
tantos detalles, tantos pormenores de costumbres y leyes que uno se va haciendo
–al menos servidor- una idea general de cómo es la Ciudad del Sol y cómo viven
y conviven sus habitantes y con ello va sobrado y al punto de hartarse.
Todos los ciudadanos
son deístas de forma, digamos, natural: ellos descubren que hay un Ser Superior
que es Creador. En su obra Campanella apunta el anhelo de una monarquía
cristiana universal, basada en un nuevo orden religioso, político y social. La
idea y el empeño no son nuevos: se habían intentado y conseguido total o
parcialmente con anterioridad en la historia (Carlos I lo intentó, por no irnos
muy lejos). Al final se pretende conseguir una circunstancia capaz de dotar a
todos de la felicidad en esta tierra…, que es una quimera. Desde el punto de
vista antropológico, lo expuesto por Campanella, con toda su buena intención,
es un disparate que no se sostiene, pues pretende someter, sojuzgar, imponer un
único modelo de vida a hombres que, por la gracia de Dios, somos distintos y
tenemos opiniones distintas sobre asuntos mundanos: ningún totalitarismo, del
signo que sea, es prudente, viable y justo.
No ha sido un
divertimento la lectura del libro, pero… he aprendido, he constatado…
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