El
asunto era fácil, se lo había dicho su amigo Pepín… La jubilación es la
antesala de la muerte; y la mía, la de servidor, la jubilación digo, está a
unos meses vista. Cuando salía la hoja roja en los librillos de fumar es porque
quedaban solo cinco papelillos más; como aquel que dice: un par de pelados…
Hace
décadas que no he leído nada de Delibes. Defendí la tesis, o lo que aquel
aquelarre fuera, en el 96, y salí disparado de la obra de quien fue mi amigo. Ayer empecé esta novela y hoy terminé. Empecé a leer a Delibes, siendo un niño y
tuve la fijación, con el paso de los años, del tema de la tesis cuando pensé
que la haría: “La idea de progreso en la novela de Delibes”. He disfrutado con
sus obras lo indecible. Algunas de ellas, como esta, como La hoja roja,
la he leído varias veces, lo que no es común en mí (no releo demasiado; a lo
mejor esta relectura es que ya está llegando también la hoja roja del releer
para mí). Acercarme al viejo Eloy, el protagonista de la novela, es como
hacerlo a un anciano que fuera muy amigo mío, alguien de la familia: no tengo
la experiencia familiar del abuelo, pero sí el trato con personas mayores… Don
Eloy me llena de ternura, con sus manías, con sus obsesiones, sus muletillas,
ese olor a viejo poco lavado… ¡todo aquello que le ayudó a vivir y sobrevivir!:
su hijo Goyito “que se fue pronto”; su otro hijo, notario en Madrid y que no lo
escucha, ni lo atiende y a quien disculpa, como a la nuera, que tampoco da
calor, porque nadie da lo que no tiene… Y la Desi: una de esas muchas muchachas
del servicio doméstico de las novelas delibesianas que son inmortales:
emigraron del pueblo para servir en la ciudad y allí aprendieron a leer, a ser
amas de casa y lo hicieron, muchas, con la alegría de quien sirve porque tiene
la necesidad de hacerlo y, a su vez, se encontraron y fueron tratadas como una
más de la familia: la Desi, esa chica “burra como el brocal de un pozo”, la
muchacha del viejo Eloy, el señorito, y la Vítora de El príncipe destronado,
con todo lo que en común tienen (un novio que hace la mili, el Picaza y el
Femio; la ternura y el calor que una y otra dan al viejo o al niño, el Quico;
la lealtad inquebrantable, la sencillez y aún más allá: la simplicidad; el
vocabulario, las reacciones…), me traen recuerdos de los 60.
Resumir
la novela diciendo trata del declinar de un hombre. La nueva situación de un
viejo funcionario local que se jubila y revive a ratos en sus recuerdos, en sus
ideas obsesivas que reitera sin ton ni son, y a ratos vive, mientras se le cae
el moquillo, en la realidad paupérrima de sus escasos medios con una muchacha
de veinte años que le sirve con una lealtad casi perruna es sencillamente no
decir nada.
En
esta novela -de la que podría estar hablando más allá de una docena de folios- se
encierra, por ejemplo, demasiado de lo mucho que hemos visto en estos meses con
la pandemia del covid. Hemos alargado la vida, pero la hemos dejado sin
contenido y no sabemos qué se debe hacer con nosotros los viejos, salvo mandarnos
al moridero y forzarnos a pedir la eutanasia porque no hallamos calor humano en
nadie: nos sobra lo que tenemos, pero muchos carecen de lo más importante: del
amor. Desde que metieron el calor en el tubo…
El
viejo Eloy es un estorbo allí donde va: en el Ayuntamiento se lo hacen ver,
cuando vuelve por allí de visita tras la jubilación; en casa de su hijo en
Madrid; en la óptica de su viejo amigo; y muerto el Isaías, a don Eloy, a este
lado de la tapia del cementerio, no le queda gran cosa…
Leer
a Delibes es volver al calor de casa, aunque el tiempo no ha dejado de pasar
por estas novelas, donde hallamos esa sencillez castiza en el tratamiento de
los temas y su vocabulario. Decía Delibes de este que a no mucho tardar habría
que poner notas al pie para aclarar los significados: ya hace años que hay que
ponerlas, me temo. Los medios de divulgación, que no sé si de comunicación, han
normalizado un léxico plano, descolorido, sin relieve donde azorarse, en
puridad, gato agostizo, coger una liebre, besar el suelo,
ser inocente o entrar en el prado carecen de sentido y
significado para esa inmensa mayoría que solo entiende a los mediocres personajillos
que salen en la pantalla de su tele contando de sus vísceras, de sus duelos con
espadas de cartón, de sus desavenencias y sus chorradas insustanciales.
Le
recomiendo que se dé un paseo por Delibes y sus novelas… ¡saldrá reconfortado!
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