23 de junio de 2020

La “nueva normalidad” (?): ¿la eclosión de un mundo distinto? (PARTE I de IV)



A mis compatriotas muertos durante la pandemia

Me permito pasar revista irregular y caprichosa de lo que creo que ha cambiado en este breve lapso de tiempo, de la llegada del coronavirus a hoy: en nuestro entorno, en el fondo, de raíz… El nuevo modo de encajar lo que pensamos y lo que intuimos, aquello que ni siquiera se piensa, pero se ha hecho uno con el panorama: está ahí, ahí puesto, a la vista, al alcance de cualquiera que lo medite un poquito. Lo asentado en estos meses es ya uno con nosotros: nuestra circunstancia a nivel nacional y global.

En España, el 21 de junio del año 2020, por fin, terminó el llamado estado de alarma que comenzó el 14 de marzo del año 2020. Si las cuentas no me fallan, que poco importa esto ahora, han sido 99 días, creo. Durante estos tres meses y pico, la cifra poco importa ahora: no le quepa duda de que, como el poeta dijera, “Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”. Estos tres meses han cambiado muchas realidades profundas de nuestras vidas, de la convivencia, de nuestras convicciones, de nuestra circunstancia en el sentido más orteguiano del término. Lo sucedido ha deparado un nuevo horizonte, un nuevo compás y medida de los tiempos. Esto ha sido el pendulazo, insisto, de un cambio radical: no todo es absolutamente prístino y virgen como una campana nueva…, pero lo que ayer estaba disperso e inconcreto, hoy ha tomado asiento y echado cimientos profundos. El cambio está en el modo en que miramos o se nos presenta aquello que durante muchísimos años, siglos en algún caso, nos acompañó en el viaje humano desde la bestia selvática que fuimos hasta el animal, racional… dependiente.

Miramos al mundo desde la tele y observamos que ahora forma parte del paisaje cotidiano el embozo de todos por doquier. No estamos convencidos, no somos obedientes: muchos tienen miedo sencillamente; pánico. No es importante que ahora todos, como antes los cuatreros, los atracadores, los ladrones, los malos… ocultemos nuestros rostros con mascarillas, como los cirujanos y sus enfermeros en los quirófanos… Ahora todos tapamos nuestros rostros tras las mascarillas. No es importante. Eso es accidental. Lo malo es que la mascarilla ahora evita que la cara sea el espejo del alma… Ha dejado de serlo quizá para siempre. El embozo creará vicios que se asientan y naturalizan con el panorama. Ahora, secuestrada la realidad, decae la posibilidad de acuerdo y de diálogo: no sabemos a qué se refiere el otro, de qué habla. El Diccionario ha muerto. Los significados han sido violados, forzados, y ya no hay armonía y adecuación con sus significantes. Raptada la realidad, toda ella tozuda, ha sido apuñalada, vejada, violada, humillada, forzada… y no se comparece con la verdad de los nombres que la designaban. Hoy ya no hay verdad ni mentira. Eso que fue pecado, por inadecuado, en las tablas que Dios entregó a Moisés, no mentirás…, ha sido pulverizado. En una ética ni mínima ya ha desaparecido el sonrojo propio y ajeno ante la pinturera mentira rufianesca, descarada, jactanciosa: insolente. La mentira es ahora una pieza más en el puzle ordinario y cotidiano de la vida: la mentira es una realidad pública y privada. Antes creíamos algo por quien nos lo decía, qué nos decía y por la experiencia… Todo ha sido barrido. Un presidente de un gobierno puede mentir con o sin mascarilla y no tiene por qué justificarse, ni que pedir perdón, ni ruborizarse… No pasa nada. Los niños pueden ya mentir cuando sientan temor ante el posible castigo: no se debe corregir a quien mienta; el adulto puede mentir a calzón quieto por vanidad, excusa, interés, capricho… porque la mentira y la verdad no existen: son uno, son ya pareja de hecho. Han sido desintegradas tras siglos de haberse perseguido denodadamente: ¡cómo se ha buscado la verdad!, pero se acabó… El sinvergüenza no es malo: es… otro modelo, un nuevo estilo.



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