8 de febrero de 2020

Carlin, John y Malet Muria, Oriol: MANDELA Y EL GENERAL



El cómic de Mandela y el general es, escrito sin ambages, una hagiografía del líder negro sudafricano. También, en alguna medida, del general Constand Viljoen. Mandela desde hace décadas se ha convertido en un mito, en un “icono global”: su vida, su realidad… es indiscutible e intocable. En esta narración, a pesar de cuanto se diga, echo de menos alguna referencia a Frederick Willem De Klerk, cuyo peso en el final del apartheid fue excepcional: con Mandela recibió el premio Nobel de la paz; no digo que se hubiera hablado de él extensamente, pero haberlo citado, al menos.

Supongo que como todos aquellos que tenemos interés por el mundo en que vivimos, en su momento, tuve noticias de lo sucedido en Sudáfrica, las seguí en periódicos y en la televisión, de las negociaciones entre blancos y negros. No hubiera sido capaz de recordar el nombre de aquel general de quien leí y que participó activamente en la paz, Viljoen: no hubiera recordado este nombre. Sobre la vida y obra de Mandela incluso llegué a ver una o dos películas: no recuerdo los títulos; y otra sobre las luchas contra el apartheid, cuyo título tampoco recuerdo… ¡a ver!: zapatero a tus zapatos. No le presté especial atención a Mandela quien pronto comprendí sencillamente era un santo pagano para los suyos y un terrorista comunista para sus enemigos; supongo, sin embargo, que de todo hubo un poco, como casi todas las vidas. Comunista, aunque en su momento lo negó, y mintió, se demostró que sí había sido e incluso perteneció a la dirección del partido.

No entiendo mucho de la calidad de los dibujo del cómic. He leído algunos libros de este género. Desde que era un chaval leí a los clásicos: Tintín, Astérix y Obélix, el teniente Blueberry, algunos cómic de guerra y quiosco y los clásicos españoles: Mortadelo y Filemón, El botones Sacarino, Pepe Gotera…, Zipi y Zape… Sí puedo afirmar que, a mí, el dibujo de esta obra, digamos, me ha sido agradable: detallado en algunas viñetas y esquemático y bosquejado en otras, lo que produce un contraste adecuado para lo que el autor persigue. Se disponen los medios para el fin, incluido el color.

Me parece lógico que no se pueda contar en un medio así los intríngulis y vericuetos de una realidad histórica, política, etc. tan sumamente compleja que no se resolvió con una guerra, sino negociando: cediendo, concediendo, exigiendo, etc. Eso es negociar. El libro se limita a exponer de forma muy resumida, escueta, aquellos sucesos que son explicados para chavales jóvenes que, si lo consideran oportuno, pueden profundizar en las biografías de las personas que aquí se citan (por lo que veo y leo, las hay excelentes de Mandela y de Viljoen, obras monográficas sobre el origen, desarrollo y final del apartheid, etc.). Insisto la división entre unos y otros es absolutamente maniquea: es curioso que no intervienen más blancos que aquellos que pertenecen a los movimientos extremistas afrikáners, nada más. Casi todos ellos con rostros desencajados, caras de malos, que quieren violencia y guerra sin excepción; sin embargo sí participan y se les da la palabra a negros de a pie, de la calle que, por supuesto, son buenísimos, trabajadores fieles, democráticos, etc.

La realidad del racismo se pierde en la noche de los tiempos. A veces pensamos que este desapareció hace muchos siglos en los países occidentales, cultos, etc., pero no es así. El racismo, la esclavitud han existido hasta finales del siglo XIX en países como Rusia y Estados Unidos, existe la esclavitud aún hoy en muchos países de África y en Brasil, por ejemplo. La realidad de que todos los hombres son hermanos nace del cristianismo que hace a todos los hombres hijos de un mismo Padre y, por tanto, hermanos. Innecesario recordar los episodios españoles con el descubrimiento de América, las disposiciones de Isabel la católica, los razonamientos del Padre las Casas, etc. Sin embargo, como se puede observar en el libro que comento, para mí no hay duda, en las páginas 21 y 56 se pone en entredicho, de forma subrepticia y tendenciosa, la actuación de los cristianos (la inmensa mayoría de estos no son católicos en Sudáfrica, sino pertenecientes a iglesias protestantes). No me importa recordar para quien lo ignore que la Iglesia católica ha condenado siempre la esclavitud y ha promovido la fraternidad entre los hombres, con actuaciones más o menos acertadas por parte de los fieles. Con respecto al apartheid, san Pablo VI recibió y habló con el Comité especial de la organización de las Naciones Unidas contra el apartheid en el año 74, que también fue recibido por san Juan Pablo II diez años después… repitiendo ideas muy semejantes: la fraternidad entre todos los hombre, la dignidad de todos los hombres sin distinción de raza, nación, credo… no admite fisura.

El sociologismo falaz que defiende que el origen de nacimiento condiciona la vida futura de la persona no es un modo muy sutil de negar la libertad humana. Si yo hubiera nacido negro, si yo hubiera nacido en otra familia, etc. me hubiera condicionado, qué duda cabe, pero no hasta el punto en que parece defenderse en la obra. Ya Calderón lo trató en La vida es sueño, Rousseau en El Emilio de donde lo copió Marx, Schopenhauer en sus planteamientos filosóficos…

Lo más aprovechable, para mí, de esta obra es la demostración en un país concreto, Sudáfrica, de cómo se puede llegar a la paz entre posiciones irreconciliables, si hay voluntad de reconocimiento del otro, deseo de diálogo sincero y disposición a ceder en cuanto no sea capital para las partes.

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