El cómic de Mandela y el general es, escrito sin ambages, una hagiografía del
líder negro sudafricano. También, en alguna medida, del general Constand
Viljoen. Mandela desde hace décadas se ha convertido en un mito, en un “icono
global”: su vida, su realidad… es indiscutible e intocable. En esta narración,
a pesar de cuanto se diga, echo de menos alguna referencia a Frederick Willem De Klerk, cuyo peso en el final del
apartheid fue excepcional: con Mandela recibió el premio Nobel de la paz; no
digo que se hubiera hablado de él extensamente, pero haberlo citado, al menos.
Supongo que como todos aquellos
que tenemos interés por el mundo en que vivimos, en su momento, tuve noticias
de lo sucedido en Sudáfrica, las seguí en periódicos y en la televisión, de las
negociaciones entre blancos y negros. No hubiera sido capaz de recordar el
nombre de aquel general de quien leí y que participó activamente en la paz, Viljoen:
no hubiera recordado este nombre. Sobre la vida y obra de Mandela incluso
llegué a ver una o dos películas: no recuerdo los títulos; y otra sobre las
luchas contra el apartheid, cuyo
título tampoco recuerdo… ¡a ver!: zapatero a tus zapatos. No le presté especial
atención a Mandela quien pronto comprendí sencillamente era un santo pagano
para los suyos y un terrorista comunista para sus enemigos; supongo, sin
embargo, que de todo hubo un poco, como casi todas las vidas. Comunista, aunque
en su momento lo negó, y mintió, se demostró que sí había sido e incluso
perteneció a la dirección del partido.
No entiendo mucho de la calidad
de los dibujo del cómic. He leído algunos libros de este género. Desde que era
un chaval leí a los clásicos: Tintín, Astérix y Obélix, el teniente Blueberry, algunos
cómic de guerra y quiosco y los clásicos españoles: Mortadelo y Filemón, El
botones Sacarino, Pepe Gotera…, Zipi y Zape… Sí puedo afirmar que, a mí, el
dibujo de esta obra, digamos, me ha sido agradable: detallado en algunas
viñetas y esquemático y bosquejado en otras, lo que produce un contraste
adecuado para lo que el autor persigue. Se disponen los medios para el fin,
incluido el color.
Me parece lógico que no se pueda
contar en un medio así los intríngulis y vericuetos de una realidad histórica,
política, etc. tan sumamente compleja que no se resolvió con una guerra, sino
negociando: cediendo, concediendo, exigiendo, etc. Eso es negociar. El libro se
limita a exponer de forma muy resumida, escueta, aquellos sucesos que son
explicados para chavales jóvenes que, si lo consideran oportuno, pueden
profundizar en las biografías de las personas que aquí se citan (por lo que veo
y leo, las hay excelentes de Mandela y de Viljoen, obras monográficas sobre el
origen, desarrollo y final del apartheid,
etc.). Insisto la división entre unos y otros es absolutamente maniquea: es
curioso que no intervienen más blancos que aquellos que pertenecen a los
movimientos extremistas afrikáners, nada más. Casi todos ellos con rostros
desencajados, caras de malos, que quieren violencia y guerra sin excepción; sin
embargo sí participan y se les da la palabra a negros de a pie, de la calle
que, por supuesto, son buenísimos, trabajadores fieles, democráticos, etc.
La realidad del racismo se pierde
en la noche de los tiempos. A veces pensamos que este desapareció hace muchos
siglos en los países occidentales, cultos, etc., pero no es así. El racismo, la
esclavitud han existido hasta finales del siglo XIX en países como Rusia y
Estados Unidos, existe la esclavitud aún hoy en muchos países de África y en
Brasil, por ejemplo. La realidad de que todos los hombres son hermanos nace del
cristianismo que hace a todos los hombres hijos de un mismo Padre y, por tanto,
hermanos. Innecesario recordar los episodios españoles con el descubrimiento de
América, las disposiciones de Isabel la católica, los razonamientos del Padre
las Casas, etc. Sin embargo, como se puede observar en el libro que comento,
para mí no hay duda, en las páginas 21 y 56 se pone en entredicho, de forma
subrepticia y tendenciosa, la actuación de los cristianos (la inmensa mayoría
de estos no son católicos en Sudáfrica, sino pertenecientes a iglesias
protestantes). No me importa recordar para quien lo ignore que la Iglesia
católica ha condenado siempre la esclavitud y ha promovido la fraternidad entre
los hombres, con actuaciones más o menos acertadas por parte de los fieles. Con
respecto al apartheid, san Pablo VI
recibió y habló con el Comité especial de la organización de las Naciones
Unidas contra el apartheid en el año 74, que también fue recibido por san Juan
Pablo II diez años después… repitiendo ideas muy semejantes: la fraternidad
entre todos los hombre, la dignidad de todos los hombres sin distinción de
raza, nación, credo… no admite fisura.
El sociologismo falaz que
defiende que el origen de nacimiento condiciona la vida futura de la persona no
es un modo muy sutil de negar la libertad humana. Si yo hubiera nacido negro,
si yo hubiera nacido en otra familia, etc. me hubiera condicionado, qué duda
cabe, pero no hasta el punto en que parece defenderse en la obra. Ya Calderón
lo trató en La vida es sueño, Rousseau
en El Emilio de donde lo copió Marx, Schopenhauer
en sus planteamientos filosóficos…
Lo más aprovechable, para mí, de
esta obra es la demostración en un país concreto, Sudáfrica, de cómo se puede
llegar a la paz entre posiciones irreconciliables, si hay voluntad de
reconocimiento del otro, deseo de diálogo sincero y disposición a ceder en cuanto
no sea capital para las partes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario