Nieto de amante de los libros y
bibliotecario por oposición, amante como mi abuelo también de los libros y
encargado de biblioteca a dedo… nunca en mi vida ejercí de cura o barbero pirómano
de libros… ¡hasta ahora! Confieso que llevo unos meses quemando libros en la
chimenea de mi casa… Ahora mismo está siendo el iniciador del fuego y ardiendo,
pobre, Amenaza bajo el mar de Clive
Cussler: en mi vida había oído a este autor ni de ninguna de sus obras; miro,
sin embargo, en Internet y me sorprende la cantidad de ellas que publicó y que,
seguro, tendrá sus seguidores y lectores. Este ejemplar estaba virgen y sin
leer. Herencia de un pariente ha sido, de una no muy extensa biblioteca de
libros viejos, que no antiguos, casi todos ellos del género calificado de “ciencia
ficción”, del que no he sido aficionado en mi vida: si hago memoria creo no
haber leído ninguno (tampoco me agradaron nunca las películas del mismo género,
no sé si vi alguna, pero me resultaban pesadas, estrambóticas e increíbles,
siendo yo más persona, insisto, desde que era un niño, pegado a lo real, para
bien y para mal).
Intenté salvar estos libros que
ahora arden vendiéndolos a una librería de viejo. El dueño de la misma no
mostró ningún interés por ellos, ni siquiera quiso echar un vistazo a lo que
podría ofrecerle. Los libros han ido pasando de un espacio a otro, de AQUÍ
fueron ALLÁ y a ACULLÁ, ocupando espacio necesario para otros menesteres. Y
ellos sin futuro lector ni comprador han sido peso muerto, ¡pobres!, sin nadie
que los actualice. Sencillamente, servidor, esos libros solo los leería de no
tener ningún otro libro a mano…, ¡cosa que de momento no ocurre! Pobres,
sobraban, sobran, están estorbando. Ignoro si estos libros producirán el mismo
efecto alucinógeno en sus lectores que los de caballerías en don Alonso
Quijano, el Bueno.
El hecho es que, cierto día, tomaron
camino de la casa del pueblo y con destino final en la chimenea. Me duele
desgajarlos, romperlos… Algunos están vírgenes, fueron editados, comprados y
nunca leídos. Otros sí que están usados. Algunos son realmente viejos. Entre
los que esperan de inmediato para ir a la lumbre tengo aquí un libro de Hugo
Wast que tiene un título realmente propicio: El camino de las llamas,
editado en Burgos por Aldecoa (c/Diego de Siloé, 18) en 1945; doy esos datos
porque no son pocos quienes creen que muchas de mis historias son puras
invenciones, pura ficción entre la quimera y la superchería… ¡Y no es así! Esta
obra se publicó por primera vez en 1930 y compruebo que hay una edición de
1995… La homonimia hace su juego y enreda la realidad… El autor no se refiere a
las llamas, “masa gaseosa en combustión, etc.”, sino a los animales originarios
de los Andes y el libro asienta su argumento en una trama política y un viaje
por aquellas montañazas… Quizá aquellas llamas llamen a estas llamas.
Todo esto que escribo no es sino
un pequeño homenaje a los libros que en ningún caso me gustaría quemar, tampoco
leer y que nadie parece querer… Los veo en Internet a precios variados en las
ofertas de segunda mano, desde un euro a cuatro… Seguro estoy de que hay
lectores que estarían agradecidos de recibir estas obras (de las que ya van
quedando menos para ser sacrificadas en la chimenea de casa).
El siguiente libro en ser humo
será Sinceramente, Willis, de John P. Marquand… Les confieso que pensé,
y en algunos casos se dan, que estas obras estaban escritas por autores
conocidos que usaban un seudónimo para obras menores (el arriba citado Hugo
Wast es el seudónimo de Gustavo Adolfo Martínez Zuviría, escritor argentino con
una no desdeñable obra, al menos en cantidad). En el caso de Marquand no es
seudónimo, sino su auténtico nombre, ganador de un Pulitzer en 1938… (en la
solapa del libro afirma que en el 37; desgraciadamente Wikipedia tiene la
razón: fue en el 38; en el 37 lo ganó Lo que el viento se llevó de
Margaret Mitchell). El ejemplar que tengo fue editado por Editorial Éxito,
S.A., en Paseo de Gracia, 24, Barcelona… Interesante lo que leo en la solapa de
la obra…
Se puede llegar a amar lo que se
conoce y es imposible amar lo desconocido. Si sigo leyendo e investigando sobre
estas obras terminaré por incorporarlas a la biblioteca de casa… Me hace sufrir
su destino sin saber de ellas, sabiendo de él… es mucho peor el trance… Así que
aquí lo dejo.
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