En la entrada anterior
hablé de la importancia que tiene la verdad para alcanzar una vida digna,
decente, lograda. Es imposible alcanzar una vida así, una vida que merezca la
pena ser vivida, si pretendemos hacerlo al margen de la verdad, lo que es
tanto, insisto como decir: al margen de la realidad. La tendencia racional, el objeto de la
inteligencia, es buscar el bien verdadero, un bien que responda a la naturaleza
profunda del que obra y, en definitiva, al ser de las cosas. Es así como cabe
entender que "la verdad nos hace libres", que Cristo afirma. No
seamos necios por soberbios, no pretendamos abstraernos del día a día, del
quehacer cotidiano, olvidemos elucubraciones febriles. Pensemos en realidades
y verdades que necesitamos para nuestro vivir ordinario: si meto la mano
en la lumbre… ¡me quemo!; si me bajo del séptimo por la ventana, me caigo al
vacío; si me como esta seta venenosa, tendré problemas… A esto se refiere,
entiendo, Marías cuando habla de patencia: esas realidades que nos salen al
paso, innegables, evidentes…
Marías, quien dice tener pasión por la verdad, y me sumo, distingue
en el vídeo del que di el enlace en la anterior entrada cuatro
modos, digamos, de relación del hombre con la verdad. Vivir en el ámbito de
la verdad comporta un modo de instalación en las creencias: en las
creencias se vive, de un modo bien distinto a las ideas (mi amigo Joaquín
Valdivia lo estudió en Ortega); las ideas se pueden discutir, se pueden
resolver como verdaderas o falsas, mas no así con las creencias. Estas
creencias son un conjunto de realidades en la que se instalan, o no, las
personas, o pueblos enteros o partes de una sociedad. Instalados en ellas los
hombres y las sociedades han alcanzado un balance positivo, felicitario. Teme
Marías que esta forma de relacionarse con la verdad es hoy poco frecuente, difícil de hallar.
Como usted puede ver el vídeo, me va a permitir que le haga
gracia de la explicación de los dos siguientes modos de relacionarnos con la
verdad y me vaya al cuarto modo de hacerlo. Es la actitud de aquellos que viven
contra la verdad. Esta actitud ante la verdad dice Marías nace en el
apasionamiento, en el fanatismo… Este fanatismo es el propio de los
nacionalismos. Se ha escrito mucho con verdad contra ellos y de sus peligros.
Ha habido terribles experiencias en el siglo XX, no ha tanto en los Balcanes,
pero no parece haber antídoto contra él. Cuando se vive contra la verdad se
imposibilita el diálogo, se derriban los posibles puentes entre quienes hablan,
por lo tanto, cuando se pide diálogo, habrá que preguntarse: ¿hablar de qué,
con quién? Decir que haya diálogo, comporta que sea posible la conversación.
Cuando hablo, discuto, desde dos posturas es porque creo y
creemos que existe una realidad más verdadera, mejor que otra. Si aquello de
que hablo no tiene más referente conceptual que el dotado por mí, la relación
con el otro se hace imposible, porque se desvanece la realidad, la verdad y con
ella la justicia que se negocia. No existe diálogo posible si de antemano se conoce, y las pruebas de
la realidad son palpables, que es inviable llegar a ningún punto de encuentro,
de acuerdo, ni siquiera mínimo con el otro. La etiología de este mal no es otro
que el miedo a la verdad, afirma Marías en un primer momento, para después
afirmar que existen las personas malas, destructivas.
Si
desde niños en las escuelas se adoctrina en el modo y sentido que sea, siempre
algo queda. Si se les cuenta una historia falsa, mentirosa, siempre algo queda.
Si se siembra el odio al diferente en sus inteligencias y en sus corazones, se
recoge violencia. Si se les genera una falsa identidad, no saben quiénes son.
Don Quijote, dicen, estaba loco, pero él sabe quién es: “Yo sé quién soy”,
dice, insisto: está loco, pero sabe quién es. Si no sé quién soy, ni reconozco
la realidad, si todo es equivalente, si los valores pueden permutar con calidad
de iguales, la imbecilidad generaliza está asegurada. Todo
queda vacío: los gestos, las palabras, los acontecimientos. Es la hora de la
confusión: cuanto peor,
mejor. En ese vacío, en la desorientación, en la carencia de sentido, en la exaltación
nacionalista: todo aquello que me separa y me hace distinto de los otros y me
sitúa bajo una bandera cualquiera da pie a la violencia, que nace del avasallamiento de quienes ignoran la verdad y, además, no la buscan.
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