Si observamos un patio para jugar:
de colegio, de escuela, de instituto, un parque, observaremos cómo las chicas
se reúnen en grupos: comen sus meriendas, sus frutas, hablan, se ríen… Están ellas. Los chicos, sin
embargo, hacen algo parecido, juntos ellos, pero suelen estar en pie, se
zarandean, se empujan, hablan poco y gritan mucho: normalmente al final, cuando
se comen las meriendas, se tiran las bolas de papel o de platina donde venían
envueltos bocadillos o bollos. Ya sé que es impertinente, gracias a mi
formación, pero ni un hombre, ni un niño se parecen a una mujer ni a una niña
en muchos detalles, “incluso algunos físicos”, desde su nacimiento, ¡por mucho
que nos empeñemos en que lo son! Hay dos modos de ser persona: hombre y mujer.
A Julián Marías y su Antropología metafísica remito, por poner un poner,
o a mirar en la calle a un hombre y a una mujer: no hace falta ser persona con
“sobredotación”, como se llama ahora a los genios del patio del colegio. Si no
ve la diferencia, vaya al oculista.
El cuarto de atrás es
modelo evidente de lo que afirmo en el párrafo que precede. Este libro, así
escrito, es imitable, pero es propio de todo un estilo femenino: detallista,
lento, disfrutón con lo nimio, minucioso, prolijo, pesado… por párrafos, que
son largos, muy largos algunos. Un auténtico “truño”, me dice un colega que
impartirá la asignatura de 2º de bachillerato donde han evacuado el título como
lectura “recomendada”, es decir: obligatoria.
No lo he mirado, pero seguro que
hay muchos estudios completos sobre la obra. Cuento unas generalidades. La
novela se escribe en un momento muy concreto: tras la muerte de Franco. Se
edita con la Constitución en el 78 y ganó el Premio Nacional de Narrativa de
ese año. La obra, sin suponer una ruptura con lo publicado en los sesenta y
primera mitad de los setenta, sí que comporta un cambio. En los años citados se
produjo el conocido como boom sudamericano: Vargas Llosa (el amante de
la Preysler, para los más versados en otras literaturas), García Márquez, José
Donoso, Cortázar, Fuentes… La producción novelística española queda en el
rincón. Pululan novelas españolas con el marbete de “experimentales” y ya en el
72 tenemos La Saga/fuga de J.B., que también lo es, pero entra por el portalón de lo fantástico
(haber sido o ser falangista a Torrente no se le ha perdonado; tampoco a Cela el
haber guerreado en el bando nacional… realidades, como se comprenderá, muy
relacionadas con la calidad literaria, la estética… y la ética). Martín Gaite, declarada
antifranquista, era autora consolidada y premiada ya para el 78, pero entraba
en un saco donde se la metía con Ana María Matute, Laforet, Josefina Aldecoa…,
las mujeres, digamos, y los autores varones de la generación del 50 (ella fue
una gran admiradora de Ignacio Aldecoa). El premio la sacaba de una relegación,
supongo, como he leído en otras voces y de otros ámbitos de una “producción de
la desnaturalización de la sumisión de las mujeres, inscrita históricamente en
el orden de una sociedad eclesial-patriarcal, burguesa y hacendal que evidencia
su desmoronamiento y su decadencia, la escritura de las mujeres de la
Generación del 50”: hermoso, sin duda.
Lenta y demorada la narración de El
cuarto de atrás… a mí, con perdón, me agrada: he dicho la narración, no la
obra. He leído mucho a Martín Gaite (esta novela la leí sepa Dios…; la releo y
la recordaba muy vagamente). También me gustaba, y me gusta, Ana María Matute.
Soy un condenado admirador de Nada, de Laforet… Me interesó siempre la
filosofía hecha por mujeres y lo escrito por ellas: ensayo, pensamiento, novela,
poesía… Mientras escribo esto pienso en mis alumnos: no creo que lean esta
novela para cursar la Selectividad y menos aún con agrado. Su argumento casi estático,
casi inmóvil, la remembranza demorada, aplazada, que deja el movimiento para
después, el juego temporal, la “cirimonia” de la confusión…, me temo, no es del
gusto de estos tiempos donde la prisa y el hacer, hacer, hacer… es prioritario
(si el profesor entra al aula y no da orden ninguna a los alumnos, se queda
mirándolos, pronto, de inmediato si son jóvenes, preguntarán: “¿Qué hacemos?”:
contemplar, pensar, mirar no los conciben como un hacer: ellos tienen parte de
culpa y otro tanto los profesores que siempre nos gusta que los alumnos “estén
haciendo algo”, aunque sea molestar).
La novelista-protagonista en una
noche de insomnio halla un alguien con quien comunicarse, alguien a quien
contar… Sin duda ese hombre del sombrero negro es una sombra transfigurada así
de la memoria, del recuerdo, del capricho… (el Sancho que necesitaba don Quijote).
Esta supuesta conversación, se me antoja y recuerda a los personajes unamunianos
a quienes don Miguel pone a dialogar para exponer distintos puntos de vista,
dudas personales, etc. Un modo de ponerse él en claro, de aclararse o
intentarlo. La novela, supuestamente, se escribe en la propia noche de insomnio
de la novelista. Toda la obra tiene un claro contenido autobiográfico… Ella
expone sus dudas literarias y da un referente, la obra de Todorov, que algunos
de sus dilemas o vericuetos la guían, la hacen reflexionar…
Novela de corta paginación,
escrita por mujer, con contenido antifranquista… el libro ideal para el caso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario