7 de octubre de 2019

392-Juliá, Santos: HISTORIAS DE LAS DOS ESPAÑAS


Llevo años, y testigos tengo, buscando cuál es el origen de las llamadas “dos Españas”: ese modo visceral, irreconciliable, antagónico en absoluto, de una enemistad fraternal ahíta de odio hasta la guerra fratricida, hasta laminar al otro.

Pensé, y sigo pensando, que la guerra civil del 36 ha sido (ojo: pretérito perfecto) con mucho el mayor fracaso español del siglo XX. Estos días asistimos a la imposibilidad de crear un gobierno donde los distintos partidos se pongan de acuerdo en unos mínimos que ayuden a la nación, a los españoles: imposible. En el 36 hubo gotas que rompieron la tensión de superficie y desembocaron en una guerra de tres años. Los españoles querían matarse, dijo Ramón Gómez de la Serna (y él se largaba) porque dejaron de escucharse, como dijo Julián Marías. Ahora, de momento, vamos a unas nuevas elecciones, pero ¡no juntos! Juntos a ningún lado. “No voy contigo ni a coger millones”, decimos.

He leído con atención, con detenimiento el libro de Santos Juliá. Me ha parecido un libro muy bien documentado, bien escrito hasta donde mis cortas luces llegan. Conocía y sabía del autor, pero no había leído nada de su obra. Se me antoja un tanto sesgado y favorable a una de las dos Españas…, pero lo argumenta, lo interpreta y en su derecho está. Nadie afirma que la historiografía sea equidistante, justa e imparcial. Cierta historiografía, sobre ciertos temas y pasajes de la historia, tras la muerte de Franco, y aún antes, han sido en general amables con cierta tendencia ideológica impartida e inoculada en muchas facultades. No obstante yo, que no él, he parido un ratón tras mucho esfuerzo: tras más de cuatrocientas cincuenta páginas. Llego a la conclusión de que hubo dos Españas que han ido recibiendo distintos nombres, antigua y actual, vieja y nueva, la verdadera España y la antiespaña, conservadora o liberal, ilustrada o reaccionaria, monárquica o republicana, de derechas o de izquierdas, progresista o conservadora, reformista… Nombres que anhelan designar a un bloque u otro en un momento u otro de la historia desde el XVIII (parece ser). Nombres que desean recoger los contenidos ideológicos de estos y aquellos de los hunos y los hotros. Tras todas estas designaciones Juliá nombra a escritores, pensadores, filósofos: Jaime Balmes, Machado, Unamuno, Ortega, Azaña, José Antonio, Laín, Tovar, Ridruejo, Calvo Serer… A instituciones: la Iglesia, la Compañía de Jesús, la masonería, la Asociación Católica de Propagandistas, el Opus Dei, la Institución Libre de Enseñanza y, por supuesto, partidos políticos de todos los colores, pensamientos, etc.: republicanos o monárquicos, marxistas, socialistas, anarquistas, cristianos… Todo esto me parece “razonable”: hay dos grupos, dos bloques, dos modos de entender la realidad, dos maneras de enfocar lo que se mira, lo que se desea hacer con España, pero… ¿solo tienen que ser dos? En España, insisto, esos dos modos extremos son irreconciliables: no hay puente que ayude a pasar de un lado al otro, de una ribera a otra. Solo parece mediar el odio, un río que todo arrastra.

Los partidos políticos o las intentonas intelectuales, económicas, etc. para acercar posturas no se han llevado a término nunca ni con buen final. Todas han muerto en el camino, todas han sido ahogadas antes de abrir nuevas puertas, nuevos modos de entendernos, interpretarnos, escucharnos, hablarnos, conversar. A veces cuento la anécdota de un concejal de un pueblo conocido que, llegando tarde a un pleno del ayuntamiento, camino de este, iba diciendo por las escaleras a voz en cuello: “¿De qué habláis que no estoy de acuerdo?”... O de aquel alcalde de otro pueblo que, con la sonrisa en el rostro, al dar el bastón de mando al nuevo alcalde elegido en las urnas, democráticamente, le susurró, muy demócrata: “Vais a mear sangre”.

Santos Juliá hace un recorrido detallado por momentos, instituciones, personas, gobiernos, partidos, enfoques… y todos desembocan en el fracaso: dos facciones irreconciliables que se odian a muerte más o menos cordialmente (con guerras civiles más o menos encubiertas y parciales en el XIX y a tumba abierta y total en el 36), pero que no llegan a ningún acuerdo porque hay un algo que se lo prohíbe esencialmente. Unos, al parecer, desean con todas sus fuerzas y por encima de todo redimir a los españoles y llevarlos a donde nunca estuvieron: al laicismo, a una determinada cultura “europeísta”, “universal”, lejos de la Iglesia (católica por supuesto, que metida a redentora de causas humanas, también se ha llevado lo suyo), con una instrucción determinada, camino de lo mejor (así entendido por ellos). Los otros, al parecer, solo anhelan hallar la esencia de lo español, aquello que nos ha fundado, de lo que dependemos, de lo que ellos son guardianes de la esencia y de lo que, cuando lo cumplimos bien, siempre nos ayudó a progresar: el catolicismo, las tradiciones, el hundir las raíces en lo español (?) y eludir lo ajeno que contamina, una instrucción religiosa (católica por supuesto)… Y las posturas son inamovibles: no hay tercera vía. El foso está lleno de rencor, de odio, de muertos, de “memorias históricas”…

Es cierto, como arriba apunté, que hubo en ocasiones un intento por restablecer una tercera vía, pero siempre fue aniquilada. Cuando una facción ha querido acercarse a la otra no lo ha hecho con ánimo de encontrarse y colaborar y exponer aquello que separa y une, no: se ha intentado engullir al otro, asumirlo por vía de digestión para desvirtuarlo y acomodarlo al propio pensamiento y el otro evacuarlo en el váter de la historia y tirar de la cisterna con vivo brío.


Sigo leyendo… más obras sobre el tema…

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