Llevo años, y testigos tengo,
buscando cuál es el origen de las llamadas “dos Españas”: ese modo visceral,
irreconciliable, antagónico en absoluto, de una enemistad fraternal ahíta de
odio hasta la guerra fratricida, hasta laminar al otro.
Pensé, y sigo pensando, que la
guerra civil del 36 ha sido (ojo: pretérito perfecto) con mucho el mayor
fracaso español del siglo XX. Estos días asistimos a la imposibilidad de crear
un gobierno donde los distintos partidos se pongan de acuerdo en unos mínimos
que ayuden a la nación, a los españoles: imposible. En el 36 hubo gotas que
rompieron la tensión de superficie y desembocaron en una guerra de tres años.
Los españoles querían matarse, dijo Ramón Gómez de la Serna (y él se largaba)
porque dejaron de escucharse, como dijo Julián Marías. Ahora, de momento, vamos
a unas nuevas elecciones, pero ¡no juntos! Juntos a ningún lado. “No voy
contigo ni a coger millones”, decimos.
He leído con atención, con
detenimiento el libro de Santos Juliá. Me ha parecido un libro muy bien
documentado, bien escrito hasta donde mis cortas luces llegan. Conocía y sabía del
autor, pero no había leído nada de su obra. Se me antoja un tanto sesgado y
favorable a una de las dos Españas…, pero lo argumenta, lo interpreta y en su
derecho está. Nadie afirma que la historiografía sea equidistante, justa e
imparcial. Cierta historiografía, sobre ciertos temas y pasajes de la historia,
tras la muerte de Franco, y aún antes, han sido en general amables con cierta
tendencia ideológica impartida e inoculada en muchas facultades. No obstante
yo, que no él, he parido un ratón tras mucho esfuerzo: tras más de
cuatrocientas cincuenta páginas. Llego a la conclusión de que hubo dos Españas
que han ido recibiendo distintos nombres, antigua y actual, vieja y nueva, la
verdadera España y la antiespaña, conservadora o liberal, ilustrada o
reaccionaria, monárquica o republicana, de derechas o de izquierdas,
progresista o conservadora, reformista… Nombres que anhelan designar a un
bloque u otro en un momento u otro de la historia desde el XVIII (parece ser).
Nombres que desean recoger los contenidos ideológicos de estos y aquellos de
los hunos y los hotros. Tras todas estas designaciones Juliá nombra
a escritores, pensadores, filósofos: Jaime Balmes, Machado, Unamuno, Ortega,
Azaña, José Antonio, Laín, Tovar, Ridruejo, Calvo Serer… A instituciones: la
Iglesia, la Compañía de Jesús, la masonería, la Asociación
Católica de Propagandistas, el Opus Dei, la
Institución Libre de Enseñanza y, por supuesto, partidos políticos de todos los
colores, pensamientos, etc.: republicanos o monárquicos, marxistas,
socialistas, anarquistas, cristianos… Todo esto me parece “razonable”: hay dos
grupos, dos bloques, dos modos de entender la realidad, dos maneras de enfocar
lo que se mira, lo que se desea hacer con España, pero… ¿solo tienen que ser
dos? En España, insisto, esos dos modos extremos son irreconciliables: no hay
puente que ayude a pasar de un lado al otro, de una ribera a otra. Solo parece
mediar el odio, un río que todo arrastra.
Los partidos políticos o las
intentonas intelectuales, económicas, etc. para acercar posturas no se han
llevado a término nunca ni con buen final. Todas han muerto en el camino, todas
han sido ahogadas antes de abrir nuevas puertas, nuevos modos de entendernos,
interpretarnos, escucharnos, hablarnos, conversar. A veces cuento la anécdota
de un concejal de un pueblo conocido que, llegando tarde a un pleno del
ayuntamiento, camino de este, iba diciendo por las escaleras a voz en cuello:
“¿De qué habláis que no estoy de acuerdo?”... O de aquel alcalde de otro pueblo
que, con la sonrisa en el rostro, al dar el bastón de mando al nuevo alcalde
elegido en las urnas, democráticamente, le susurró, muy demócrata: “Vais a mear
sangre”.
Santos Juliá hace un recorrido
detallado por momentos, instituciones, personas, gobiernos, partidos, enfoques…
y todos desembocan en el fracaso: dos facciones irreconciliables que se odian a
muerte más o menos cordialmente (con guerras civiles más o menos encubiertas y
parciales en el XIX y a tumba abierta y total en el 36), pero que no llegan a
ningún acuerdo porque hay un algo que se lo prohíbe esencialmente. Unos, al
parecer, desean con todas sus fuerzas y por encima de todo redimir a los
españoles y llevarlos a donde nunca estuvieron: al laicismo, a una determinada
cultura “europeísta”, “universal”, lejos de la Iglesia (católica por supuesto,
que metida a redentora de causas humanas, también se ha llevado lo suyo), con
una instrucción determinada, camino de lo mejor (así entendido por ellos). Los
otros, al parecer, solo anhelan hallar la esencia de lo español, aquello que
nos ha fundado, de lo que dependemos, de lo que ellos son guardianes de la
esencia y de lo que, cuando lo cumplimos bien, siempre nos ayudó a progresar:
el catolicismo, las tradiciones, el hundir las raíces en lo español (?) y
eludir lo ajeno que contamina, una instrucción religiosa (católica por
supuesto)… Y las posturas son inamovibles: no hay tercera vía. El foso está
lleno de rencor, de odio, de muertos, de “memorias históricas”…
Es cierto, como arriba apunté,
que hubo en ocasiones un intento por restablecer una tercera vía, pero siempre
fue aniquilada. Cuando una facción ha querido acercarse a la otra no lo ha
hecho con ánimo de encontrarse y colaborar y exponer aquello que separa y une,
no: se ha intentado engullir al otro, asumirlo por vía de digestión para
desvirtuarlo y acomodarlo al propio pensamiento y el otro evacuarlo en el váter
de la historia y tirar de la cisterna con vivo brío.
Sigo leyendo… más obras sobre el
tema…
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